lunes, 18 de febrero de 2013

Teresa escribe para que no se le olvide.




Padre…
Teresa va a escribirlo para que no se le olvide.
Fue a finales de Diciembre, mes de uvas, refugios y arroyos congelados. Mes de sopitas calientes y pies fríos, de turrón y mazapán, mes de humos y bufandas, mes de vueltas a casa y despedidas, un mes de sorbitos de café. Teresa quiere escribir porque tiene miedo a que todo esto acabe resbalando de su memoria loca y no quisiera dejar de vivirlo nunca, porque nunca ha vivido tan cerca de ti, ni ha disfrutado tanto de tu enferma compañía. Ella no quiere que esto se borre de su pensamiento y por eso escribe.
Fue un año entero de largos tormentos, un año que olía a la melancolía de los malos presagios, a medicinas… a caricias miedosas y eternos cuidados. Olor a  agrios y a hospitales, a ayunos y esperas… a inventos y ciencia, un año de mil intentos.  Pero perdimos, nos ganó su llegada una madrugada y aún no hemos podido con ella, ya nos rendimos. Todo un año de batallas intensas y tres días para despedirnos. Ese año visitamos médicos y pedimos milagros, nos trajimos pócimas mágicas y desilusiones, unas veces engañamos al miedo, y otras, la risa distrajo el barrunto de grandes tristezas con mis pastillas de menta. Ha sido el año más duro en la vida de Teresa, que es la que escribe, pero ha sido el año de todos, ha sido el año en que te ibas y querías quedarte, el año de agarrarte a la vida con hilos de amores y soportares… Mil andamios nos inventamos. De paciencias y aguantes… de ateísmos fingidos y enfados cristianos.  Aunque Teresa quiere escribir que ha sido el año más bonito de su vida, por tenerte tan cerca y necesitarla tanto. La has llamado mil veces… siempre de madrugada y  a oscuras, de día nunca ha hecho falta porque la tenías cerca… Nunca Teresa ha paseado tanto el alma asustada por un puente, con prisas de lágrimas, de músicas frías y espaldas sudorosas… ¡¡Por desobedecer a la climatología, tú me reñías!!...  Han sido noches sin sueños y congoja en las venas. La llamaste por dolores, fiebres, sudores y espantos. La llamaste con ansiedad, con prisas y con la total seguridad de que vendría a tu lado… Tenías esa certeza y con ella te fuiste.
Teresa sabe que ha sido el año en que te ha llevado más dentro, te ha ayudado a morir como tú la ayudaste a nacer, con ganas y sin cansancio, porque otra cosa no podía ser. Quizás no lo ha hecho bien del todo y se le ha escapado algo, pero ya… poco importa. Todo estaría escrito como ahora ella escribe esto, donde las penas se escriben… Y con tinta de quereres y desengaños…antes que su cabeza quede aletargada en algún rincón del cielo y solo pueda soñarte, Teresa lo escribe. Por nada del mundo quisiera olvidar este año, por mucho que el mundo diga que debe hacerlo, pero ha habido tanto de hermoso, que Teresa no quiere.
Fue un año de infortunio, una primavera de comuniones, de sorpresas y miedos y un verano de sequías en las que vomitabas un líquido parecido a la luz de la luna, un frío brebaje te recorría los huesos, llorabas lágrimas como cuchillos, y en la boca sentías una nausea de eternidad perdida,  se extravió el apetito y tu ropa te colgaba como de un perchero antiguo. Tus zapatos con tus pies dentro danzaban en un arrastrar de Cristos en madrugadas. Tu sangre un día era mermelada y el otro era gaseosa. A veces tenías bolitas de plomo en el pulmón y una losa enorme te aplastaba el pecho. Tu estómago se durmió, tus dientes no te servían, se lastimó tu mirada y castigaste a tus gafas a un eterno sin servir, una abeja  quiso hacer miel en tu oído y tus piernas ya no paseaban, dos tranquillas las llamabas. Tus fuerzas se te escapaban día a día, los mismos que tú contabas. Te mirabas tus propias manos, unas manos que no conocías y buscabas la mirada de mamá por si ella estaba cerca, tan cerca como tú la querías. Y llorabas y más llorabas.  Un ascua de fuego se quedó a vivir en el tragar y te hacía buscar el oeste constantemente en una mueca retorcida, tu hombría y tus recatos fueron restos acabados, tu pudor no lo entendió hasta que claudicó. En tu rendido cuerpo empezaron a aparecer los primeros rotos y descosidos, mamá se quiso morir, con eso ya no podía.
Una mañana se detuvo tu vida, se detuvo en los ojos de mamá y en los míos, se detuvo en tu aliento, en las lágrimas de todos y en las paredes del cuarto. Toda una noche susurrando palabras que se enredaban en el principio de tu alma y en el borde de nuestros miedos, palabras que nadie entendía… No quiero saber ahora qué decías porque me ahogaría.  Era mucha la impotencia y la agonía… Y en la mirada de todos había sabores a destino marcado, y olores a desaliento, sorpresa en tu postración y temor en nuestro desengaño. Era todo una locura que no podíamos ni entender ni parar.
Ese amanecer, al abrir un poco los postigos de la ventana entró el alba como una espada empapada en muerte y te llevó. Te llevó despacio, como mamá quería… ni un solo estertor ni un solo portazo. Tu respiración cantó una canción de cuna… te meció lentito, tiñó de morado las yemas de tus dedos y seco tu boca y tus riñones, relajó tu rostro y titiló tu alma. Y así te fuiste. Sin más.
Teresa se tumbó en el suelo, a tu lado, esos tres días… para no dejar de mirarte y que tú la vieras.  Y mamá en la cama, contigo, vestida y preciosa… cogiéndote la mano y besando tu frente a cada instante. Tus hijos echaban su angustia y tristeza en sillones o lugares donde el miedo no los dejaba cuajar. Fueron tres días de encierros y reclusiones… de celdas familiares y voluntarias. Nunca la voluntad en casa fue tan de todos.
La primera noche… fue la alarma de madrugada, la llamada, la sirena y la sentencia. Esa noche dejaste de llorar para siempre. Noche de fiebre, de abrazos, de mantas y escalofríos… Empapado en un sudor con fragancia a las rosas de tu patio que se despedían… Y brotando en tu pelo brillos de penas y glorias… “Esto ya no se me quita”… Le dijiste a tu Teresa, con un susurro de entrega y la mirada perdida. Mientras ella y mamá te abrazaban con mil mantas y el peso de su propia  resignación, mientras te intentaban regalar toda la tranquilidad de su rendición. Tú…Tú,  ya lo sabías y ella aún no. Tu ya sabías que te ibas, inmovilizado en un ir y venir de tiritones y empapes fríos, una fuga de lamentos lentos… Y el peso de setenta y dos años de poca vida, de una vida chiquita y sin altares, una vida que perdió la suerte cuando te cortaron el cordón que te unía a tu madre y no ha existido talismán posible que te la devolviera. Ya… Ya te echaste en mis manos y te dejaste llevar, ya no cambiaste de postura ni pediste permutas ni mudanzas, te entregaste con ojitos de infancia, con morriña en las pestañas y pavores negros en tus tremendas pupilas. Nunca has tenido los ojos tan bonitos como en este año, eso decimos todos… la delgadez ha subrayado esos dos pozos de serenidad que has regalado siempre, ese atisbo pausado y de espera y unas pestañas larguísimas.
La segunda noche fue de aspavientos, de miradas con preguntas y plegarias de manos… ¿Qué me ha pasado?... susurrabas en un punto de mejoría que ensordeció a mamá… mejorías de muerte y alarde de fuerzas… dicen los de siempre. Aún te estoy respondiendo y engañando porque a pesar de preguntar nunca quisiste saberlo.
Con las manos cogidas, tu Teresa te contó un cuento… con la voz hecha pena y empalagada en llantos y escondidos disimulos, te conté un cuento… Me disfracé de hada y te conté un cuento… Una quimera de bailes de azúcar y de tensiones que se bajan al infierno, inventé medicinas y curaciones… Te disfracé realidades y desplegué fingimientos… De lentas mejorías y dificultades manifiestas, ese era mi cuento… Hasta que no escuchaste la fábula no te dormiste, ya no hubo ademanes ni gestos… ni más preguntas, solo silencios.
En el suelo… encima de unas mantas y envuelta en alertas, Teresa te vigilaba, amenazada de resfríos y protestas de mamá… Teresa no te dejaba. Tú… la llamaste y ella, allí estaba. Desde allí, a tus pies defendía tu respiración cada vez más ingrata, rellena de ansias y de jadeos… Y tu mano helada. Cien, mil, mil veces escondió Teresa tu mano helada e hinchada bajo tus mantas esa madrugada… mil veces que tú despeñabas tu mano y colgabas de la cama buscando el frío o la escapada. Tu mano helada, tu mano hinchada aún me despierta en la noche pidiendo que yo la esconda, que tiene frío. Y la siento congelada, hecha nieve tu sangre y una inmensa nevada de azúcar son tus huesos. A tu lado, junto a tu cuerpo, el cuerpo de mamá, ese que tanto amabas, te velaba… Esas tres noches respiró a tu lado, con tu  mano izquierda cogida y rodeándote de besos, te peinó mil veces, te dio gotas de agua y si hubiera podido, hubieran sido gotitas de vida. Ella cuidaba de esa vela que se apagaba. Bellísima, así estaba…medio incorporada, de lado y en su codo apoyada,  la recuerdo de morados y plateada, con sus medias de cristal… siempre vestida, no quiso desvestirse por si te ibas y tenía que perseguirte o te la llevabas.
Creo que nunca estuvieron menos cansadas… Mamá y Teresa trasnochadas.
Y tus hijas volaban por la casa, intentando pasar la espera entre desvelo y desvelo nos visitaban… Y tus manos heladas, tu boca seca, tu cuerpo quieto y tu alma amenazada.
La tercera noche fue el claro recelo y el cumplimento de la sentencia, las  cuarentiocho horas ya se pasaban, o llegaba el milagro o te marchabas.
Tu cuerpo apuñalado por una luna llena inmensa que invadía la ventana, se perdía. El alma se quedaría.
Te dejaron en el pecho una llaga de aflicción abierta a la vida y unos remedios para inyectarte y suavizar tu partida. Una llaga y una diminuta cánula por donde meter remedios, algunos susurros y algo de equipaje.  La cánula la tapaba un suave velo de novia pegado a tu piel y una mariposa con un pequeño tapón por el que se escuchaba la escapada de un leve tic-tac que se paraba. Tuve que combatir con la sospecha, las dudas, la sangre que se escapaba y el disimulo. Se hizo duro, padre, se hizo muy duro, pero no cansado. El velo de novia se tintaba de rojos y yo no veía… Y te limpiaba.  Miraba instrucciones, sopesaba indicios y combatía… ¿Qué te ponía?... Tenía pautas y buscaba un equilibrio que no tenía. Ansiedades… Ahogos… Dolores… Todo nos visitaba aquella última madrugada y tú nos pedías, con tus pequeñas muecas y tus sonidos, un hombre enfermo y mujeres ansiosas y llenas de miedos…Y te ponía, destapaba el taponcito, limpiaba el velo, que no manchara tu cuerpo la sangre descosida ni te ultrajara…mamá no hubiera querido verte manchado y yo temía.  La insolente enfermedad se cebaba hasta el último instante de tu agonía.
Teresa buscaba sus gafas y mil paciencias, leía indicios y propósitos… aguja, pócimas, sueros y te inyectaba…. Y tú esperabas…mamá esperaba… ellas esperaban… Y Teresa esperaba, la suavidad de la despedida. Y limpiaba el velo… era obsesivo, que no te abochornara más tu sangre, ya era bastante… Siempre te gustó estar limpio. Tu dolor se apagaba, tu barbilla miraba al cielo, la ansiedad se dormía y tu respiración se aflojaba, pero tú no te ibas. Todo el cuarto olía a hechizos húmedos, a rincón caliente y a azulejos fríos…olía  a lágrimas de pétalos de tus rosas, porque lloraban. Las rosas del patio de tu casa se despedían, nacían esquejes entre los pliegues de las sábanas, debajo de la almohada y en el borde de las estampas de santos, tus pájaros se escondían en las arrugas de la manta y entre los pespuntes del edredón, calladitos y sin cantar, solo esperando. Esa noche nadie se movió del cuarto, tus mujeres descansaban  su tristeza como palomas negras en un revolotear de piernas, en un ir y venir que no les templaba, Teresa en el suelo ya no se posaba. El filo de la luz de la lamparita  cortaba sus cuerpos y tu agonía. Demasiado larga se nos hacía… Mirábamos al cielo y buscábamos socorro, alientos a café y ojos inyectados de insomnios. 
Nunca oliste a hombre solitario y mucho menos entonces. Quisiste que fuera así y así ha sido. Con mamá a tu lado y tus hijos cerca, en tu cama de siempre, con un clavel rojo atado a un cordón en el pomo de la cama… con ausencias de hospitales y velatorios, entre tu gente… y con los tuyos. Esos que quieres y que te quieren. ¡¡Cuánto dolor, padre mío!! …. Quieres silencios, tendrás silencios. Lleno de besos y de caricias, así te has ido. Al llegar el alba, Teresa te dijo  que te marchabas…Tenías que irte… Que te esperaban… Hubo que darte permiso y tu pasaporte… Eras tan obediente y tan buen hombre, que sin permiso, tú no te ibas. Vete padre, vete tranquilo...Vete con los tuyos… Te dijo Teresa con la voz rota y con su mano en tu cara, que te espera tu madre y están los tuyos…Esos que tanto has llamado estos últimos días… vete padre, mamá estará entera y bien cuidada… vete padre, vete tranquilo… Te dijo la hora y que era sábado, mamá en una mano y Teresa en otra, tus hijas contando tus últimos suspiros y perdiendo los suyos… nos miraste perdido y moviste las manos muy lento, muy lento, las hiciste un nudo, las posaste en el pecho y en pocos minutos ya no estuviste.
Y las manos de Teresa escocidas de muerte, como nunca antes las había sentido.  
Necesitabas permiso para marcharte y con mucho dolor ya te lo dimos… el rostro de la mujer que tanto amabas y tenías reflejado en las pupilas se te borró de pronto.  Se acabó la enfermedad y el infortunio… Se oyó fantasmal el susurro de la muerte e invadió  tu cuarto el silencio y el olor ácido de la tragedia.  Ahora llegó el dolor, el abandono y apareció la ausencia. Nuestro sueño se nos pudrió dentro. No necesitaste escapularios ni agua bendita porque bendito ya estabas. Ni maquillajes ni excesos, ni visitas ajenas ni campanas al vuelo, viviste en silencio y así te fuiste.
Un hombre sencillo que siempre quisimos convertir en rey.
Vinieron a buscarte dos jóvenes ángeles negros y te envolvieron en lienzo blanco y olores a talco, madera oscura, dijo mamá y fue todo lo oscura posible. Ahora que el dolor a Teresa le chupa la memoria, quiere escribirlo antes de que se ventile la desdicha y algo se olvide. Tu padre se murió un día, se mueren los padres de todos, pero ahora el que se ha muerto es el mío. Por eso escribe esto Teresa con sus maneras y desde su mundo, ese en el que tú la pusiste.
El alba dejo un cuerpo inerte y nuevos soles. Una mañana de domingo de últimos de Diciembre, un paseo al ángelus que tu hijo conducía y un cielo que no debía ser tan precioso… Así acabó todo.
Terminó con tus cenizas templadas entre las manos de Teresa en un asiento de atrás y una descomposición de besos en el forro de sus bolsillos.
Teresa tiene que dejar aquí las ganas de escribir porque sería eterno, sucedieron revuelos,  aparecieron reliquias inventadas, Teresa tiene tus gafas para guardar siempre tus últimas miradas, tu cartilla militar escrita con tus letras  y algún tesoro, solo recuerdos, enmarcamos tus sonrisas y guardamos tu peine y tu identidad en otras manos, nos hiciste regalos después de irte. En casa existe una corriente de amor que pinta el camino al sitio,  se puede seguir por las losetas de mármol blanco y sufre constantemente un síndrome de flores,  no podemos dejar de ver tu cuerpo dibujado en un susurro y todos sufrimos empacho de sueños en los que creemos que todo ha sido mentira, menos tus pájaros que no sueñan y siguen cantando. A mamá le duelen los dientes de tanto roer la pena, pero el Señor y dador de vida te la ha quitado.
Te quiero, padre, te quiero… Tu Teresa escribe esto para que no se le olvide.

