Periquetes de tinta
Brevísimas cúspides de aliento donde baila alguien salido de un libro, de un cuadro o de la propia vida, que se resiste a irse sin gozar una vez más, pequeñas glorias de papel escrito, un momento nada más. Tomarles el pulso otra vez, un volver. La tentación de no dejar nada en reposo.
lunes, 18 de febrero de 2013
Teresa escribe para que no se le olvide.
martes, 7 de febrero de 2012
Enriqueta Quebranto
domingo, 6 de noviembre de 2011
Doña Impedimenta
Malandar me pareció una ciudad triste, tal vez porque sin saberlo estaba pintada con colores de viejo y pobre puerto, una ciudad gris, un gris como de lágrima churretosa, poblada por gente gris, gente llorona, como si el peso de su reciente historia de tantos y tantos momentos le pesara en su alma como una losa.
Doña Impedimenta es fruto de la guerra, por decir algo…un fruto frívolo de la posguerra…por excusarla de su mala vocación. Si conversara con nosotros en este momento sentada a la mesa de su cocina, inevitablemente nos enseñaría, levantándose la bata y el delantal, esa herida de la que presume a la vez que se queja… una brecha entumecida en la pierna derecha a la altura de la ingle, muy profunda en su carne mantecosa, que cuenta ella, proviene de una mala bala fascista; luego, de un cajón del aparador sacaría un documento envuelto en plástico que certifica cierta invalidez y una determinada pensión compensatoria que no acaba de llegar. Así lleva años, contando esta historia y justificando su herida, aunque muchos sospechan y con razón, que su lesión es obra de algún turbio conflicto bastante ajeno a la guerra. Doña Impedimenta vive en Malandar desde que se casó… llegó allí del brazo de un marido cartero que la trajo de Dios sabrá donde… Con unos cuantos muebles, el ombligo seco de un recién nacido hecho reliquia, guardado en el sostén y un pasado desconocido prendido a la solapa de su viejo chaquetón. Se instaló en una planta baja del edificio de ladrillos rojos que hay al final del puerto. Antes había sido el piso de la portera, la difunta madre de su marido cartero…. Era un bajo triste y oscuro, aunque con un orden antiguo, de tiempo de paz….ajeno a guerras y ajetreos de puerto. Sus paredes se filtraban de una humedad salina que hacía que tuviese todo el día las ventanas abiertas, medida esta que no desagradaba a su dueña porque así se mantenía enterada de todas las novedades del pueblo; información imprescindible para llevar a cabo las labores a las que tanto es aficionada y que le dan sustento. Porque el marido cartero de Impedimenta no trae nunca dinero a casa, la endeble fortuna que gana se la bebe entera antes de encaminarse al dulce hogar que comparte con ella.
Hace muchos años que tiene la necesidad de beber metida en el cuerpo. Esto es un motivo eterno de reproche para la mujer del cartero, pero también un consuelo necesario para acallar su conciencia compasiva. A veces en su cocina llena de humo y de suelo húmedo, donde en el fogón siempre huele a exquisitos guisos y especias, se agrupan amigas del vecindario, mujeres que van y vienen y algún hombre extraviado…Ella los sienta alrededor de la mesa, uniendo así sus pobres y variados lamentos a los de ella…Y se les queja de lo caro que está todo, de los dolores de piernas, de sus deudas, de su herida de guerra y de la traición económica del marido. Se queja de su soledad, de su callado pasado, del abandono de su marido cartero cuando diariamente viene borracho y se pasa la tarde dormido, se queja de no obtener de él ningún detalle de gratitud por el amor y los cuidados que le profesa….Porque Doña Impedimenta cree ante todas las cosas en el amor.
Y a eso dedica su esfuerzo y a eso consagra sus días…Desde muy temprano, se pasea el vecindario buscando novedades que tengan que ver con el amor o la desdicha que proviene de él… Se entera de quien ha enviudado… De esa mujer madura que sigue hermosa y aún no está ajada…Escucha lo desdichada que se encuentra alguna joven quejosa del abandono que sufre por parte de su marido, aquella otra que convive míseramente porque su marido es un derrochador…. La joven casada con un soldado desaparecido y cansada de esperar, o aquella otra que carece de medios pero tiene un buen cuerpo que festejar….También escucha la zozobra de algún mal sacerdote, de un marino ajeno a este puerto, un militar alejado de su hogar o la inquietud interna de una mujer joven amortajada de castidad. En Malandar hay ahora escasez de medios, son malos tiempos, pero ella cree en el oficio del amor y a ello se ofrece con una enorme entrega. Doña Impedimenta escucha zalameramente las confesiones, los suspiros y lamentos de los habitantes de Malandar… escucha con devoción de alcahueta y asistiendo al más intenso afligimiento… no puede dejar de derrochar una sospechosa generosidad para con esa desdicha ajena y enseguida empieza a consolar a su prójimo. Entonces propone concretar una cita sanadora de esa pena, promete buscar solución a ese sufrimiento que no la deja indiferente… y traer pronto noticias de solución a ese tormento.
