jueves, 3 de noviembre de 2011

Como la que tuvo mi mamá.....

Desde hacia muchos años, aquellas dos mujeres eran cada una, púa del mismo peine, de ese peine con el que se peinaban sus días. Formaban parte del mismo mundo, del mismo tiempo y de la misma historia. No les cantaron la misma canción de cuna, no fueron al mismo colegio…. Ni siquiera se contagiaron el sarampión, unas viruelas o tosferina alguna….Fue tiempo después cuando la vida las hizo amigas. Durante años los hombres las miraron con curiosidad y codicia, soñaron con el hueco bajo su falda y se sintieron turbados con su presencia, o con el simple barrunto de su pisar.

Solo a una de ellas la desvistieron con ternura una noche, del tul inmaculado que la adornaba, solo a una de ellas la tomó un hombre encendido mientras ella suspiraba, solo a una de ellas le pidieron prestada la vida y el vientre para llenarlos. Y los lleno ese hombre… con sus apellidos, sus hijos y sus noches de ansias y mil deseos. Solo Alfonsina terminó casándose una mañana de primavera casi sin saber ni cómo, ni porque…….. Pero con un hombre que la adoraba. Eso no fue obstáculo para que las dos compartieran la sorpresa, la inquietud y la espera de sus barrigas. Compartieron el amor de los hijos, los pleitos del único marido, compartieron noches de vigilia por un mal catarro o una fiebre repentina y sin motivo…. Compartieron los llantos y las risas. Compartieron horas de cocina y de costura, compartieron sus vidas….Y hasta una palangana donde se lavaban el cabello algunas tardes con jabón y enjuagues de vinagre. Compartieron varios secretos y un montón de días ensartados en recuerdos. Por el vientre de Alfonsina pasaron siete hijos como pasan las primaveras…. Con primores….porque ella seguía siendo la misma mujer hermosa….. Mientras que el vientre de Fernanda nunca albergó semilla, ni ilusión alguna. Pero todo en sus vidas, absolutamente todo… fue de las dos.

Alfonsina desde muy joven tuvo a bien declararse atea, le importo muy poco que el mundo estuviera de acuerdo con ella, pero siempre fue mujer de sentimientos nobles y dejó y pidió vivir. Sus hijos crecieron sin religión, bautizo ni escapularios. Sin niño Jesús en la cabecera de la cama…. ni credos, ni agua bendita…. Estuvieron totalmente desatendidos del Corazón de Jesús. Crecieron sanos, hermosos y libres, a pesar de no estar protegidos por la Santísima Trinidad, aureolas divinas o algún ángel de la guarda. Nunca sintió Alfonsina necesitar el auxilio divino, pero si necesitó rodearse de un calor tibio y humano de los suyos y muchos libros e historias que le permitían soñar sin moverse del lugar. Pasaba sus días pensando en vestir a sus hijos y dejarse desvestir por su marido. Por el contrario, los generosos pechos y fuertes caderas solo le sirvieron a su amiga Fernanda para pasearse rotunda por el mundo, su encanto y feminidad solo acarició miradas lejanas de hombres sin nombre y sus ojos negros y vivos no suspiraron por varón alguno, nadie mimó su piel ni despertó su alma en las noches en vilo… En todo su cuerpo solo sus pies los sintió siempre nerviosos. Estaba enamorada de la tierra y del mar. Siempre que podía salía en busca de un sueño, un paisaje que pintar o un amor por encontrar, pero que nunca encontró. El amor nunca lo trajo de sus viajes, pero sí trajo ganas de llegar… para volverse a marchar.

Alfonsina y Fernanda pasaban muchas tardes en los patios de la enorme casa que mandó construir su marido para formar un hogar junto a ella. En esa casa de cuatro patios y muchas ventanas que se abrían al cielo, siempre había niños que saltaban en los canapés, con la tripa al aire como hermosos gatos, compadres que tomaban café y tortas de pan y canela en la cocina… nunca faltó alguna cuñada que quiso copiar en papel el sueño de algún vestido… vecinas a hornear una carne o un pastel… siempre había gente entrando y saliendo, o a la sombra del enorme y viejo membrillo del primer patio, tras el enorme portón de madera con clavos dorados. Era la entrada al mundo de Alfonsina y estaba rodeado de bancos de piedra, donde las visitas se paraban a charlotear y de paso llevarse las amarillas y olorosas gamboas que guardaban en los armarios de ropa blanca hasta navidad… No existía casa en el pueblo donde no olieran sus sábanas y toallas al patio de Alfonsina, o sus cocinas a dulces promesas de carne membrillo. En esos patios, las dos mujeres pasaban las tardes cosiendo inventos, vestidos para los niños o quizás, Alfonsina hacía algún milagro con un trozo de tela y un botón. Mientras ella inventaba, Fernanda contaba de sus viajes… hacía posar a alguien para algún retrato o sonsacaba a Alfonsina alguna historia sacada de uno de sus viejos libros….si se decidía a contar, Fernanda se quedaba mirando al infinito como si algo se le hubiera perdido y lo quisiera buscar…. ¡¡Estas enferma de sueños!!... le regañaba Alfonsina.