martes, 7 de febrero de 2012

Enriqueta Quebranto



La vida de Enriqueta no era una vida con letra de bolero, no era una vida dulce de guiños de cantina…sus días tenían un latir rasgueado y lacado, de una punteada mala suerte. Ella era de raíz arrabalera y un puro desengaño…aunque desde chica fue abandonada, nunca traicionó sus anónimas raíces…Y se consideraba verdadera y auténtica como ninguna. Estuvo siempre orgullosa y arrogante de su baja cuna…su vida no tuvo letra de tango…aunque sus sentimientos si fueron pasajeros, de los que encandilan y embaucan entre humos de cigarros y brasas de candelas, fueron sentimientos llamados siempre al fracaso…...Se apellidó Quebranto, pero bien podría haberse apellidado Trabazones, porque tenía el corazón trabado… quebrado, sin posibilidad de amar otra cosa que no fuera ella misma . La música de su vida expresaba soledad, una inhabilidad para establecer cualquier lazo estable y cuerdo que llenara de calidez su nido…La madurez de Enriqueta se inundó pronto de un matiz carnal, enaltecido de una brusca sensualidad, tan elemental y tan lisa que carecía incluso de tristeza o melancolía… Enriqueta existía casi sin existir….quizás había aprendido a no sentir…su asolada infancia justificaba cualquier torpeza en el intento de acometer un capítulo en su vida que consistiese en un lazo leal. Todos los que la conocían, sabían que Enriqueta no contaba.
Enriqueta no se apellidó Expósito por un puro milagro, porque el día que la dejaron recién empezando a andar en la Casa Cuna, traía como tesoro un libro de familia marchito y lleno de garabatos tachados, envuelto en una bolsa de plástico; y una madre que durante muy poco tiempo la visitó…Ella no recuerda su cara pero sí su incierta compañía, a veces cuando quiere acordarse de esas visitas, duda ciertamente sino se habrá inventado esa madre para lacar de un poco de decoro y tibieza sus primeros días. Enriqueta, aún hoy día, apenas alcanza a conocer algún detalle acerca de su identidad…. Pero ya poco le importa. El día que abandonó la inclusa con destino a una casa para servir, le pusieron en la mano su libro de familia y entonces supo que nació en Malandar, una ciudad con puerto…hacía dieciséis años… que su padre se llamaba Martín y su madre Catalina…No tenía fotos de sus padres ni ella sirvió nunca de modelo a un objetivo hasta muchos años después…En ese momento supo que tenía que hacerse cargo de su propia vida, y que hay cosas que a ciertas alturas no se pueden cambiar.
Lo que pasó en sus primeros años de hospicio lo cuenta Enriqueta con mucho orgullo y también mucho dolor… allí aprendió a leer y a escribir, cien oraciones, un rosario y muchas vidas de santos, la enseñaron a coser y a bordar, a aguantar el frío y algún azote, aprendió a lavar los trapos menstrualmente ensangrentados de las monjas en un barreño de cinc con agua bien fría, aprendió a olvidar el olor del agua sucia y aprendió que estaba sola en el mundo. Lo que pasó en los años siguientes de salir del hospicio fueron capítulos de una amarga novela…. Servilismo y trabajo, abusos que no sabía que lo eran, falsos cariños cambiantes y derrames de tristezas que ella no quiere recordar unos días, y otros los engalana y abandera con devoción. Enriqueta no sabe hacer otra cosa que servir a los demás, vivir su vida de una manera devota y mística, casi sin desengaños ajenos, porque de ella poco se espera…. Enriqueta es libre. Sin otra atadura, que no sea su mirada al cielo al despertar…. Y ese absurdo disfraz de heroína de un injusto pasado, a la que por su desventurada desgracia, todo se le perdona.
Ni ella sabe cómo…. porque confunde, miente y olvida……con cuarenta y cinco años y un hijo en el mundo se casó en el lecho de muerte con un pudiente anciano venido a menos que la salvó de dormir en la calle y arregló su situación. En ese mismo libro de familia, ella con su puño y letra escribió la fecha de la boda y el nombre del maduro novio en cuestión…. Garabateó y tachó a su conveniencia hasta confundir al propio libro… Así, inocentemente cubrió de decencia y honra su cuestionable vida. Pudo quedarse a vivir en la vivienda de su viudo marido y hacerse dueña y señora de sus enseres y de su hogar. Hoy sigue viviendo allí, en una casa baja, con tres habitaciones que a veces alquila a gente de ir y venir y una cocina comedor, donde vive un sofá de tres plazas y duerme un inmenso gato. Lo más vivo de la vivienda es la ventana, esa a la que miran sus conocidos, buscando inconscientes el jarrón de Enriqueta tras los cristales que asoman al prometedor mundo de su dueña. Porque Enriqueta, además de realizar pequeños arreglos de costura a sus vecinas y alquilar habitaciones, a lo único que ha dedicado sus ganas es a recibir en su sinuosa casa. El jarrón en la ventana es el señuelo y la celada para quién quiere frecuentarla. Como la Dama de las Camelias, ese jarrón es la señal de beneplácito que obtendría quien la visitara, es la señal de que está sola y dispuesta a entregar su cuerpo entero. El jarrón antiguo y algo desconchado encarna un soporte esencial de recuerdos para los que pasan y no entran, encarna la naturaleza fría, seca y burlona de su dueña…Es blanco y celeste con voluptuosas formas grabadas y sobresalen de él algunas rosas amarillas y blancas, colocadas distraídamente, con un poco de polvo en los pétalos y el tallo de alambre desnudo y oxidado.
Ahí va Enriqueta, pequeña y con anchas caderas, con unas piernas rotundas y una cabeza demasiado estrecha para ella, camina con brío y orgullo, vestida con un traje sastre marrón y una blusa blanca que se le pega a sus maduros pechos con cierto descaro y tocada con un sombrero beige un poco deslucido que enmarca su rostro cetrino. Lleva unos guantes que le dan un barniz sacramental y unos pequeños zapatos de tacón que alguien le ha regalado de algún invierno antiguo; sus ojos miran con desconfianza a la gente a su alrededor sabedora de los murmullos que despierta al pasar, pero lleva su cabeza bien alta, haciendo gala de esa arrogancia que la ha parapetado siempre ante los cotilleos de la vecindad.
A veces le salen mal sus cuentas…como ahora… llega de la calle con compañía y se encuentra a su hijo adolescente sentado en el sofá con su gato siamés en los brazos. Es un niño asustadizo y solitario… que pasas sus horas acariciando el pelo blanco de su gato o se pierde por el borde del río con su vieja bicicleta. Ella es descuidada pero no insensible, no desatiende nunca totalmente sus deberes de madre y en las atenciones hacía su hijo se le escapan las únicas pizcas de amor que es capaz de regalar Enriqueta. Al encontrarse a su hijo en el salón, se excusa ante su amigo, se quita los guantes y los guarda bajo su axila, busca algo en el bolso que no logra encontrar; entonces con una sonrisa prometedora… le ruega a su acompañante que le de un poco de dinero al niño para que se divierta por ahí….Y este con ansias demoradas y un poco nervioso, sintiendo que ya no hay marcha atrás y guardando su pudor ante el muchacho, atina a abrir su cartera y pone en la mano del joven un billete doblado. Contento y esperanzado, notando a su espalda el silencio del lecho dispuesto y adivinando como una dura piedra su miembro escondido y furioso, soporta la tensión del instante con la mirada baja y el cuerpo inquieto. En ese morboso momento llega a oír que el muchacho promete irse, no sin antes dar de comer a su gato….el joven sonríe con una mueca aburridamente gastada y mientras, por el rabillo del ojo busca en sus caras el filo de la traición.
Los minutos se vuelven lentos, mientras el muchacho se decide a abandonar la vivienda, el curso caprichoso del tiempo, se condensa en un silencio incómodo hasta que Enriqueta toma a su amigo del brazo y lo hace entrar en su dormitorio. Ya detrás de la puerta y mientras los ojos se acostumbran a la penumbra… el hombre… envuelto en una incómoda premura observa como el objeto de su capricho queda en combinación después de haber tapado con un pañuelo negro el retrato del difunto marido que adorna la pared. Con unos gestos cadenciosos, la mujer se saca por la cabeza una combinación de falsa seda blanca, orlada de encajes de la que emerge su cuerpo moreno y contundente, radiante y duro como la corteza de su corazón. El chico impaciente…. vuelca unos desechos de pescado crudo en un plato viejo y desconchado….y acerca al gato tomándolo por su grueso y peludo cuello. Espera un poco para ver comer a su animal, sentado en una banqueta a la puerta del cuarto, a través de la cual se filtra cada palabra, cada rumor y quejido…pellizcándole justo en el corazón. Cuando entre los ruidos se percibe el pataleo de los pies descalzos y el roce de las sábanas crispadas, acaricia a su gato y sale de la vivienda….sabiendo que no puede volver antes de oscurecer….Y que su madre… sin querer… le ha robado el ángel de la guarda, la risa de sus ojos y su pequeña alma.......Pero como bien dice ella, Dios aprieta pero no ahoga....... Y se apresura a la calle notando el billete doblado en la palma de su mano.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Doña Impedimenta