Allí, en su casa…Doña Impedimenta establece el imperio del amor… Tras fijar una cita, espera entusiasmada la hora de facilitar a un hombre y una mujer un lugar donde regalar sus cuerpos. Desde muy temprano, la casa de ladrillos rojo del puerto es visitada por los huéspedes ocasionales de Impedimenta…Aunque la tarde la pasa sentada en la cocina oyendo los ronquidos borrachos del marido, pelando verduras o despellejando algún barato majar para echar en el fogón…. Ella dispone de la mañana completa; mientras su marido reparte cartas y paquetes, se sumerge sin saberlo en el vil delito de lenocinio, una palabra demasiado ajena, que ni siquiera sabe que existe. Con esmero, apaña citas de enamorados o desesperados y así consigue sobrevivir, porque de ahí proviene el único sustento de esta mujer cómplice de algún Cupido loco y perdido.
En ese instante en que están dispuestas las dos almas y en total acuerdo de intereses… ella establece la cita. Cuando llaman al viejo portón desvencijado y podrido que cierra la vivienda, ella invita a entrar al hombre a la cocina y atravesando un pequeño pasillo mal iluminado, lo hace pasar a la pequeña habitación del fondo donde ya le espera la joven que él ha solicitado. Es una habitación que huele a amores rancios y a colonia de jazmines…provista de una espaciosa cama de matrimonio… la misma cama donde el marido cartero roncará la borrachera por la tarde….Impedimenta ha vestido la cama con la mejor de sus colchas para que el objeto del deseo espere sentada. Y ahí está, esperando la seguridad de unos brazos que le anuncien un deseo y sin saber aún que las sábanas se pegaran a su cuerpo debido a la humedad del dormitorio.
Dentro de su escasez y penuria la habitación está muy cuidada… Los huéspedes pueden disfrutar de un barnizado taquillón, una alfombra, unas cortinas de otomán color vino, una bonita lámpara de cristales azules que adorna la mesilla, y además, las paredes están cubiertas de las pequeñas obras de arte que guarda con esmero la dueña de la vivienda. Son labores en petit point que realizó Doña Impedimenta con sus manos jóvenes, hace muchos, muchos años. Allí, en aquel pequeño y coqueto reino del amor, se establecerá un leve contrato que aunque feliz y conforme, nunca durará más de lo dure la efervescencia de los dos, será algo rápido…casi no les dará tiempo a percibir el olor ajeno, un acre olor físico que se eleva del colchón. Ya en la habitación, hace las presentaciones, sonríe y se ofrece a satisfacer cualquier capricho o necesidad, corre las cortinas y enciende la pequeña lamparita de cristales azules, creando un grato e íntimo ambiente…Muestra el armario donde está lo que puedan necesitar y señala la palangana de agua y la pastilla rosa de jabón que está sobre el taquillón; y al advertir en la cara del hombre un destello de satisfacción e impaciencia, abandona la habitación y vuelve a la cocina y a sus labores. Allí se entretiene en cualquier tarea de costura o se ensueña dulcemente imaginando lo que sucede en la habitación…. Imagina una conversación animada, unas risas, la estrofa de una canción…sueña el crujir del almidón de las sábanas, aunque ella no puede almidonar porque es un lujo el almidón… adivina algún dulce lamento o el crujir de un muelle del colchón…
A veces incluso deja algo a fuego lento en el fogón y calculando el tiempo en que tardará en llegar la culminación y desenlace del lindo suceso que ella imagina, sale a la calle a buscar con diligencia otro motivo que la llene de satisfacción. Porque aunque ella se sabe alcahueta, siente la enorme necesidad de amparar en su casa a quién en temas de amor no encuentra amparo. Cuando siente que los ruidos en el interior de la habitación anuncian que la cita ha terminado, ella se pone a un lado de la puerta con los pies juntos y recibe en la mano la propina acordada, la agradece y corre al pasillo para vigilar desde el portón que la calle ofrece discreción al hombre, primero, y unos minutos después, a la mujer… Desapareciendo al instante los dos de la visión que ella alcanza desde el portalón. Doña Impedimenta ríe con satisfacción porque los siente salir contentos de este lance de amor pagado. Se siente feliz por la generosidad que despliega en el intento de emparejar almas y no siente el más mínimo remordimiento, porque fundamentalmente ella piensa que la necesitan… que emparenta necesidades…Y de eso vive...No tiene ni la más mínima duda, jamás piensa que algún despechado o vecino malhumorado pueda dar las quejas a los guardias y presentarse la policía en su casa… no espera asustada que le llegue algún día una citación por su fea conducta… Ni piensa como explicará al juez su falta, porque se siente libre de ella. Si alguien le preguntara lo negaría y justificaría su acción en la necesidad de amor que sufren esos cuerpos y en la situación precaria en que ella vive sus días… se golpeará el pecho afirmando que es honesta, que la calumnian por envidia… y enseñará encantada la herida que siempre está deseosa de mostrar. Doña Impedimenta no se siente otra cosa que no sea un ángel que otorga a los demás los dones de los que ella misma carece con pesar… ahí está ahora, jaquecosa y pálida, sentada en una silla en la cocina con sus orondas piernas un poco abiertas y cubiertas por unos gruesos calcetines de lana que le cubren hasta las rodillas… las manos unidas en el regazo, los ojos cerrados y una sonrisa ensoñada… Se sabe vieja y desusada por su marido cartero, el envejecimiento y las borracheras del hombre de sus desvelos, la han vuelto decente con ella misma. Siente una envidia sanísima cuando se cruza con esas jóvenes a las que convierte en objetos de deseos y las colecciona en el cuarto del final del pasillo, envidia su lozanía y frescura, sus carnes prietas y sus blancas sonrisas… un tesoro, piensa… al lado de su boca fruncida y sus reinos perdidos… Y en esa vocación de alcahueta y correveidile que practica en el puerto ve la posibilidad de compensar los encantos arruinados al menos económicamente.