A Fernanda le entristecía saber que le faltaba un paseo en camello por algún desierto…. o sentir su cabeza envuelta en un turbante y respirar en la lejana y embriagadora India… Quería tener alguna orilla distinta, amiga de amaneceres y terminar el día en una sierra perdida y tomada por bandoleros. Fernanda se pasaba la vida queriendo conocer un nuevo lugar… solo unos días para beberse los rayos de alguna luna que no fuera la que veía desde los patios de Alfonsina, ella ansiaba algo más que la paz escondida entre la tierra y las hojas de aquel membrillo.

¿No te gustaría cruzar alguna vez el mar, ese mar donde caben todos los colores?... Le preguntaba a veces Fernanda a Alfonsina…. Y ella siempre contestaba… No pienso salir de aquí, soy madre y costurera… Yo no soy aventurera.

Una tarde, mientras cosían vestiditos de piqué para las niñas pequeñas… Alfonsina le contó a Fernanda que tenía una perla rara debajo del pecho derecho…”Como la que tuvo mi mamá”…. le dijo. Fernanda levantó la blusa de su amiga y tocó la bolita…….. Exactamente redonda y cálida en el pecho de la mujer a la que tanto quería. El terror las inundó entera a las dos, pero ninguna palideció para intentar parar el tiempo y así, engañar al dolor que en aquellos momentos le subía a torrentes por las piernas. Fernanda, tocando la mejilla de Alfonsina y sintiendo el sudor miedoso que le brotaba en la espalda, le preguntó…

¿No pensarás morirte, verdad?

Visitaron a un médico que no pudo aliviar su pena de saberse pronto plana. Antes de nueve meses desde aquella tarde… Alfonsina caminaba ayudándose de un bastón, le dolía el aire y la tierra que pisaba, el sol del amanecer, la cuenca de los ojos y el vértigo de algún recuerdo. Estaba mucho más delgada pero no perdió su linda mirada ni ese gesto de bondad en su sonrisa. Fernanda dejó de desear otros sitios…se olvidó de viajar a otros lugares. Y acompañó a Alfonsina a la operación y a los tratamientos… Luego buscaron más remedios, visitaron médicos y curanderos, a brujos y un mago…Compraron hierbas y gotas a un alquimista…. Para al final, una tarde sentir la necesidad de visitar alguna iglesia.

Dios se empeña en que haga algún viaje, dijo Alfonsina, hincada de rodillas en un frío y duro reclinatorio… Yo empeñada en no viajar y él me lleva… Dios me lleva, Fernanda… y tú te vas a encontrar de pronto con siete hijos, una casa con cuatro patios, un membrillo que regalar y un viudo al que consolar.

Tu no te vas a ninguna parte, le decía Fernanda… eres una reina, un tesoro, una diosa… eres generosa, íntegra, valiente, perfecta… Tú, no me vas a dejar sola.

Alfonsina dejó de hacer planes para el futuro… de coser vestidos y de acompañar a las visitas hasta el membrillo del primer patio. Alfonsina solo hablaba con Fernanda de sus hijos, dándole mil y una explicaciones de las particularidades de cada uno. Haciéndole recordar las preferencias en las meriendas…. Las costumbres a la hora de dormir…. Este niño que tiene pesadillas….Ese pequeño que se gastará el pulgar de tanto chupar… Aquel otro que se levanta bañado en orín… y aquella muñeca mía que se hace la distraída a la hora del aseo o los adornos al vestir….Y aquella otra, la mayor… que ya suspira por los pasillos y tiene amores en las pupilas...... Sometiéndose las dos al tormento de dejar las cosas habladas… repasaban cuidados y manías. Llegó el día en que ya Alfonsina no pudo levantarse…. Entonces pensó que estaba equivocada… que no es que Dios no estuviera en su vida, es que estaba, pero estaba loco… Dios era un loco sin remedio.

El día en que enterraron a Alfonsina, en la casa entró de golpe, el desorden y el extravío….Su marido se cayó postrado bajo el membrillo y ya no la dejo de buscar. Y su amiga Fernanda heredó siete hijos, muchas ganas de llorar, algún desvarío y el mismo sueño cada vez que cerraba los ojos. Esta misma mañana, estando ensoñada en el último patio… con la cabeza echada hacia atrás, mientras una de las hijas mayores de Alfonsina le enjuagaba el pelo con un aguamanil, como siempre hizo su madre… La niña le preguntó, que sueñas tía Fernanda. Resoplando con genio y mirando al cielo, Fernanda le contestó. Sueño con tu mamá, que me cuenta que todo allí es igual, que esté tranquila… que allí me espera pero sin prisas…, que por fin ha viajado y sin equipaje, a algún lugar….Que es un lugar muy lindo…..Que la perdone por haberse muerto.

Besando a la niña en la barbilla y riendo al cielo…susurró.

¡¡Qué idea tuya la de morirte, Alfonsina!!

¡¡ No te pienso perdonar!!


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