Malandar me pareció una ciudad triste, tal vez porque sin saberlo estaba pintada con colores de viejo y pobre puerto, una ciudad gris, un gris como de lágrima churretosa, poblada por gente gris, gente llorona, como si el peso de su reciente historia de tantos y tantos momentos le pesara en su alma como una losa.

Doña Impedimenta es fruto de la guerra, por decir algo…un fruto frívolo de la posguerra…por excusarla de su mala vocación. Si conversara con nosotros en este momento sentada a la mesa de su cocina, inevitablemente nos enseñaría, levantándose la bata y el delantal, esa herida de la que presume a la vez que se queja… una brecha entumecida en la pierna derecha a la altura de la ingle, muy profunda en su carne mantecosa, que cuenta ella, proviene de una mala bala fascista; luego, de un cajón del aparador sacaría un documento envuelto en plástico que certifica cierta invalidez y una determinada pensión compensatoria que no acaba de llegar. Así lleva años, contando esta historia y justificando su herida, aunque muchos sospechan y con razón, que su lesión es obra de algún turbio conflicto bastante ajeno a la guerra. Doña Impedimenta vive en Malandar desde que se casó… llegó allí del brazo de un marido cartero que la trajo de Dios sabrá donde… Con unos cuantos muebles, el ombligo seco de un recién nacido hecho reliquia, guardado en el sostén y un pasado desconocido prendido a la solapa de su viejo chaquetón. Se instaló en una planta baja del edificio de ladrillos rojos que hay al final del puerto. Antes había sido el piso de la portera, la difunta madre de su marido cartero…. Era un bajo triste y oscuro, aunque con un orden antiguo, de tiempo de paz….ajeno a guerras y ajetreos de puerto. Sus paredes se filtraban de una humedad salina que hacía que tuviese todo el día las ventanas abiertas, medida esta que no desagradaba a su dueña porque así se mantenía enterada de todas las novedades del pueblo; información imprescindible para llevar a cabo las labores a las que tanto es aficionada y que le dan sustento. Porque el marido cartero de Impedimenta no trae nunca dinero a casa, la endeble fortuna que gana se la bebe entera antes de encaminarse al dulce hogar que comparte con ella.

Hace muchos años que tiene la necesidad de beber metida en el cuerpo. Esto es un motivo eterno de reproche para la mujer del cartero, pero también un consuelo necesario para acallar su conciencia compasiva. A veces en su cocina llena de humo y de suelo húmedo, donde en el fogón siempre huele a exquisitos guisos y especias, se agrupan amigas del vecindario, mujeres que van y vienen y algún hombre extraviado…Ella los sienta alrededor de la mesa, uniendo así sus pobres y variados lamentos a los de ella…Y se les queja de lo caro que está todo, de los dolores de piernas, de sus deudas, de su herida de guerra y de la traición económica del marido. Se queja de su soledad, de su callado pasado, del abandono de su marido cartero cuando diariamente viene borracho y se pasa la tarde dormido, se queja de no obtener de él ningún detalle de gratitud por el amor y los cuidados que le profesa….Porque Doña Impedimenta cree ante todas las cosas en el amor.

Y a eso dedica su esfuerzo y a eso consagra sus días…Desde muy temprano, se pasea el vecindario buscando novedades que tengan que ver con el amor o la desdicha que proviene de él… Se entera de quien ha enviudado… De esa mujer madura que sigue hermosa y aún no está ajada…Escucha lo desdichada que se encuentra alguna joven quejosa del abandono que sufre por parte de su marido, aquella otra que convive míseramente porque su marido es un derrochador…. La joven casada con un soldado desaparecido y cansada de esperar, o aquella otra que carece de medios pero tiene un buen cuerpo que festejar….También escucha la zozobra de algún mal sacerdote, de un marino ajeno a este puerto, un militar alejado de su hogar o la inquietud interna de una mujer joven amortajada de castidad. En Malandar hay ahora escasez de medios, son malos tiempos, pero ella cree en el oficio del amor y a ello se ofrece con una enorme entrega. Doña Impedimenta escucha zalameramente las confesiones, los suspiros y lamentos de los habitantes de Malandar… escucha con devoción de alcahueta y asistiendo al más intenso afligimiento… no puede dejar de derrochar una sospechosa generosidad para con esa desdicha ajena y enseguida empieza a consolar a su prójimo. Entonces propone concretar una cita sanadora de esa pena, promete buscar solución a ese sufrimiento que no la deja indiferente… y traer pronto noticias de solución a ese tormento.

Allí, en su casa…Doña Impedimenta establece el imperio del amor… Tras fijar una cita, espera entusiasmada la hora de facilitar a un hombre y una mujer un lugar donde regalar sus cuerpos. Desde muy temprano, la casa de ladrillos rojo del puerto es visitada por los huéspedes ocasionales de Impedimenta…Aunque la tarde la pasa sentada en la cocina oyendo los ronquidos borrachos del marido, pelando verduras o despellejando algún barato majar para echar en el fogón…. Ella dispone de la mañana completa; mientras su marido reparte cartas y paquetes, se sumerge sin saberlo en el vil delito de lenocinio, una palabra demasiado ajena, que ni siquiera sabe que existe. Con esmero, apaña citas de enamorados o desesperados y así consigue sobrevivir, porque de ahí proviene el único sustento de esta mujer cómplice de algún Cupido loco y perdido.

En ese instante en que están dispuestas las dos almas y en total acuerdo de intereses… ella establece la cita. Cuando llaman al viejo portón desvencijado y podrido que cierra la vivienda, ella invita a entrar al hombre a la cocina y atravesando un pequeño pasillo mal iluminado, lo hace pasar a la pequeña habitación del fondo donde ya le espera la joven que él ha solicitado. Es una habitación que huele a amores rancios y a colonia de jazmines…provista de una espaciosa cama de matrimonio… la misma cama donde el marido cartero roncará la borrachera por la tarde….Impedimenta ha vestido la cama con la mejor de sus colchas para que el objeto del deseo espere sentada. Y ahí está, esperando la seguridad de unos brazos que le anuncien un deseo y sin saber aún que las sábanas se pegaran a su cuerpo debido a la humedad del dormitorio.