Se levanta con trabajo y se siente cansada… pero se tiene que poner inmediatamente a recomponer el cuarto y dejarlo lucido y fresco para el siguiente encuentro… Tardará poco menos de una hora en llegar el antiguo jefe de estación, un hombre delgado y de barba cana, con un cuerpo sacudido por el tiempo y por un accidente en la vía que lo alejó de los trenes; ha enviudado hace pocos meses, pero aunque acumula años… siente la necesidad de amar y se ha decidido a ello. A acordado un encuentro en casa de Doña Impedimenta con la joven Natalia… una chica que llegó hace muy poco al puerto, con su novio… y este la abandonó…ahora se encuentra embarazada y sin nadie que cuide de ella y del bebé que aloja en su joven vientre… Doña impedimenta se ha apiadado de su soledad y le ha buscado una cita…El jefe de estación está avisado del estado de Natalia, pero no le importa… sueña con deleite en sus desproporcionadas caderas y en las venas azules de sus hinchados pechos…Mientras doña Impedimenta sueña con que se unan los dos hasta el final de los tiempos. Ahí le ve llegar, arrastrando el suplicio y la agonía de la pierna coja… anda deprisa y se tambalea sin querer sucumbir al dolor físico; aunque… ante el entusiasmo que procede de la concupiscencia demorada casi no siente su cojera. Doña Impedimenta le da paso tras el portón y le introduce en su cocina con cautela…vuelve a asomarse y tras unos minutos introduce a Natalia recatadamente.
Ya está hecho, piensa sonriente Doña Impedimenta… así seguirá la alcahueta de Malandar, no se le escapará ninguna muchacha codiciosa, ningún hombre débil ante un abrazo garantizado…ella reunirá a los unos con los otros, se enterará de sus deseos y los hará realidad…ella controlará así el amor de los demás y su propio monedero…Gran parte de Malandar está contenta. Doña impedimenta se cree así omnipresente y a su madura conciencia la empaña de compasión.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Epifanía....Piola
A veces, Epifanía Piola detestaba su cuerpo pequeño y sus piernas cortas. Detestaba su pelo y su sonrisa, su manera de suspirar, sus uñas mordidas y su ansiedad de quererse más y no poder conseguirlo. Tenía la necesidad de algo más que salir cada tarde de trabajar y refugiarse en la paz escondida en el sofá, tenía la pasiva inquietud de parar el reloj porque se estaba marchitando y no dejaba de soñar.
Epifanía Piola hubiera querido ser exploradora de países exóticos y hacer colección de fotos de lugares extraños, hubiera querido montar en globo y ensartar cimas de montañas en un hilo de cristal. A veces sentía la misma curiosidad que los detectives de las novelas que llenaban sus noches de insomnios… Perseguir a desconocidos para robarles su historia, era para ella como ser registradoras de antiguos armarios cerrados. Hubiera querido enamorarse de un piloto suicida y ser la única enamorada de un sultán empadronada en su harén. Soñaba con besar a un desconocido en unas cataratas y subir al Orient Express…. Epifanía quería amar y no encontraba la ocasión…No llegaba. Se resignaba y dejaba pasar los días viviendo una vida construida para ella, una vida a su medida en la que ya no cabía….Soportaba intrigas ajenas porque no las tenía propias…Asistía a actos importantes como el bautizo de un sobrino o alguna primera comunión… siempre iba de boda en boda…o a llorar a un hospital y presentir un funeral... asistía a algún festín con la mejor de sus sonrisas o ponía su cara más triste y se preparaba a oír alguna desgracia amiga, pero siempre ajena….Amaba a los niños que no eran suyos, mientras esperaba tener los propios y se le iban apagando las ganas. Compraba regalos de cumpleaños a ahijados y empaquetaba amores ajenos como de tarjeta postal.
El tiempo que le quedaba libre lo vivía arropada por sus dos gatos, su necesidad de pecar y sus cefaleas. Eran famosos los dolores de cabeza de Epifanía…que sentía algunos días más grandes que ella. Y muy íntimas eran sus ansias de pecados, pero ya se guardaba ella de las penitencias, sabía muy bien que se castigan y no se atrevía a dar motivo de queja al mundo ni a la sacristía. Por eso no vivió vida propia y sí compartió la de sus amigas…. Vivió sus bodas y algún amante, sus partos, sus males y lloró sus lutos.
Le hubiera gustado aparecer en algún retrato flotando en la espuma blanca de su vestido de novia y arrastrar una nube de tul…. Pero nunca se casó.
Ella no cuenta cómo fue que al final cayó en el juego nocturno que asoció al inconfesable sexto mandamiento. A solas y al anochecer, del deseo propio se zafaba en el impulso de la caricia certera. En su casa. Acariciándose. Siempre en la soledad del dormitorio con persianas bajadas. También los domingos y los días festivos. Casi con la completa oscuridad, invariablemente en el silencio, se complacía en la caricia propia mil veces conocida.
El caso es que sintiéndose pecadora dejó de confesar…. Y de comulgar…Dejó de visitar las iglesias y besar santas beatas…que duermen en urnas de cristal y despiden un fuerte olor a rosas…Esa costumbre que tuvo desde pequeña, de pronto la abandonó, para encontrar otras más lascivas y lúbricas…porque algo extraño se instaló en su sangre y empezó a vivir con el sexto mandamiento metido en el cuerpo. Ella sería la que desabrocharía su blusa si se presentara la ocasión…así, esa certeza la tenía, pero esa ocasión no llegaba. Hay gente con las que la vida se ensaña, gente que no tiene una mala racha sino una sucesión de huracanes. Casi siempre esa gente se vuelve lacrimosa y eso fue lo que le sucedió a Epifanía Piola… Lloraba porque quiso querer a alguien que no estaba entre los mortales, entregada hasta las uñas a los deseos de su cuerpo pecador y sin encontrar con quien pecar… pecar con un hombre que no llegaba, ese era su sueño. Lloraba y lloraba por cualquier cosa, mientras los botones de su blusa no se soltaban, y guardaban dentro todo el ardor de su cuerpo y de su corazón. Hipnotizada y llorosa por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas…. Su espera fue una espera larga como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno…. Algún momento de luz, una ilusión…y enseguida la acababa perdiendo, se libraba de las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas y la humedad de las entrañas. Sus amigas la animaban, mientras ellas se asustaban.
Así estaba Epifanía…
Hasta que el otoño pasado llegó a la ciudad un circo….Epifanía casi sin pensar se encontró una tarde delante de ese mundo de magia y color….levantó la mirada al cielo y vio un enorme palacio itinerante de lona blanca inmensa y llena de luz. Tenía ante ella una enorme ciudad efímera de tres pistas que invadía el cielo…. Un hilo de encantamiento y fantasía le corría por las venas camino de la taquilla…Esa noche no quería dormir, quería soñar…Ya se sentía envuelta en cuerdas, trapecios, risas, saltos y malabares. Epifanía no fue una noche… quedó tan entusiasmada que durante varios días deambulo por el circo como una gata en celo…Y al séptimo día descansó…descansó de sus ansias de búsqueda y despertó dormida en una ruinosa caravana, al borde de la húmeda orilla de un río, azotada por corrientes de aires y voces alrededor. Una cama estrecha tras un biombo la cobijaba, en ese instante de despertar fue consciente de su loca y hermosa suerte y supo enseguida que nunca volvería a pasear en equilibrio por el alambre circense de su pasión solitaria….Desde ese momento pecaría subida al alambre, pero pecaría con Carioco….Carioco llegó a su vida.
A Carioco lo anunciaron en la pista central…sonando todavía los aplausos del número anterior… entre haces de luces de colores y una música que ponía en vilo los sentidos y la ilusión,…ella le vio. Carioco hizo dos números aquella noche… lo presentaron como un artista venido de la lejana Hungría…..un hombre pequeño y fibroso apareció en la pista, de ojos profundos como profunda era la tristeza de Epifanía….Apareció semidesnudo ante la multitud… encadenado y esposado…Carioco debía escapar dentro de un enorme barril de cristal y cerrado con un candado dorado…. lleno de agua azul y helada traída del Danubio para él. ¡¡El gran Carioco!!.... gritaba el eco del circo…. El escapista de los escapistas, capaz de borrar los caminos y aniquilar estrellas del firmamento…El ilusionista que no creía en los espantos y paraba balas de plata… Desde la misteriosa Hungría… su maestría en liberarse de las ataduras era mundialmente conocida y brillaban por el firmamento los candados de los que había sabido escapar…. Y ahora…. le arrebata el antifaz a la magia…cada noche en esta ciudad. Epifanía miraba atónica ese pequeño hombre que la incendiaba… aguantaba sin respirar tres minutos, decían de él….Suena un pequeño tambor y una flauta…Epifanía lo siente sensual e irresistible y a pesar de la distancia nota su aliento en su propio cuello…. La lejanía se convierte en cercanía y el aire se vuelve dulce…. Ella casi cree acariciarlo….¡¡El gran contorsionista!! …….sigue contando el eco entre notas musicales……que empezó muy pequeño cobrando en canicas bajo los puentes de Budapest…..que llegó del sol y apareció en la tierra…..Carioco…Carioco. Epifanía disfrutó de la función como quien asiste a la creación del mundo… sin respirar y notando un nuevo latido en su vida; no pudo resistirse a la mendicidad de esos ojos, a esa mirada triste. Desde ese instante decidió que esas manos que desataban cerrojos, fondearían en las lindes de su cuerpo y soltarían sus amarras.
No le acometió desazón alguna por la sumisión en que ella misma aprobó la silenciosa propuesta del hombre, en lugar de torcer el camino hacia la ciudad subió los tres peldaños de la pequeña escalera que subía a la caravana… ella pasea sin medir sus pasos, con todo el tiempo del mundo por delante, ajena a todo y a todos….entonces todo el orden de Epifanía se vino abajo. Y la gran armonía y tranquilidad de su vida se tambaleaba por momentos. Y allí está él, convertido apenas en una silueta de humo.
Esperándola, sin saberlo….Esperándola… Y traspirando magia y secreto desaliento.
Por primer vez se encendió su rostro en una cita amorosa, no parecía inquieta ni preocupada, solo concentrada en sí misma como asomada a un precipicio que no conocía. Epifanía conoció esa noche el color de los sueños… el juramento certero y voluntario a una voz que le susurraba y no entendía… La magia de ser dos dentro de uno. Y estuvo funambuleando todo el resto de su vida por la vida de otro, como si fuera la suya…. Viviendo en el riesgo mortal de volverse loca de amor. Carioco entró en su vida, sin apenas entenderse sus lenguas tan lejanas y tan cercanas… entró en sus venas como entraba en los barriles de agua helada, se encadenó a su piel y a sus latidos y la hizo mujer como hacía el triple salto mortal subido a un alambre de acero… La hizo así, sin más. La amó cada noche en colores pastel y alas de algodón…. Un húngaro, se decía para sí…mirándolo embobada y dejándose hacer, escrutándose y aprendiendo a mirarse ella misma como nunca lo había hecho…Y Epifanía se sintió así la más bella de las mujeres….así, en sus brazos. Admirada de si misma.