Dentro de su escasez y penuria la habitación está muy cuidada… Los huéspedes pueden disfrutar de un barnizado taquillón, una alfombra, unas cortinas de otomán color vino, una bonita lámpara de cristales azules que adorna la mesilla, y además, las paredes están cubiertas de las pequeñas obras de arte que guarda con esmero la dueña de la vivienda. Son labores en petit point que realizó Doña Impedimenta con sus manos jóvenes, hace muchos, muchos años. Allí, en aquel pequeño y coqueto reino del amor, se establecerá un leve contrato que aunque feliz y conforme, nunca durará más de lo dure la efervescencia de los dos, será algo rápido…casi no les dará tiempo a percibir el olor ajeno, un acre olor físico que se eleva del colchón. Ya en la habitación, hace las presentaciones, sonríe y se ofrece a satisfacer cualquier capricho o necesidad, corre las cortinas y enciende la pequeña lamparita de cristales azules, creando un grato e íntimo ambiente…Muestra el armario donde está lo que puedan necesitar y señala la palangana de agua y la pastilla rosa de jabón que está sobre el taquillón; y al advertir en la cara del hombre un destello de satisfacción e impaciencia, abandona la habitación y vuelve a la cocina y a sus labores. Allí se entretiene en cualquier tarea de costura o se ensueña dulcemente imaginando lo que sucede en la habitación…. Imagina una conversación animada, unas risas, la estrofa de una canción…sueña el crujir del almidón de las sábanas, aunque ella no puede almidonar porque es un lujo el almidón… adivina algún dulce lamento o el crujir de un muelle del colchón…

A veces incluso deja algo a fuego lento en el fogón y calculando el tiempo en que tardará en llegar la culminación y desenlace del lindo suceso que ella imagina, sale a la calle a buscar con diligencia otro motivo que la llene de satisfacción. Porque aunque ella se sabe alcahueta, siente la enorme necesidad de amparar en su casa a quién en temas de amor no encuentra amparo. Cuando siente que los ruidos en el interior de la habitación anuncian que la cita ha terminado, ella se pone a un lado de la puerta con los pies juntos y recibe en la mano la propina acordada, la agradece y corre al pasillo para vigilar desde el portón que la calle ofrece discreción al hombre, primero, y unos minutos después, a la mujer… Desapareciendo al instante los dos de la visión que ella alcanza desde el portalón. Doña Impedimenta ríe con satisfacción porque los siente salir contentos de este lance de amor pagado. Se siente feliz por la generosidad que despliega en el intento de emparejar almas y no siente el más mínimo remordimiento, porque fundamentalmente ella piensa que la necesitan… que emparenta necesidades…Y de eso vive...No tiene ni la más mínima duda, jamás piensa que algún despechado o vecino malhumorado pueda dar las quejas a los guardias y presentarse la policía en su casa… no espera asustada que le llegue algún día una citación por su fea conducta… Ni piensa como explicará al juez su falta, porque se siente libre de ella. Si alguien le preguntara lo negaría y justificaría su acción en la necesidad de amor que sufren esos cuerpos y en la situación precaria en que ella vive sus días… se golpeará el pecho afirmando que es honesta, que la calumnian por envidia… y enseñará encantada la herida que siempre está deseosa de mostrar. Doña Impedimenta no se siente otra cosa que no sea un ángel que otorga a los demás los dones de los que ella misma carece con pesar… ahí está ahora, jaquecosa y pálida, sentada en una silla en la cocina con sus orondas piernas un poco abiertas y cubiertas por unos gruesos calcetines de lana que le cubren hasta las rodillas… las manos unidas en el regazo, los ojos cerrados y una sonrisa ensoñada… Se sabe vieja y desusada por su marido cartero, el envejecimiento y las borracheras del hombre de sus desvelos, la han vuelto decente con ella misma. Siente una envidia sanísima cuando se cruza con esas jóvenes a las que convierte en objetos de deseos y las colecciona en el cuarto del final del pasillo, envidia su lozanía y frescura, sus carnes prietas y sus blancas sonrisas… un tesoro, piensa… al lado de su boca fruncida y sus reinos perdidos… Y en esa vocación de alcahueta y correveidile que practica en el puerto ve la posibilidad de compensar los encantos arruinados al menos económicamente.

Se levanta con trabajo y se siente cansada… pero se tiene que poner inmediatamente a recomponer el cuarto y dejarlo lucido y fresco para el siguiente encuentro… Tardará poco menos de una hora en llegar el antiguo jefe de estación, un hombre delgado y de barba cana, con un cuerpo sacudido por el tiempo y por un accidente en la vía que lo alejó de los trenes; ha enviudado hace pocos meses, pero aunque acumula años… siente la necesidad de amar y se ha decidido a ello. A acordado un encuentro en casa de Doña Impedimenta con la joven Natalia… una chica que llegó hace muy poco al puerto, con su novio… y este la abandonó…ahora se encuentra embarazada y sin nadie que cuide de ella y del bebé que aloja en su joven vientre… Doña impedimenta se ha apiadado de su soledad y le ha buscado una cita…El jefe de estación está avisado del estado de Natalia, pero no le importa… sueña con deleite en sus desproporcionadas caderas y en las venas azules de sus hinchados pechos…Mientras doña Impedimenta sueña con que se unan los dos hasta el final de los tiempos. Ahí le ve llegar, arrastrando el suplicio y la agonía de la pierna coja… anda deprisa y se tambalea sin querer sucumbir al dolor físico; aunque… ante el entusiasmo que procede de la concupiscencia demorada casi no siente su cojera. Doña Impedimenta le da paso tras el portón y le introduce en su cocina con cautela…vuelve a asomarse y tras unos minutos introduce a Natalia recatadamente.

Ya está hecho, piensa sonriente Doña Impedimenta… así seguirá la alcahueta de Malandar, no se le escapará ninguna muchacha codiciosa, ningún hombre débil ante un abrazo garantizado…ella reunirá a los unos con los otros, se enterará de sus deseos y los hará realidad…ella controlará así el amor de los demás y su propio monedero…Gran parte de Malandar está contenta. Doña impedimenta se cree así omnipresente y a su madura conciencia la empaña de compasión.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Epifanía....Piola


A veces, Epifanía Piola detestaba su cuerpo pequeño y sus piernas cortas. Detestaba su pelo y su sonrisa, su manera de suspirar, sus uñas mordidas y su ansiedad de quererse más y no poder conseguirlo. Tenía la necesidad de algo más que salir cada tarde de trabajar y refugiarse en la paz escondida en el sofá, tenía la pasiva inquietud de parar el reloj porque se estaba marchitando y no dejaba de soñar.

Epifanía Piola hubiera querido ser exploradora de países exóticos y hacer colección de fotos de lugares extraños, hubiera querido montar en globo y ensartar cimas de montañas en un hilo de cristal. A veces sentía la misma curiosidad que los detectives de las novelas que llenaban sus noches de insomnios… Perseguir a desconocidos para robarles su historia, era para ella como ser registradoras de antiguos armarios cerrados. Hubiera querido enamorarse de un piloto suicida y ser la única enamorada de un sultán empadronada en su harén. Soñaba con besar a un desconocido en unas cataratas y subir al Orient Express…. Epifanía quería amar y no encontraba la ocasión…No llegaba. Se resignaba y dejaba pasar los días viviendo una vida construida para ella, una vida a su medida en la que ya no cabía….Soportaba intrigas ajenas porque no las tenía propias…Asistía a actos importantes como el bautizo de un sobrino o alguna primera comunión… siempre iba de boda en boda…o a llorar a un hospital y presentir un funeral... asistía a algún festín con la mejor de sus sonrisas o ponía su cara más triste y se preparaba a oír alguna desgracia amiga, pero siempre ajena….Amaba a los niños que no eran suyos, mientras esperaba tener los propios y se le iban apagando las ganas. Compraba regalos de cumpleaños a ahijados y empaquetaba amores ajenos como de tarjeta postal.

El tiempo que le quedaba libre lo vivía arropada por sus dos gatos, su necesidad de pecar y sus cefaleas. Eran famosos los dolores de cabeza de Epifanía…que sentía algunos días más grandes que ella. Y muy íntimas eran sus ansias de pecados, pero ya se guardaba ella de las penitencias, sabía muy bien que se castigan y no se atrevía a dar motivo de queja al mundo ni a la sacristía. Por eso no vivió vida propia y sí compartió la de sus amigas…. Vivió sus bodas y algún amante, sus partos, sus males y lloró sus lutos.

Le hubiera gustado aparecer en algún retrato flotando en la espuma blanca de su vestido de novia y arrastrar una nube de tul…. Pero nunca se casó.

Ella no cuenta cómo fue que al final cayó en el juego nocturno que asoció al inconfesable sexto mandamiento. A solas y al anochecer, del deseo propio se zafaba en el impulso de la caricia certera. En su casa. Acariciándose. Siempre en la soledad del dormitorio con persianas bajadas. También los domingos y los días festivos. Casi con la completa oscuridad, invariablemente en el silencio, se complacía en la caricia propia mil veces conocida.

El caso es que sintiéndose pecadora dejó de confesar…. Y de comulgar…Dejó de visitar las iglesias y besar santas beatas…que duermen en urnas de cristal y despiden un fuerte olor a rosas…Esa costumbre que tuvo desde pequeña, de pronto la abandonó, para encontrar otras más lascivas y lúbricas…porque algo extraño se instaló en su sangre y empezó a vivir con el sexto mandamiento metido en el cuerpo. Ella sería la que desabrocharía su blusa si se presentara la ocasión…así, esa certeza la tenía, pero esa ocasión no llegaba. Hay gente con las que la vida se ensaña, gente que no tiene una mala racha sino una sucesión de huracanes. Casi siempre esa gente se vuelve lacrimosa y eso fue lo que le sucedió a Epifanía Piola… Lloraba porque quiso querer a alguien que no estaba entre los mortales, entregada hasta las uñas a los deseos de su cuerpo pecador y sin encontrar con quien pecar… pecar con un hombre que no llegaba, ese era su sueño. Lloraba y lloraba por cualquier cosa, mientras los botones de su blusa no se soltaban, y guardaban dentro todo el ardor de su cuerpo y de su corazón. Hipnotizada y llorosa por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas…. Su espera fue una espera larga como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno…. Algún momento de luz, una ilusión…y enseguida la acababa perdiendo, se libraba de las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas y la humedad de las entrañas. Sus amigas la animaban, mientras ellas se asustaban.

Así estaba Epifanía…

Hasta que el otoño pasado llegó a la ciudad un circo….Epifanía casi sin pensar se encontró una tarde delante de ese mundo de magia y color….levantó la mirada al cielo y vio un enorme palacio itinerante de lona blanca inmensa y llena de luz. Tenía ante ella una enorme ciudad efímera de tres pistas que invadía el cielo…. Un hilo de encantamiento y fantasía le corría por las venas camino de la taquilla…Esa noche no quería dormir, quería soñar…Ya se sentía envuelta en cuerdas, trapecios, risas, saltos y malabares. Epifanía no fue una noche… quedó tan entusiasmada que durante varios días deambulo por el circo como una gata en celo…Y al séptimo día descansó…descansó de sus ansias de búsqueda y despertó dormida en una ruinosa caravana, al borde de la húmeda orilla de un río, azotada por corrientes de aires y voces alrededor. Una cama estrecha tras un biombo la cobijaba, en ese instante de despertar fue consciente de su loca y hermosa suerte y supo enseguida que nunca volvería a pasear en equilibrio por el alambre circense de su pasión solitaria….Desde ese momento pecaría subida al alambre, pero pecaría con Carioco….Carioco llegó a su vida.