Y desde ese día, vivían la noche para amarse, ya nunca más se amó a solas. Temblaba bajo la mirada escorada de esos ojos… Epifanía Piola nunca antes se había visto sitiada por una mirada, y nunca antes se había rendido a su acoso. La demora impaciente de sus ganas y el recorrer exacto de su propio cuerpo sin necesidad casi de tocarla….la embrujaba. Casi sin rozarla esculpía la redondez generosa de sus senos, paseaba la pequeña cima de su vientre sin reparar en su ombligo y volaba sobre su pubis como si fuera un pequeño candado que abrir. Allí, tumbada junto a él, se sentía volver de laberintos oscuros que creía no haber transitado jamás, guiada por el sexo hábil y dulce de Carioco, la humedad de su lengua y las caricias de su mano experta…que la hacía estallar en el goce que irradiaba aquel momento mágico y desconocido para el pequeño cuerpo de Epifanía. Pasaron los años y sus amigas recibieron tarjetas postales desde todos los puntos del mundo… les contaba que la felicidad no era una mancha lejana en el tiempo, sino un viaje del que no pensaba regresar……que seguía pecando pero nunca más sintió la necesidad de hacerlo sola, que Carioco se paseaba por su cuerpo, escurridizo como un nudo en un cordón de seda…Que la amaba prestidigitadamente y la besaba por dentro, encendiéndola la certeza con la que él parecía desearla… le dio cinco hijos, vivió con los sentidos embotados y le fue siempre fiel en el secreto de guardar sus trucos… Vivió su amor itinerante y mágico por todas partes. Nunca antes, Epifanía hizo honor a su nombre y fue protagonista de la revelación de una pasión brillante y diáfana como la suya y no necesitó oro, incienso y mirra para ser reina de reyes.
Eso sí, cada mañana al despertar, cuando solo la algarabía de los pájaros rompía el silencio en la caravana, justo al amanecer, Epifanía tenía que tocarse entera…… Al despertar, y aún con los ojos cerrados, se acariciaba la piel asegurándose que seguía allí, viva. Palpar su realismo, acariciar su tibio cuerpo y su piel tan tierna, buscarse por los rincones para saberse viva y no muerta, después de esas noches mágicas de amor en que creía escapar de este mundo y de cualquier otro….en un número de escapismo y magia sin igual.....que solo, solo, podía hacer Carioco.
jueves, 3 de noviembre de 2011
Como la que tuvo mi mamá.....
Desde hacia muchos años, aquellas dos mujeres eran cada una, púa del mismo peine, de ese peine con el que se peinaban sus días. Formaban parte del mismo mundo, del mismo tiempo y de la misma historia. No les cantaron la misma canción de cuna, no fueron al mismo colegio…. Ni siquiera se contagiaron el sarampión, unas viruelas o tosferina alguna….Fue tiempo después cuando la vida las hizo amigas. Durante años los hombres las miraron con curiosidad y codicia, soñaron con el hueco bajo su falda y se sintieron turbados con su presencia, o con el simple barrunto de su pisar.
Solo a una de ellas la desvistieron con ternura una noche, del tul inmaculado que la adornaba, solo a una de ellas la tomó un hombre encendido mientras ella suspiraba, solo a una de ellas le pidieron prestada la vida y el vientre para llenarlos. Y los lleno ese hombre… con sus apellidos, sus hijos y sus noches de ansias y mil deseos. Solo Alfonsina terminó casándose una mañana de primavera casi sin saber ni cómo, ni porque…….. Pero con un hombre que la adoraba. Eso no fue obstáculo para que las dos compartieran la sorpresa, la inquietud y la espera de sus barrigas. Compartieron el amor de los hijos, los pleitos del único marido, compartieron noches de vigilia por un mal catarro o una fiebre repentina y sin motivo…. Compartieron los llantos y las risas. Compartieron horas de cocina y de costura, compartieron sus vidas….Y hasta una palangana donde se lavaban el cabello algunas tardes con jabón y enjuagues de vinagre. Compartieron varios secretos y un montón de días ensartados en recuerdos. Por el vientre de Alfonsina pasaron siete hijos como pasan las primaveras…. Con primores….porque ella seguía siendo la misma mujer hermosa….. Mientras que el vientre de Fernanda nunca albergó semilla, ni ilusión alguna. Pero todo en sus vidas, absolutamente todo… fue de las dos.