A Carioco lo anunciaron en la pista central…sonando todavía los aplausos del número anterior… entre haces de luces de colores y una música que ponía en vilo los sentidos y la ilusión,…ella le vio. Carioco hizo dos números aquella noche… lo presentaron como un artista venido de la lejana Hungría…..un hombre pequeño y fibroso apareció en la pista, de ojos profundos como profunda era la tristeza de Epifanía….Apareció semidesnudo ante la multitud… encadenado y esposado…Carioco debía escapar dentro de un enorme barril de cristal y cerrado con un candado dorado…. lleno de agua azul y helada traída del Danubio para él. ¡¡El gran Carioco!!.... gritaba el eco del circo…. El escapista de los escapistas, capaz de borrar los caminos y aniquilar estrellas del firmamento…El ilusionista que no creía en los espantos y paraba balas de plata… Desde la misteriosa Hungría… su maestría en liberarse de las ataduras era mundialmente conocida y brillaban por el firmamento los candados de los que había sabido escapar…. Y ahora…. le arrebata el antifaz a la magia…cada noche en esta ciudad. Epifanía miraba atónica ese pequeño hombre que la incendiaba… aguantaba sin respirar tres minutos, decían de él….Suena un pequeño tambor y una flauta…Epifanía lo siente sensual e irresistible y a pesar de la distancia nota su aliento en su propio cuello…. La lejanía se convierte en cercanía y el aire se vuelve dulce…. Ella casi cree acariciarlo….¡¡El gran contorsionista!! …….sigue contando el eco entre notas musicales……que empezó muy pequeño cobrando en canicas bajo los puentes de Budapest…..que llegó del sol y apareció en la tierra…..Carioco…Carioco. Epifanía disfrutó de la función como quien asiste a la creación del mundo… sin respirar y notando un nuevo latido en su vida; no pudo resistirse a la mendicidad de esos ojos, a esa mirada triste. Desde ese instante decidió que esas manos que desataban cerrojos, fondearían en las lindes de su cuerpo y soltarían sus amarras.

No le acometió desazón alguna por la sumisión en que ella misma aprobó la silenciosa propuesta del hombre, en lugar de torcer el camino hacia la ciudad subió los tres peldaños de la pequeña escalera que subía a la caravana… ella pasea sin medir sus pasos, con todo el tiempo del mundo por delante, ajena a todo y a todos….entonces todo el orden de Epifanía se vino abajo. Y la gran armonía y tranquilidad de su vida se tambaleaba por momentos. Y allí está él, convertido apenas en una silueta de humo.

Esperándola, sin saberlo….Esperándola… Y traspirando magia y secreto desaliento.

Por primer vez se encendió su rostro en una cita amorosa, no parecía inquieta ni preocupada, solo concentrada en sí misma como asomada a un precipicio que no conocía. Epifanía conoció esa noche el color de los sueños… el juramento certero y voluntario a una voz que le susurraba y no entendía… La magia de ser dos dentro de uno. Y estuvo funambuleando todo el resto de su vida por la vida de otro, como si fuera la suya…. Viviendo en el riesgo mortal de volverse loca de amor. Carioco entró en su vida, sin apenas entenderse sus lenguas tan lejanas y tan cercanas… entró en sus venas como entraba en los barriles de agua helada, se encadenó a su piel y a sus latidos y la hizo mujer como hacía el triple salto mortal subido a un alambre de acero… La hizo así, sin más. La amó cada noche en colores pastel y alas de algodón…. Un húngaro, se decía para sí…mirándolo embobada y dejándose hacer, escrutándose y aprendiendo a mirarse ella misma como nunca lo había hecho…Y Epifanía se sintió así la más bella de las mujeres….así, en sus brazos. Admirada de si misma.

Y desde ese día, vivían la noche para amarse, ya nunca más se amó a solas. Temblaba bajo la mirada escorada de esos ojos… Epifanía Piola nunca antes se había visto sitiada por una mirada, y nunca antes se había rendido a su acoso. La demora impaciente de sus ganas y el recorrer exacto de su propio cuerpo sin necesidad casi de tocarla….la embrujaba. Casi sin rozarla esculpía la redondez generosa de sus senos, paseaba la pequeña cima de su vientre sin reparar en su ombligo y volaba sobre su pubis como si fuera un pequeño candado que abrir. Allí, tumbada junto a él, se sentía volver de laberintos oscuros que creía no haber transitado jamás, guiada por el sexo hábil y dulce de Carioco, la humedad de su lengua y las caricias de su mano experta…que la hacía estallar en el goce que irradiaba aquel momento mágico y desconocido para el pequeño cuerpo de Epifanía. Pasaron los años y sus amigas recibieron tarjetas postales desde todos los puntos del mundo… les contaba que la felicidad no era una mancha lejana en el tiempo, sino un viaje del que no pensaba regresar……que seguía pecando pero nunca más sintió la necesidad de hacerlo sola, que Carioco se paseaba por su cuerpo, escurridizo como un nudo en un cordón de seda…Que la amaba prestidigitadamente y la besaba por dentro, encendiéndola la certeza con la que él parecía desearla… le dio cinco hijos, vivió con los sentidos embotados y le fue siempre fiel en el secreto de guardar sus trucos… Vivió su amor itinerante y mágico por todas partes. Nunca antes, Epifanía hizo honor a su nombre y fue protagonista de la revelación de una pasión brillante y diáfana como la suya y no necesitó oro, incienso y mirra para ser reina de reyes.

Eso sí, cada mañana al despertar, cuando solo la algarabía de los pájaros rompía el silencio en la caravana, justo al amanecer, Epifanía tenía que tocarse entera…… Al despertar, y aún con los ojos cerrados, se acariciaba la piel asegurándose que seguía allí, viva. Palpar su realismo, acariciar su tibio cuerpo y su piel tan tierna, buscarse por los rincones para saberse viva y no muerta, después de esas noches mágicas de amor en que creía escapar de este mundo y de cualquier otro….en un número de escapismo y magia sin igual.....que solo, solo, podía hacer Carioco.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Como la que tuvo mi mamá.....

Desde hacia muchos años, aquellas dos mujeres eran cada una, púa del mismo peine, de ese peine con el que se peinaban sus días. Formaban parte del mismo mundo, del mismo tiempo y de la misma historia. No les cantaron la misma canción de cuna, no fueron al mismo colegio…. Ni siquiera se contagiaron el sarampión, unas viruelas o tosferina alguna….Fue tiempo después cuando la vida las hizo amigas. Durante años los hombres las miraron con curiosidad y codicia, soñaron con el hueco bajo su falda y se sintieron turbados con su presencia, o con el simple barrunto de su pisar.

Solo a una de ellas la desvistieron con ternura una noche, del tul inmaculado que la adornaba, solo a una de ellas la tomó un hombre encendido mientras ella suspiraba, solo a una de ellas le pidieron prestada la vida y el vientre para llenarlos. Y los lleno ese hombre… con sus apellidos, sus hijos y sus noches de ansias y mil deseos. Solo Alfonsina terminó casándose una mañana de primavera casi sin saber ni cómo, ni porque…….. Pero con un hombre que la adoraba. Eso no fue obstáculo para que las dos compartieran la sorpresa, la inquietud y la espera de sus barrigas. Compartieron el amor de los hijos, los pleitos del único marido, compartieron noches de vigilia por un mal catarro o una fiebre repentina y sin motivo…. Compartieron los llantos y las risas. Compartieron horas de cocina y de costura, compartieron sus vidas….Y hasta una palangana donde se lavaban el cabello algunas tardes con jabón y enjuagues de vinagre. Compartieron varios secretos y un montón de días ensartados en recuerdos. Por el vientre de Alfonsina pasaron siete hijos como pasan las primaveras…. Con primores….porque ella seguía siendo la misma mujer hermosa….. Mientras que el vientre de Fernanda nunca albergó semilla, ni ilusión alguna. Pero todo en sus vidas, absolutamente todo… fue de las dos.

Alfonsina desde muy joven tuvo a bien declararse atea, le importo muy poco que el mundo estuviera de acuerdo con ella, pero siempre fue mujer de sentimientos nobles y dejó y pidió vivir. Sus hijos crecieron sin religión, bautizo ni escapularios. Sin niño Jesús en la cabecera de la cama…. ni credos, ni agua bendita…. Estuvieron totalmente desatendidos del Corazón de Jesús. Crecieron sanos, hermosos y libres, a pesar de no estar protegidos por la Santísima Trinidad, aureolas divinas o algún ángel de la guarda. Nunca sintió Alfonsina necesitar el auxilio divino, pero si necesitó rodearse de un calor tibio y humano de los suyos y muchos libros e historias que le permitían soñar sin moverse del lugar. Pasaba sus días pensando en vestir a sus hijos y dejarse desvestir por su marido. Por el contrario, los generosos pechos y fuertes caderas solo le sirvieron a su amiga Fernanda para pasearse rotunda por el mundo, su encanto y feminidad solo acarició miradas lejanas de hombres sin nombre y sus ojos negros y vivos no suspiraron por varón alguno, nadie mimó su piel ni despertó su alma en las noches en vilo… En todo su cuerpo solo sus pies los sintió siempre nerviosos. Estaba enamorada de la tierra y del mar. Siempre que podía salía en busca de un sueño, un paisaje que pintar o un amor por encontrar, pero que nunca encontró. El amor nunca lo trajo de sus viajes, pero sí trajo ganas de llegar… para volverse a marchar.

Alfonsina y Fernanda pasaban muchas tardes en los patios de la enorme casa que mandó construir su marido para formar un hogar junto a ella. En esa casa de cuatro patios y muchas ventanas que se abrían al cielo, siempre había niños que saltaban en los canapés, con la tripa al aire como hermosos gatos, compadres que tomaban café y tortas de pan y canela en la cocina… nunca faltó alguna cuñada que quiso copiar en papel el sueño de algún vestido… vecinas a hornear una carne o un pastel… siempre había gente entrando y saliendo, o a la sombra del enorme y viejo membrillo del primer patio, tras el enorme portón de madera con clavos dorados. Era la entrada al mundo de Alfonsina y estaba rodeado de bancos de piedra, donde las visitas se paraban a charlotear y de paso llevarse las amarillas y olorosas gamboas que guardaban en los armarios de ropa blanca hasta navidad… No existía casa en el pueblo donde no olieran sus sábanas y toallas al patio de Alfonsina, o sus cocinas a dulces promesas de carne membrillo. En esos patios, las dos mujeres pasaban las tardes cosiendo inventos, vestidos para los niños o quizás, Alfonsina hacía algún milagro con un trozo de tela y un botón. Mientras ella inventaba, Fernanda contaba de sus viajes… hacía posar a alguien para algún retrato o sonsacaba a Alfonsina alguna historia sacada de uno de sus viejos libros….si se decidía a contar, Fernanda se quedaba mirando al infinito como si algo se le hubiera perdido y lo quisiera buscar…. ¡¡Estas enferma de sueños!!... le regañaba Alfonsina.

A Fernanda le entristecía saber que le faltaba un paseo en camello por algún desierto…. o sentir su cabeza envuelta en un turbante y respirar en la lejana y embriagadora India… Quería tener alguna orilla distinta, amiga de amaneceres y terminar el día en una sierra perdida y tomada por bandoleros. Fernanda se pasaba la vida queriendo conocer un nuevo lugar… solo unos días para beberse los rayos de alguna luna que no fuera la que veía desde los patios de Alfonsina, ella ansiaba algo más que la paz escondida entre la tierra y las hojas de aquel membrillo.

¿No te gustaría cruzar alguna vez el mar, ese mar donde caben todos los colores?... Le preguntaba a veces Fernanda a Alfonsina…. Y ella siempre contestaba… No pienso salir de aquí, soy madre y costurera… Yo no soy aventurera.