Alfonsina desde muy joven tuvo a bien declararse atea, le importo muy poco que el mundo estuviera de acuerdo con ella, pero siempre fue mujer de sentimientos nobles y dejó y pidió vivir. Sus hijos crecieron sin religión, bautizo ni escapularios. Sin niño Jesús en la cabecera de la cama…. ni credos, ni agua bendita…. Estuvieron totalmente desatendidos del Corazón de Jesús. Crecieron sanos, hermosos y libres, a pesar de no estar protegidos por
Alfonsina y Fernanda pasaban muchas tardes en los patios de la enorme casa que mandó construir su marido para formar un hogar junto a ella. En esa casa de cuatro patios y muchas ventanas que se abrían al cielo, siempre había niños que saltaban en los canapés, con la tripa al aire como hermosos gatos, compadres que tomaban café y tortas de pan y canela en la cocina… nunca faltó alguna cuñada que quiso copiar en papel el sueño de algún vestido… vecinas a hornear una carne o un pastel… siempre había gente entrando y saliendo, o a la sombra del enorme y viejo membrillo del primer patio, tras el enorme portón de madera con clavos dorados. Era la entrada al mundo de Alfonsina y estaba rodeado de bancos de piedra, donde las visitas se paraban a charlotear y de paso llevarse las amarillas y olorosas gamboas que guardaban en los armarios de ropa blanca hasta navidad… No existía casa en el pueblo donde no olieran sus sábanas y toallas al patio de Alfonsina, o sus cocinas a dulces promesas de carne membrillo. En esos patios, las dos mujeres pasaban las tardes cosiendo inventos, vestidos para los niños o quizás, Alfonsina hacía algún milagro con un trozo de tela y un botón. Mientras ella inventaba, Fernanda contaba de sus viajes… hacía posar a alguien para algún retrato o sonsacaba a Alfonsina alguna historia sacada de uno de sus viejos libros….si se decidía a contar, Fernanda se quedaba mirando al infinito como si algo se le hubiera perdido y lo quisiera buscar…. ¡¡Estas enferma de sueños!!... le regañaba Alfonsina.
A Fernanda le entristecía saber que le faltaba un paseo en camello por algún desierto…. o sentir su cabeza envuelta en un turbante y respirar en la lejana y embriagadora India… Quería tener alguna orilla distinta, amiga de amaneceres y terminar el día en una sierra perdida y tomada por bandoleros. Fernanda se pasaba la vida queriendo conocer un nuevo lugar… solo unos días para beberse los rayos de alguna luna que no fuera la que veía desde los patios de Alfonsina, ella ansiaba algo más que la paz escondida entre la tierra y las hojas de aquel membrillo.
¿No te gustaría cruzar alguna vez el mar, ese mar donde caben todos los colores?... Le preguntaba a veces Fernanda a Alfonsina…. Y ella siempre contestaba… No pienso salir de aquí, soy madre y costurera… Yo no soy aventurera.
Una tarde, mientras cosían vestiditos de piqué para las niñas pequeñas… Alfonsina le contó a Fernanda que tenía una perla rara debajo del pecho derecho…”Como la que tuvo mi mamá”…. le dijo. Fernanda levantó la blusa de su amiga y tocó la bolita…….. Exactamente redonda y cálida en el pecho de la mujer a la que tanto quería. El terror las inundó entera a las dos, pero ninguna palideció para intentar parar el tiempo y así, engañar al dolor que en aquellos momentos le subía a torrentes por las piernas. Fernanda, tocando la mejilla de Alfonsina y sintiendo el sudor miedoso que le brotaba en la espalda, le preguntó…
¿No pensarás morirte, verdad?
Visitaron a un médico que no pudo aliviar su pena de saberse pronto plana. Antes de nueve meses desde aquella tarde… Alfonsina caminaba ayudándose de un bastón, le dolía el aire y la tierra que pisaba, el sol del amanecer, la cuenca de los ojos y el vértigo de algún recuerdo. Estaba mucho más delgada pero no perdió su linda mirada ni ese gesto de bondad en su sonrisa. Fernanda dejó de desear otros sitios…se olvidó de viajar a otros lugares. Y acompañó a Alfonsina a la operación y a los tratamientos… Luego buscaron más remedios, visitaron médicos y curanderos, a brujos y un mago…Compraron hierbas y gotas a un alquimista…. Para al final, una tarde sentir la necesidad de visitar alguna iglesia.
Dios se empeña en que haga algún viaje, dijo Alfonsina, hincada de rodillas en un frío y duro reclinatorio… Yo empeñada en no viajar y él me lleva… Dios me lleva, Fernanda… y tú te vas a encontrar de pronto con siete hijos, una casa con cuatro patios, un membrillo que regalar y un viudo al que consolar.
Tu no te vas a ninguna parte, le decía Fernanda… eres una reina, un tesoro, una diosa… eres generosa, íntegra, valiente, perfecta… Tú, no me vas a dejar sola.
Alfonsina dejó de hacer planes para el futuro… de coser vestidos y de acompañar a las visitas hasta el membrillo del primer patio. Alfonsina solo hablaba con Fernanda de sus hijos, dándole mil y una explicaciones de las particularidades de cada uno. Haciéndole recordar las preferencias en las meriendas…. Las costumbres a la hora de dormir…. Este niño que tiene pesadillas….Ese pequeño que se gastará el pulgar de tanto chupar… Aquel otro que se levanta bañado en orín… y aquella muñeca mía que se hace la distraída a la hora del aseo o los adornos al vestir….Y aquella otra, la mayor… que ya suspira por los pasillos y tiene amores en las pupilas...... Sometiéndose las dos al tormento de dejar las cosas habladas… repasaban cuidados y manías. Llegó el día en que ya Alfonsina no pudo levantarse…. Entonces pensó que estaba equivocada… que no es que Dios no estuviera en su vida, es que estaba, pero estaba loco… Dios era un loco sin remedio.
El día en que enterraron a Alfonsina, en la casa entró de golpe, el desorden y el extravío….Su marido se cayó postrado bajo el membrillo y ya no la dejo de buscar. Y su amiga Fernanda heredó siete hijos, muchas ganas de llorar, algún desvarío y el mismo sueño cada vez que cerraba los ojos. Esta misma mañana, estando ensoñada en el último patio… con la cabeza echada hacia atrás, mientras una de las hijas mayores de Alfonsina le enjuagaba el pelo con un aguamanil, como siempre hizo su madre… La niña le preguntó, que sueñas tía Fernanda. Resoplando con genio y mirando al cielo, Fernanda le contestó. Sueño con tu mamá, que me cuenta que todo allí es igual, que esté tranquila… que allí me espera pero sin prisas…, que por fin ha viajado y sin equipaje, a algún lugar….Que es un lugar muy lindo…..Que la perdone por haberse muerto.
Besando a la niña en la barbilla y riendo al cielo…susurró.
¡¡Qué idea tuya la de morirte, Alfonsina!!
¡¡ No te pienso perdonar!!
Tampoco pudo formar...METÁFORA
martes, 20 de septiembre de 2011
Justa
La Eternidad de Miguel Gamboa
Los cuentos que la abuela Clementina sacaba de su caja de cristal, siempre olían a jazmines, a alguna hierba… a lunas de agosto y a cantos de grillos negros de los de verdad. Me gustaba oírla contar sus cuentos sentada en el umbral, bastaba una palabra para que la abuela comenzara a recordar. Aquella noche… recuerdo a la abuela trajinando con sus manos…. Desvistiendo habas para ponerlas en una cacerola que tenía al lado con ramitas de poleo y alguna cabeza de ajos…. Aún puedo sentir el olor del poleo…. le pregunté si ese cielo que veía era la eternidad…. Me recuerdo pequeña…. tumbada de espaldas en la acera aún tibia del sol de la tarde y mirar las estrellas… mientras oía a la abuela contar…. Nunca, nunca…. mi cielo ha vuelto a estar tan repleto como entonces.
Ayer…. Cuando le conté la historia de aquella hija loca de la abuela Clementina… él me dijo que si pasaba a tinta mi cuento, podría poner origen y tiempos a Miguel…. Podía decir que era indiano, poblano o quizás portugués…. Que llegó con un circo o destinado a un cuartel, que quiso ser torero… Que era casado, sacerdote o demonio con piel…. De Ausencias podría decir que era prometida de un marino, viuda de un coronel con seis hijos en su haber…. O quizás novicia, una casada infiel… o una devota insigne de Santiago Apóstol, aquél santo poderoso que asustaba a los moros a lomos de su caballo y que tanto impresionaba a la abuela Clementina…. No, no contaría más que un sentimiento con palabras acorazonadas…. El sentimiento de la eternidad, la eternidad del amor de Ausencias Tilo.
Ausencias tenía el vientre más perfecto y lindo que él había conocido…..así comenzó la abuela Clementina oliendo a poleo…..Una curva deliciosa y suave, le decía. Tenía la espalda pecosa y unas caderas sin mucha intención. Su espalda siempre tensa, viva y despierta… caminaba deprisa, como sin miedo. Quienes la conocieron contaban que tenía las piernas largas y firmes como una diosa, que era imposible mirarle el vientre y acariciar su pubis sin desearla entera.
Hubo un hombre al que le prometió su cuerpo lleno de luciérnagas… por el simple motivo de haberlas puesto en revuelo… Él no sabía entonces el frasco de locura y pasiones que estaba destapando con aquel beso…… era una mañana fresca de un once de febrero y un jardín en flor, la que desquició para siempre los ordenados sentimientos de Ausencias Tilo.
Ella le reconocía como el amor de su vida y siempre tuvieron la certeza de haber nacido para juntarse… No pudo ya olvidar el aliento que le entibió los hombros, ni desprender de su corazón la pena que la ató a la voluntad sagrada de aquel beso.
El amante de tía Ausencias era un hombre de maneras suaves y todo en él eran aguas y azules. Era correcto como el nudo en una corbata y loco como las olas a oscuras. Al menos así lo creía Ausencias, que cuando lo sentía lejano iba juntando avaricia de cada uno de los besos que se perdía, de cada sonrisa regalada a otros ojos, avaricia de caricias y avaricia de vivirle. Y entonces se rompía por dentro entera.
Se veían en un sitio escondido por donde nacía la ciudad. Miguel Gamboa se llamaba… y el resto del mundo no tenía nombre para la tía Ausencias. Era un hombre que con sus ojos negaba su irremediable destino, que tenía la inteligencia hasta en el modo de caminar, y las ganas de vivir cruzándole la risa y las palabras…… de tal modo que a veces parecía inmortal.
Cuando allí se encontraba, otro mundo se abría ante ella…. Con la tentación entre los ojos no podía olvidar el miedo y el pavor que le infundía ir en su busca. Iba miedosa y desaforada a encontrarse con el hombre de sus obsesiones. Cuando la puerta se abría, allí estaba él, dispuesto a cederle la boca y la mirada al mismo tiempo, entonces todos los riesgos y desazones se iban escaleras abajo y pasaban por debajo del portón para esperarla en la acera…. Su cuerpo se apaciguaba. Siempre tenían mil cosas que contarse…….. Jamás alcanzaron a meter el tiempo en el armario que nunca abrían… el tiempo se hacía férreo y se instalaba en sus cabezas, recordándoles la hora de volver a separarse. Hacían el amor sin echar juramentos, sin piruetas, sin la pesada responsabilidad de sentirse obligados a quererse. Y eran lo que se llama felices, durante un rato….riendo, riendo y riendo…… hasta que acababan llorando. Dispusieron del tiempo y la intimidad necesaria para amarse hasta alcanzar la maestría, no hubo fracasos ni desencuentros, y consiguieron descifrar la ciencia exacta del placer mutuo. Poquito a poco, muy poquito a poco…. Acompasaron el caos de sus impulsos al ritmo del latido conjunto de sus sangres, ablandaron su moral de granito, se acostumbraron a la desnudez, se hicieron más hábiles y menos tímidos, rezaron casi nada…. Eso es verdad…. y se rieron más…. Una ola de felicidad como nunca imaginaron, les sacudía el cuerpo.