Una tarde, mientras cosían vestiditos de piqué para las niñas pequeñas… Alfonsina le contó a Fernanda que tenía una perla rara debajo del pecho derecho…”Como la que tuvo mi mamá”…. le dijo. Fernanda levantó la blusa de su amiga y tocó la bolita…….. Exactamente redonda y cálida en el pecho de la mujer a la que tanto quería. El terror las inundó entera a las dos, pero ninguna palideció para intentar parar el tiempo y así, engañar al dolor que en aquellos momentos le subía a torrentes por las piernas. Fernanda, tocando la mejilla de Alfonsina y sintiendo el sudor miedoso que le brotaba en la espalda, le preguntó…

¿No pensarás morirte, verdad?

Visitaron a un médico que no pudo aliviar su pena de saberse pronto plana. Antes de nueve meses desde aquella tarde… Alfonsina caminaba ayudándose de un bastón, le dolía el aire y la tierra que pisaba, el sol del amanecer, la cuenca de los ojos y el vértigo de algún recuerdo. Estaba mucho más delgada pero no perdió su linda mirada ni ese gesto de bondad en su sonrisa. Fernanda dejó de desear otros sitios…se olvidó de viajar a otros lugares. Y acompañó a Alfonsina a la operación y a los tratamientos… Luego buscaron más remedios, visitaron médicos y curanderos, a brujos y un mago…Compraron hierbas y gotas a un alquimista…. Para al final, una tarde sentir la necesidad de visitar alguna iglesia.

Dios se empeña en que haga algún viaje, dijo Alfonsina, hincada de rodillas en un frío y duro reclinatorio… Yo empeñada en no viajar y él me lleva… Dios me lleva, Fernanda… y tú te vas a encontrar de pronto con siete hijos, una casa con cuatro patios, un membrillo que regalar y un viudo al que consolar.

Tu no te vas a ninguna parte, le decía Fernanda… eres una reina, un tesoro, una diosa… eres generosa, íntegra, valiente, perfecta… Tú, no me vas a dejar sola.

Alfonsina dejó de hacer planes para el futuro… de coser vestidos y de acompañar a las visitas hasta el membrillo del primer patio. Alfonsina solo hablaba con Fernanda de sus hijos, dándole mil y una explicaciones de las particularidades de cada uno. Haciéndole recordar las preferencias en las meriendas…. Las costumbres a la hora de dormir…. Este niño que tiene pesadillas….Ese pequeño que se gastará el pulgar de tanto chupar… Aquel otro que se levanta bañado en orín… y aquella muñeca mía que se hace la distraída a la hora del aseo o los adornos al vestir….Y aquella otra, la mayor… que ya suspira por los pasillos y tiene amores en las pupilas...... Sometiéndose las dos al tormento de dejar las cosas habladas… repasaban cuidados y manías. Llegó el día en que ya Alfonsina no pudo levantarse…. Entonces pensó que estaba equivocada… que no es que Dios no estuviera en su vida, es que estaba, pero estaba loco… Dios era un loco sin remedio.

El día en que enterraron a Alfonsina, en la casa entró de golpe, el desorden y el extravío….Su marido se cayó postrado bajo el membrillo y ya no la dejo de buscar. Y su amiga Fernanda heredó siete hijos, muchas ganas de llorar, algún desvarío y el mismo sueño cada vez que cerraba los ojos. Esta misma mañana, estando ensoñada en el último patio… con la cabeza echada hacia atrás, mientras una de las hijas mayores de Alfonsina le enjuagaba el pelo con un aguamanil, como siempre hizo su madre… La niña le preguntó, que sueñas tía Fernanda. Resoplando con genio y mirando al cielo, Fernanda le contestó. Sueño con tu mamá, que me cuenta que todo allí es igual, que esté tranquila… que allí me espera pero sin prisas…, que por fin ha viajado y sin equipaje, a algún lugar….Que es un lugar muy lindo…..Que la perdone por haberse muerto.

Besando a la niña en la barbilla y riendo al cielo…susurró.

¡¡Qué idea tuya la de morirte, Alfonsina!!

¡¡ No te pienso perdonar!!


Tampoco pudo formar...METÁFORA



Estoy segura que es la cadena. Es esta cadena la que me hace sentir así…. Es una cadena que llevo enganchada…. No sé de qué es, a veces parece de hierro pesado, otras de seda o de miel…. Es una cadena sigilosa y está integrada con toda naturalidad en mi vida. Siempre está ahí, aunque nadie la ve. Si muestro mis quejas….todos me dicen, corre, vuela….Suéltate. Eso me dicen. Ellos no saben que no encuentro la manera de salir de aquí. La cadena no me impide vivir o soñar…. Sé que los eslabones no son siempre los mismos… Él añade alguno más y la noto más larga…. Hay días que se alarga tanto que puedo visitar cualquier lugar….A veces he llegado hasta el mar. Pero lo importante es que siempre es lo suficientemente larga para llegar a todos los rincones de mi casa…. De esas cuatro paredes tan seguras…. Pero también es una provocación a la cordura, podría ser un enorme riesgo abandonar ese primer eslabón que la une a mí y la seguridad que proporciona su atadura. Mejor será que no la toque… La sensación de ancla en mis piernas a veces me alivia el sueño, no me siento heroína de ninguna novela…. Siento que si alguna vez escapo de aquí, lo haré deshonrada, vejada, apática o cambiada. No tengo fuerzas para hacer desaparecer esas argollas y esos engarces…. Mirar al suelo y ver un eslabón tras eslabón me hace sentir una opresión en el alma que me deja paralizada. Estoy agrilletada. Es una cadena con un afán hacendoso… Con ella puedo llegar a todas las esquinas y sacudir el polvo…. Encima de los armarios y a las lámparas, puedo llegar a la azotea y tender las camisas al sol…. Antes llevaba a los hijos al médico o al colegio…Puedo pasar la aspiradora por las juntas del sofá y sacar la nostalgia atrasada y hasta puedo llegar a los buzones del portal, a veces voy con ella a la peluquería o a visitar a un familiar. Mi casa está bien… no es una cárcel y puedo ir y venir con relativa libertad. La nevera siempre está llena… Puedo elegir lo que quiero cocinar. Siempre está llena a rebosar. Los yogures… Eso es lo que más me gusta….Alinear los yogures y ordenarlos por sabores. Me entusiasma sacarlos de su cartón y ponerlos a enfriar…. Ahora hay promoción y regalan con cada ocho yogures unos imanes para la puerta de la nevera de esos que tienen una letra dibujada, para que los niños dispongan palabras… Son cuadrados y llevan dibujado junto a la marca, una fruta de colores chillones que coincide con el sabor…Me llena de emoción descubrir la letra escondida bajo el cartón…. Me embarga de impaciencia cada vez que llegan yogures a casa. Pronto podré formar alguna palabra porque en casa se comen muchos yogures. Hoy al abrir los paquetes he descubierto la letra eme y la ele….que junto a dos a y una te que ya tengo, suman cinco letras. Cierro y alineo los imanes en una esquina de la puerta…. Jugando con ellos puedo formar ALA, TALA, AMA y MALA…...Dejo compuesta la palabra ALA separando tres letras de las demás…. y levantando la cadena con el pie como hacen las cantantes con su bata de cola…giro y salgo de la cocina dando un traspié. Sigo disfrutando lo que puedo de mi vida atada a la cadena, es una buena vida….eso dicen. A veces no sé exactamente cuántos hijos tengo, pero deben ser muchos porque se acaban pronto los yogures y el polvo y la ropa sucia inunda eternamente mi rutina…. Alguien se me ha adelantado hoy, y en la puerta de la nevera han aparecido dos nuevas letras… una ge y otra a….la a es un poco pesada, ya tengo tres. Tan pesada como esta cadena, hoy la siento de piedra. A veces mi marido intenta sembrar sus instintos en mis adentros…. Llega con una rudeza titánica y una lascivia chantajista….Y aprovechando la soledad de la casa, se aprieta sobre mi vientre cansado y lo llena de un sudor frío y distante… inunda mi alrededor de olores que me son ajenos y respira en mi oído sonidos rancios, que nada tienen que ver conmigo… ¿Qué siento?.... Ya casi nada… o nada… no recuerdo si alguna vez lo amé… solo recuerdo con claridad desde el momento que el sacerdote consagró esta unión y hoy soy consciente de la usura del momento, del absurdo de esa alianza eterna que me convirtió en dos y en uno a la vez…. Un conjuro que me ha tenido embobada todos estos años de mi vida…. Antes no lo sentí así…. Hace años mi marido me era más familiar….Recuerdo que una vez fuimos novios, salíamos a bailar y venían sus padres a merendar, alguna vez se presentó con un perfume, otra vez me regaló un anillo de turquesas, una grande rodeada de otras más pequeñas…..Aquel día me besó la mano. En otra ocasión me regaló una cruz de oro con un fino cordón, me apartó el pelo y me la ajustó alrededor del cuello. Qué niña era entonces y que vieja me siento ahora. Aunque nadie lo sabe sueño a todas horas…. Son burbujas de sueños que se me van quedando dentro, en la sangre…. Eso me inquieta y me mantiene viva a la vez…. Me preocupa enfermar y que algún doctor descubra lo que escondo….Todas las venas llena de sueños…. Esta mañana soñaba que estaba envuelta en una sábana de seda y podía oler el humo de un cigarrillo….me sentía rodeada por unos brazos llenos de ternura y calidez…. Bebía chianti en una góndola mientras me deslizaba por aguas oscuras hacia las luces de un callejón…..El gondolero entonaba canciones de amor, y todos los palacios abrían sus puertas para invitarme a pasar…Esta mañana me sentía princesa…… ¿Qué tontería, verdad?... ¡Qué difícil pasar la fregona con estos eslabones!... me pringo toda de agua y detergente, voy dejando marcas por todo el suelo y salpico los muebles sin querer…. Temo perder la razón…. La ira y el rencor me ciegan a veces y otras solo me languidecen hasta hacerme sentir agotada. Cuando analizo mi vida siento la certeza de lo que tengo y me asusto de la mediocridad innecesaria que me invade… la certeza de convivir con una antiquísima autoridad que me sobrevuela…. Una actitud de distanciamiento y desconocimiento cada vez mayor me aíslan de lo que la iglesia unió. He descubierto otro despliegue lácteo en la nevera… una de y una ese… una pizca de alegría al empezar el día….ordeno los yogures como siempre. Cierro la puerta de la nevera y alineo las letras…en total nueve letras. Quiero formar una palabra….Un pequeño divertimento mientras cocino…Me salta a primera vista la palabra MATA y eso me aterra, no tengo ánimo de escribir palabras feas, escribo LATAS… otra cosa de la que está siempre llena la nevera. Ofuscada por la amenaza de una posible irracionalidad me abandono de vez en cuando a la melancolía y a la tristeza corrosiva que me va invadiendo….He hablado con mi marido para que añada suficientes eslabones a la cadena para que yo pueda sentirme mejor…. Pero dice que así estoy muy bien. Es entonces como sin darme cuenta caigo en la más absurda sumisión. Pero enseguida, con un nuevo sueño, me repongo…. Las ideas son mucho más largas que esta cadena que me ata, eso no lo sabe nadie… Y me alerto yo misma del riesgo que supone dejar de pensar y convertirme en NADA, una palabra que aún no puedo formar, porque me falta la ene. Mi marido ha llegado con bolsas…. Él no tiene cadena y puede moverse con mucha más facilidad por otros lugares…. Trabaja en un pequeño polvero que tenemos en los bajos del edificio… allí está casi siempre, rodeado de azulejos, cerámicas y yesos, aunque él presume de poder proporcionar cualquier material de construcción. Ahora está siempre de mal humor porque dice que las cosas no van bien…. Ha traído más yogures, pero no sé cuales serán sus inclinaciones ni si las podré satisfacer, me faltan ganas…..me mira de una manera recelosa y mi vientre se encoje…. Solo deseo envolverme en silencio hasta que se vuelva a ir. Más emoción y baile de tapas y colores en la nevera… Hoy ha salido una i y una o, dos vocales… la i nunca me ha gustado, sabe a diminutivo… la o me encanta, es redonda. Antes de cerrar la nevera sé la palabra que voy a formar…ISLA…. Si tuviera una e, pondría MIEDO. Me siento vieja…y cansada….me falta tiempo…. Los deseos de mi marido nunca coinciden con mi naturaleza…. Mi casa está llena de hijos y gente que ya no conozco…. Vivo con una libertad demorada y un ánimo crispado hasta el sufrimiento. Y la cadena cada vez me va a pesar más, carezco de la resignación necesaria para pasar así mis días. Hoy he tenido otro de mis sueños, ante mis ojos dormidos han pasado tan rápido que se confundían los conceptos, viejos amaneceres llenos de lágrimas….noches en vela, sombras de sustos….Y una nueva voluntad…. Son unas certezas que hasta ahora nunca sentí... Y me he sentido arropada como no me había sentido nunca antes. En algún lugar de mi cuerpo, que ahora que estoy despierta no puedo recordar, sentí la mano que me hizo tambalear…Un escalofrío me recorrió entera al levantarme y me infundió el valor… Me abrazó…. Me sentí sujeta y fuerte…. Fue como despertar en una catedral en medio de una tormenta….Pero es primavera, esa estación aduanera en donde los sentimientos no se dejan de pagar…y pagaré caro librarme de esta cadena…..En el sueño he visto que los eslabones son solo miedos y confusión….Y abriendo bien los ojos y el alma me he soltado de ella. Ya está. Pasé por la cocina antes de irme. Coloqué los imanes formando la palabra ADIOS y me guardé todos los demás en el bolsillo…. También me hubiera gustado formar SUEÑOS, es una palabra importante en mi vida, pero no me ha dado tiempo a conseguir la eñe ni la u…. antes de salir oí una voz que decía…. ¿Dónde vas con esa maleta?….No he reconocido la voz…..Sentía los músculos tensos y la conciencia empañada.


martes, 20 de septiembre de 2011

Justa


La tarde.
Llueve.
Llueve sobre Justa porque no le gustan los paraguas.
Llueve sobre la ciudad y sobre la decrepitud de su padre.
Llueve su alma y sus heridas.
Llueve sin parar.
Llueve.
Justa tiene que pasar hoy la noche en el hospital, velando la enfermedad y vigilando al milagro al que se une su padre… Justa ha dejado su casa, ha dejado sus hijos…. Y sus tareas hechas…. Planifica su noche para estar junto a su padre…. Metió las zapatillas en una bolsa, el neceser con el cepillo de dientes y algún carmín… metió un poco de cena, un libro y una chocolatina. Lleva meses preparando esa bolsa cada cuatro días para pasar una noche con su padre… Lleva años viendo como cada instante muere más…. Como su padre arrastra la vida y la soledad. Ese hombre es muy mayor, demasiado mayor para vivir, pero ahí está, sin estar en ningún sitio…..demasiado delgado. Ha adelgazado mucho.
Demasiado. No le queda más que piel. Está pálido y sin brillo, su piel seca y llena de arrugas. Su boca está entreabierta y sus brazos aburridos se extienden a lo largo del cuerpo. Se le pueden ver las venas azules bajo la piel transparente y contarle los huesos de todo su cuerpo. Cuando Justa llega le refresca la cara y el pelo con un poco de colonia, le arregla el pijama y le pone un par de gotas de colirio en sus ojos perdidos…. Ya solo queda esperar… espera y espera…. No quiere empezar a mirar el reloj porque le asusta el tiempo que tiene que pasar junto a su padre una noche más. Ya sabe que nunca más va a moverse o a mirarla, que no volverá a salir de esa dura cama…. Que ya no tiene vida. No puedo más, piensa abatida, no reconoce en esa persona al padre que tuvo y sin embargo sufre por el dolor que lleva encima… No es un dolor ajeno….Le duele verle así, no ve solución ni tiene paciencia para esperarla… Intenta implorar a Dios y a todos los Santos…. Se pregunta porqué a él, porque a ella…. Fija la mirada en el viejo reloj de pulsera de su madre. Un instante…. Pero no mira la hora…..contesta una llamada de teléfono de algún hermano… son unos minutos en los que se hablan frases repetidas, de consuelo mutuo…. Alguna risa para templar… alguna novedad familiar….Calcula…. Espera y espera…. Lleva meses viviendo al ritmo de la respiración de su padre. Mira fijamente al hombre tumbado en la cama. Aspira profundamente. Mirándole el pecho puede contarle las respiraciones. Sabe que antes de contar cincuenta entrará la enfermera a cambiarle el gota a gota que riega su vida. Otras cincuenta respiraciones más y vendrá con un termómetro y algo que mide su tensión….. no olvidará la glucosa en sangre…. Le dará un dato que ya carece de importancia para Justa y para su padre. Todos los días igual, cruzará con ella unas palabras amables y se marchará. Luego un largo silencio y a esperar…. espera y espera…... Mira lenta y largamente alrededor. La habitación, su padre. Ese cuerpo en el vacío. Ese cuerpo vacío…. Si la viéramos, ahora su cara y su temple son de inercia…. Su postura encogida… el codo apoyado en el brazo del sillón y su mano sujetando la cabeza y sus pensamientos……..espera, espera, espera….. Nota los pies hinchados y busca el somier de la cama para posarlos allí…. Se agarra con los dedos al frío metal…Está encogida sobre sí misma y sobre el dolor, sobre la pena y el aburrimiento que siente con esta larga y eterna situación…Se irán apagando los ruidos del pasillo y los paseos de las enfermeras…. Cada vez se siente más sola en ese silencio….espera, espera.
¿Qué espera? ….. Justa no sabe qué espera.
Justa adora a su padre, le mira allí callado e inmóvil y cree morirse de pena… es un puro milagro… enganchado a esa máquina llena de cables y lucecitas de colores como si algo estuviera en fiestas…. Mira esa bolsa que cuelga de él… llena de un amarillo tan hermoso que a veces se pregunta porqué un color como aquél permanece oculto en el interior del cuerpo… ama a su padre tanto que le besaría la sangre…. Agarra la mano de su padre y palpitan juntan, una contra otra, la yema de su dedo índice acaricia la cicatriz que tiene el anciano cerca del pulgar…. En la palma de la mano, aquella que se hizo una navidad cortando un duro turrón… Ay, papá… cuánto dolor… el propio dolor y la vida misma la hipnotizan, duele, recuerda alegre alguna imagen de su infancia que la hace sufrir como ningún otro tormento…. Se sienta, se levanta, se vuelve a sentar… espera… espera… se levanta, se sienta al lado de su padre, junto a su cadera… lo mira y observa sus sueños, sin sonido y en blanco y negro, como de cine antiguo…. Tiene la sensación de que alguien ha pasado un borrador por el tablero de la vida de su padre, donde estaban escritos sus días con tiza, dejando solo un manchón blanco como una nube.
Espera……..se levanta… se sienta en el sillón… cierra los ojos, parece dormir.
Cae la noche. La calle se oscurece. El día se va. Suele pasar la noche en una inquieta duermevela… Se despierta y comienza a estar abrumada por los recuerdos, desde que su padre perdió la consciencia, ella ya no disfruta a su lado… le gustaba escucharle sus historias antiguas y sus desvaríos…El hombre, entonces se sentía importante…..Ella solía pensar con dolor que estaba disfrutando a su lado como no lo hacía desde pequeña a pesar de estar tan enfermo….hubo un tiempo de verdadero placer en la sensación de cuidarle y mimarle…..de verdadera conciencia de tenerle….pero ya solo siente desespero y angustia…. Se levanta pesadamente y contrariada abandona el sillón al lado de la cama…da algunos pasos por la habitación, mueve las lamas de la persiana y mira la calle oscura… Resuenan lamentos en el pasillo del hospital.
¡¡Me volveré loca!!
Justa no sabe rezar…. Nunca ha logrado aprender, sabe muchas oraciones, pero no sabe rezar…. Solo llega a decir de vez en cuando…¡¡Ay, Dios mío!!.... No logra encontrar a Dios…. Ya tampoco cree en esa ciencia que le ha devuelto a su padre tantas veces….Ya es tarde. Justa ya no cree en casi nada.
¡¡Él está cada vez más débil y yo cada vez más loca!!
Tantos meses a su lado la empujan a masticar el tiempo… a mover recuerdos que casi tenía olvidados… a conocer sus propias faltas y sus errores…..espera y espera.
¿Me escuchas, papá?
¿Me oyes?
Las respiraciones tienen su cadencia habitual… la boca sigue entreabierta. La tonalidad cenicienta de la tristeza se extiende por sus labios. Permanece siempre en un silencio de miedo. A veces habla sola ahogada en sus lágrimas, se acurruca en su angustia y piensa en la culpabilidad que ya barrunta. Ella le cuenta las novedades de su vida, sus pecados, sus enfados con el mundo, sus sueños y anhelos… Ella solo puede contarle. Se lamenta de todas sus desgracias, todas sus miserias. Mira el gotero y cuenta las respiraciones. Coloca la sábana…… espera y espera. Está acostumbrada a esa presencia vacía…..Son momentos en que se llena unas veces de rencores y otras de lindas nostalgias…. No puede evitar esa confusión constante…. Solo tiene la certeza de amar a su padre y del miedo constante que la embarga….espera, espera…. Cuenta las respiraciones y juega a adivinar algún movimiento en el pasillo, se conoce a los enfermos y a los familiares…. Muchos meses de rutina…. Le coge la mano a su padre…. E intenta hacerle las cosquillas que él le hacía a ella de pequeña…buscando el hueco de la palma de su mano le cosquillea con el dedo corazón…. Se le inundan los ojos de lágrimas….Cree que no puede más.
Se levanta, súbitamente. Sale de la habitación. Se la oye dar vueltas por el pasillo y decir… ¿Pero que me pasa?... ¿Qué estoy haciendo?... ¿Por qué?.... ¡¡Qué cansancio!!... Esto no es normal, no, no es natural su pensamiento aunque sí, su claro sentimiento…. Pero decide…. Ya no volverá a esperar. Vuelve a entrar en medio de una desesperación desesperada……..Ya no tiene más paciencia para soportar esta carga….. No espera, no espera…. No espera….Es egoísmo y generosidad.
Vuelve a la habitación con la mirada sombría y miedo en el cuerpo. El hombre sigue ahí. Con los ojos abiertos, la respiración al mismo ritmo. El suero medio vacío. Caen las gotas, como antes, con la misma cadencia….No las cuenta. Siente las manos temblorosas. Se acerca a su padre y le pasa la mano por su negro cabello bien peinado, casi no tiene canas…. Le acaricia la mejilla. Se para. Respira profundamente. Con gesto seco tira de tubos y cables, pulsa los botones que el temblor de sus manos le dejan y cierra llaves…. No sabe qué ha hecho o si lo ha hecho bien. Cierra los ojos, y a su padre le libera la boca. Se da la vuelta, con los ojos cerrados. Avanza con paso incierto. Solloza.
¡¡Dios perdóname por ser Justa!!
Justa recoge sus cosas y sale de la habitación pegando un tirón de la bolsa.
Corre por las escaleras sin esperar el ascensor…. Corre por los pasillos desiertos….Corre por un bonito y mojado jardín….Corre por el aparcamiento…. Corre por las calles… Cruza la muralla que abriga su ciudad y sube la mirada a la torre de una iglesia pidiendo quizás clemencia…. La Virgen duerme y no la ve, Corre, corre…. Se adentra hecha hiel y espuma en las calles calladas de un barrio ajeno y dormido. Corre….corre…y corre………… Justa, aún no sabe que se pasará la vida corriendo.