Aquel rincón escondido era de los dos, tenía un balcón al que nunca se asomaron, ni creció planta ni flor… era un balcón silencioso de lo que ocurría en su interior. Alguna vez salió olor a café o a infusión, pan tostado o a esquejes de amor. Las paredes las llenaron de retratos, de letras de alguna canción o gritos de poetas a media voz.
Cuando apenas ella empezaba a cobijarse en el abandono de sus brazos, brincaban de la cama y se disponían a recoger ropas del suelo. Ayudados de agua y un pelín de jabón que compartían los dos, limpiaban de sus cuerpos las huellas de todo aquello…. Por la piel de los dos resbalaban los besos y las caricias, los susurros, las palabras de pasión y algún reproche. Se secaban envueltos en nostalgia y mil tristezas. Se vestían deprisa y acompañados de risa barruntaban la hora de marchar. Ella le regalaba un beso de los que regalan las mujeres enamoradas porque ya no les cabe bajo la ropa, y allí lo quieren dejar.
Él cerraba con una llave de oro y siete vueltas el portón de la casa y el cerrojo de su corazón, salían a la calle fingiendo que nunca se habían visto. Ella corría de nuevo a su vida envuelta en miedos y con el cuerpo aún enfebrecido y hasta el último rincón de su alma lo llevaba en carne viva. Sin embargo, esas horas de pasión y culpa, le habían dado una firmeza al caminar y un temblor en los labios, con los que su manera ganó justo la pizca de maldad necesaria para parecer… divina. Nunca Ausencias se sintió más mujer ni más hermosa.
Se amaron todo el tiempo, envueltos en el silencio, esperando un lindo revés que nunca llegó a sus vidas… Llevaban muchos años sin escandalizar la ciudad con su eterno noviazgo, cuando Miguel Gamboa murió sin esperarlo ni él siquiera.
Angustias Tilo fue en busca del cadáver de su amante como sintiéndose reina de todos sus derechos y le plantó dos besos en aquella frente que siempre sentiría tibia. Se hincó junto a él, acariciándole la cabeza con una mano y agarrándose ella entera con la otra para no caerse muerta del espanto. Lo abrazó como se abraza un cuerpo al que una está acostumbrada. Le aliso su pelo, le dibujó los labios con un dedo como había hecho mil veces y le acarició mucho rato las mejillas heladas. Envolvió su tesoro y lo veló como se velan los cariños, entre lunas y lágrimas toda la noche. Al día siguiente lo cubrieron de tierra oscura, de cariños soñados y de recuerdos y le dieron sepultura. Ella siguió algunos años amándole a escondidas porque así estaba acostumbrada…. Buscando la llave que pudiera abrirle el cerrojo que guardaba aquel balcón…Y loca decía…
¡¡Qué tontería enterrar el cadáver de Miguel, como si su muerte fuera posible!!
Siempre sabremos que él nunca estuvo más vivo que lo está ahora, y que jamás podrá morirse antes que yo. Porque no alcanzaría el viento a borrar sus besos de mis mejillas… ni nunca una tormenta acallará su voz hablándome bajito en aquel rincón. Miguel me pertenece. Me atravesó mi vida con su vida y no habrá quien me lo quite de mi boca y de mi alma. Aunque digan que ha muerto. Nadie puede matar la parte de Miguel que hay en mí. Ausencias nunca quiso a nadie más y a nadie se le ocurrió intentar quererla… sintiéndose llena de aquel perfume, de aquel brebaje atroz, de aquel veneno cálido…. Que la llevo tantos años a compartir esa cama clandestina….sintiéndose así, pasó sus días.
Y nunca pudo olvidar el conjuro de aquella mano, audaz y hereje como ninguna…. recorrer su espalda entera. Ni sus ojos, ni su boca…. Ni su risa chocando contra el techo…. Ni tantas palabras empapando la pared…. La pesadez del tiempo se coló en su cuerpo… Y sus recuerdos fueron a veces en blanco y negro, otras veces solo fueron recuerdos…..Se hizo vieja y siguió sola, buscando llaves sin parar….y cultivando amapolas en los huecos de escaleras, en las chimeneas frías, en las ventanas ciegas y en todas las aceras…..siempre siguió lleno su frasco de locura.
Siempre dijeron que estaba loca…. Y es que encimaba delirios y fantasías de colores como ninguna. De Miguel Gamboa, el eterno amante de la tía Ausencias… siempre se dijo que murió sabiendo que era dueño de un tesoro… Pero que nadie supo cual, ni tampoco lograron encontrarlo. Miguel Gamboa, sin saberlo…….se hizo eterno en el alma de la loca Ausencias Tilo…..Y a mi memoria siempre que huelo a poleo vuelve su historia.