La Eternidad de Miguel Gamboa

Los cuentos que la abuela Clementina sacaba de su caja de cristal, siempre olían a jazmines, a alguna hierba… a lunas de agosto y a cantos de grillos negros de los de verdad. Me gustaba oírla contar sus cuentos sentada en el umbral, bastaba una palabra para que la abuela comenzara a recordar. Aquella noche… recuerdo a la abuela trajinando con sus manos…. Desvistiendo habas para ponerlas en una cacerola que tenía al lado con ramitas de poleo y alguna cabeza de ajos…. Aún puedo sentir el olor del poleo…. le pregunté si ese cielo que veía era la eternidad…. Me recuerdo pequeña…. tumbada de espaldas en la acera aún tibia del sol de la tarde y mirar las estrellas… mientras oía a la abuela contar…. Nunca, nunca…. mi cielo ha vuelto a estar tan repleto como entonces.

Ayer…. Cuando le conté la historia de aquella hija loca de la abuela Clementina… él me dijo que si pasaba a tinta mi cuento, podría poner origen y tiempos a Miguel…. Podía decir que era indiano, poblano o quizás portugués…. Que llegó con un circo o destinado a un cuartel, que quiso ser torero… Que era casado, sacerdote o demonio con piel…. De Ausencias podría decir que era prometida de un marino, viuda de un coronel con seis hijos en su haber…. O quizás novicia, una casada infiel… o una devota insigne de Santiago Apóstol, aquél santo poderoso que asustaba a los moros a lomos de su caballo y que tanto impresionaba a la abuela Clementina…. No, no contaría más que un sentimiento con palabras acorazonadas…. El sentimiento de la eternidad, la eternidad del amor de Ausencias Tilo.

Ausencias tenía el vientre más perfecto y lindo que él había conocido…..así comenzó la abuela Clementina oliendo a poleo…..Una curva deliciosa y suave, le decía. Tenía la espalda pecosa y unas caderas sin mucha intención. Su espalda siempre tensa, viva y despierta… caminaba deprisa, como sin miedo. Quienes la conocieron contaban que tenía las piernas largas y firmes como una diosa, que era imposible mirarle el vientre y acariciar su pubis sin desearla entera.

Hubo un hombre al que le prometió su cuerpo lleno de luciérnagas… por el simple motivo de haberlas puesto en revuelo… Él no sabía entonces el frasco de locura y pasiones que estaba destapando con aquel beso…… era una mañana fresca de un once de febrero y un jardín en flor, la que desquició para siempre los ordenados sentimientos de Ausencias Tilo.

Ella le reconocía como el amor de su vida y siempre tuvieron la certeza de haber nacido para juntarse… No pudo ya olvidar el aliento que le entibió los hombros, ni desprender de su corazón la pena que la ató a la voluntad sagrada de aquel beso.

El amante de tía Ausencias era un hombre de maneras suaves y todo en él eran aguas y azules. Era correcto como el nudo en una corbata y loco como las olas a oscuras. Al menos así lo creía Ausencias, que cuando lo sentía lejano iba juntando avaricia de cada uno de los besos que se perdía, de cada sonrisa regalada a otros ojos, avaricia de caricias y avaricia de vivirle. Y entonces se rompía por dentro entera.

Se veían en un sitio escondido por donde nacía la ciudad. Miguel Gamboa se llamaba… y el resto del mundo no tenía nombre para la tía Ausencias. Era un hombre que con sus ojos negaba su irremediable destino, que tenía la inteligencia hasta en el modo de caminar, y las ganas de vivir cruzándole la risa y las palabras…… de tal modo que a veces parecía inmortal.

Cuando allí se encontraba, otro mundo se abría ante ella…. Con la tentación entre los ojos no podía olvidar el miedo y el pavor que le infundía ir en su busca. Iba miedosa y desaforada a encontrarse con el hombre de sus obsesiones. Cuando la puerta se abría, allí estaba él, dispuesto a cederle la boca y la mirada al mismo tiempo, entonces todos los riesgos y desazones se iban escaleras abajo y pasaban por debajo del portón para esperarla en la acera…. Su cuerpo se apaciguaba. Siempre tenían mil cosas que contarse…….. Jamás alcanzaron a meter el tiempo en el armario que nunca abrían… el tiempo se hacía férreo y se instalaba en sus cabezas, recordándoles la hora de volver a separarse. Hacían el amor sin echar juramentos, sin piruetas, sin la pesada responsabilidad de sentirse obligados a quererse. Y eran lo que se llama felices, durante un rato….riendo, riendo y riendo…… hasta que acababan llorando. Dispusieron del tiempo y la intimidad necesaria para amarse hasta alcanzar la maestría, no hubo fracasos ni desencuentros, y consiguieron descifrar la ciencia exacta del placer mutuo. Poquito a poco, muy poquito a poco…. Acompasaron el caos de sus impulsos al ritmo del latido conjunto de sus sangres, ablandaron su moral de granito, se acostumbraron a la desnudez, se hicieron más hábiles y menos tímidos, rezaron casi nada…. Eso es verdad…. y se rieron más…. Una ola de felicidad como nunca imaginaron, les sacudía el cuerpo.

Aquel rincón escondido era de los dos, tenía un balcón al que nunca se asomaron, ni creció planta ni flor… era un balcón silencioso de lo que ocurría en su interior. Alguna vez salió olor a café o a infusión, pan tostado o a esquejes de amor. Las paredes las llenaron de retratos, de letras de alguna canción o gritos de poetas a media voz.

Cuando apenas ella empezaba a cobijarse en el abandono de sus brazos, brincaban de la cama y se disponían a recoger ropas del suelo. Ayudados de agua y un pelín de jabón que compartían los dos, limpiaban de sus cuerpos las huellas de todo aquello…. Por la piel de los dos resbalaban los besos y las caricias, los susurros, las palabras de pasión y algún reproche. Se secaban envueltos en nostalgia y mil tristezas. Se vestían deprisa y acompañados de risa barruntaban la hora de marchar. Ella le regalaba un beso de los que regalan las mujeres enamoradas porque ya no les cabe bajo la ropa, y allí lo quieren dejar.

Él cerraba con una llave de oro y siete vueltas el portón de la casa y el cerrojo de su corazón, salían a la calle fingiendo que nunca se habían visto. Ella corría de nuevo a su vida envuelta en miedos y con el cuerpo aún enfebrecido y hasta el último rincón de su alma lo llevaba en carne viva. Sin embargo, esas horas de pasión y culpa, le habían dado una firmeza al caminar y un temblor en los labios, con los que su manera ganó justo la pizca de maldad necesaria para parecer… divina. Nunca Ausencias se sintió más mujer ni más hermosa.

Se amaron todo el tiempo, envueltos en el silencio, esperando un lindo revés que nunca llegó a sus vidas… Llevaban muchos años sin escandalizar la ciudad con su eterno noviazgo, cuando Miguel Gamboa murió sin esperarlo ni él siquiera.

Angustias Tilo fue en busca del cadáver de su amante como sintiéndose reina de todos sus derechos y le plantó dos besos en aquella frente que siempre sentiría tibia. Se hincó junto a él, acariciándole la cabeza con una mano y agarrándose ella entera con la otra para no caerse muerta del espanto. Lo abrazó como se abraza un cuerpo al que una está acostumbrada. Le aliso su pelo, le dibujó los labios con un dedo como había hecho mil veces y le acarició mucho rato las mejillas heladas. Envolvió su tesoro y lo veló como se velan los cariños, entre lunas y lágrimas toda la noche. Al día siguiente lo cubrieron de tierra oscura, de cariños soñados y de recuerdos y le dieron sepultura. Ella siguió algunos años amándole a escondidas porque así estaba acostumbrada…. Buscando la llave que pudiera abrirle el cerrojo que guardaba aquel balcón…Y loca decía…

¡¡Qué tontería enterrar el cadáver de Miguel, como si su muerte fuera posible!!

Siempre sabremos que él nunca estuvo más vivo que lo está ahora, y que jamás podrá morirse antes que yo. Porque no alcanzaría el viento a borrar sus besos de mis mejillas… ni nunca una tormenta acallará su voz hablándome bajito en aquel rincón. Miguel me pertenece. Me atravesó mi vida con su vida y no habrá quien me lo quite de mi boca y de mi alma. Aunque digan que ha muerto. Nadie puede matar la parte de Miguel que hay en mí. Ausencias nunca quiso a nadie más y a nadie se le ocurrió intentar quererla… sintiéndose llena de aquel perfume, de aquel brebaje atroz, de aquel veneno cálido…. Que la llevo tantos años a compartir esa cama clandestina….sintiéndose así, pasó sus días.

Y nunca pudo olvidar el conjuro de aquella mano, audaz y hereje como ninguna…. recorrer su espalda entera. Ni sus ojos, ni su boca…. Ni su risa chocando contra el techo…. Ni tantas palabras empapando la pared…. La pesadez del tiempo se coló en su cuerpo… Y sus recuerdos fueron a veces en blanco y negro, otras veces solo fueron recuerdos…..Se hizo vieja y siguió sola, buscando llaves sin parar….y cultivando amapolas en los huecos de escaleras, en las chimeneas frías, en las ventanas ciegas y en todas las aceras…..siempre siguió lleno su frasco de locura.

Siempre dijeron que estaba loca…. Y es que encimaba delirios y fantasías de colores como ninguna. De Miguel Gamboa, el eterno amante de la tía Ausencias… siempre se dijo que murió sabiendo que era dueño de un tesoro… Pero que nadie supo cual, ni tampoco lograron encontrarlo. Miguel Gamboa, sin saberlo…….se hizo eterno en el alma de la loca Ausencias Tilo…..Y a mi memoria siempre que huelo a poleo vuelve su historia.