Vosotras

Azucena....

Azucena no se sabe engañada… sabe que su piel no miente, que no la engaña cuando se encuentra en sus brazos…nunca la ha decepcionado lo que le cuenta su piel. Sabe leerla y escucharla y nunca antes la sintió tan viva ni tan sincera… La razón no cuenta, a ella no puede oírla porque no oiría la piel, las dos no le pueden hablar a la vez. Si oye a la razón se encuentra segura en su espesa rutina, aunque existen trampas mortales, escollos y mil dificultades…Pero cuando escucha a la piel solo oye una enorme paz y eso la embarga en una serenidad absoluta. No puede, no quiere oír a la razón… necesita de esa música cálida que le escucha a su piel cuando está con él…necesita de esa emoción y ternura que la alienta a sonreír. Desde que escucha la piel ha escuchado su risa, antes no conocía su propia risa, la oye, la siente y la ve…la ve en los ojos de él. Con la razón en la mano no logra recordar un recuerdo que valga la pena...si lo hay o lo hubo no puede recordarlo, lo habrá quemado el poder de la razón…o los años. Sin embargo mi piel y sus susurros han sido mi mejor paracaídas en esta caída mortal que es la vida. No puedo privarme de la piel, privarme de la razón. La piel es mi aliada, mi latido, la que me impulsa a soñar con sentirle y hacerle un hueco en mi casa…Depende de ti, me dice. Pero no puedo soltarle….no puedo ser una mujer sensata y prudente…se me moriría la piel.  A veces la necesito, es mi musa y mi maestra. La razón nada me enseña que yo no sepa…ella nunca avisa cuando viene y me da la espalda cuando se marcha.

Antonia....

Antonia no tiene ganas…hace tiempo que no tiene ganas de seguir tendiendo esos pantalones de piernas cortas…Está un poco cansada de lo que allí se esconde. Si se busca su cuerpo lo encuentra cansado y sangrando…llorando y gritando en el prado de la memoria, es un cuerpo herido con un alma muerta. Antonia ya no tiene ilusiones propias, solo a veces comparte las ajenas. Mientras tiende los pantalones de piernas cortas, un lamento y un suspiro…ya no suena el piano y las lunas son moribundas. Antonia ya no huele las flores ni presencia primaveras, la vida para ella es gris, como los pantalones de piernas cortas que tiende. Le duelen los dedos del frío y la humedad de la ropa mojada, le duele el corazón de otro frío, de un frío helado que viene de adentro, le duelen los ojos de aguantar un llanto imprudente, le duele la boca de esos besos amargos, le duele algo que ella no sabe que se llama frustración, le duele…le duele tender unos pantalones de piernas cortas de los que está hastiada… Se siente sola, más sola que nunca…no tiene idea cuanto tiempo estará tendiendo esos pantalones de piernas cortas, solo sabe que cada vez serán más cortas. Duele, a veces se recompone y vuelve a quebrarse, mueve su cabeza y hace sonar sus pendientes de cuentas de coral y mueve su cabeza de pelo negro y rizado. Intenta recordar algún tiempo hermoso pero se disuelve su intento en su propia desgana, se siente detrás del mundo y detrás del tendedero donde tiende pantalones grises de piernas cortas.

Lucía....

Lucia cierra los ojos. En las vidas de santos que le hicieron leer de pequeña, contaban que Santa Lucia puso sus ojos en una bandeja para demostrar la fe que sentía y Lucia a veces los deja reposar en una mano para poder creer en ella misma. Los ojos se pueden cerrar para no ver lo que no quieres ver y para ver lo que deseas ver. No ver lo que le disgusta, aflige, daña y provoca, no ver el miedo y la costumbre. Cerrar los ojos para ver exactamente todo lo que no queremos perder y lo que inevitablemente tenemos que imaginar. Cerrar los ojos como consuelo a una herida, como placebo de vida para respirar un tormento. Si cierra los ojos,  la razón no la encuentra y la demencia no entra. Es necesario cerrar los ojos para dejar aparcada la realidad un momento y visitar esa vida paralela que imaginas. Lucía cierra los ojos cuando toma el teléfono y oye su voz, necesita imaginar su andar y su sonrisa, cuando oye su risa. Cierra los ojos cuando escasean ellos mismos de verle y tienen que traerle. Cierra los ojos cuando quiere abrir la memoria de sus besos, de alguna caricia y de sus firmes y abrigadas manos. Con los ojos abiertos, ve lo que no quiere ver y es imposible traer lo que tanto desea ver. Con los ojos cerrados puede ver lo que piensa desde dentro y dejar de ver lo de fuera, puede enmendar errores un momento, y esconderse hasta que la encuentren. Cierra los ojos para no ver y para ver. Cierra los ojos y se acuerda inmediatamente de su rajada sonrisa, de esa perfecta nariz y su inequívoco perfil, el tamaño de su pecho y el abrazo de sus brazos, cierra los ojos y puede verle los ojos abiertos y los ojos cerrados, puede ver su pelo y su manera de caminar.....Ahí va. Cierra los ojos y entonces puede gobernar mejor su brújula y su cometa de papel, puede soñar con otra vida y enderezar su destino. Menos mal que puede cerrar los ojos, es la única manera de ver la libertad de quererle, solo con los ojos cerrados puede verla. Lucía cierra los ojos para ver.

Silvia....

Solo otra vez. Y pienso que solo una vez más. Seguro que me acuerdo de la escena porque la he buscado en mi memoria cientos de veces.
No sé si todo el mundo tiene ese gancho sensual al que a veces voluntaria o involuntariamente te tienes que enganchar, para sazonar la imaginación, para acelerar el goce y la delicia que supone la lealtad y fidelidad de un argumento sexual. No es necesario que no te guste tu realidad, es solo un ápice de firmeza, caminar por un terreno conocido y mil veces transitado y disfrutado. Yo vi la escena hace mil años, quizás era el momento oportuno donde la sensualidad y el erotismo empiezan  a sembrar en una los gustos o matices que a lo largo de tu vida te acompañan. Quizás esté todo inventado o quede por inventar. Pero para mí, la Tía Tula es la profanación de mi lujuria, el despertar de mi primer consciente deseo, fue  la provocación de mi imaginación, es el deleite y el regocijo en una escena mil veces soñada. Recuerdo una película llena de acción, aunque parecía que no pasaba nada. La cámara se deslizaba entre ellos, acompañándoles sin atosigarlos ni escrutarlos, como si fuera de la casa. Esa escasez de diálogos y abuso de miradas…donde se posaba la mía, y se escondía mi silencio y la incomodidad de lo ajeno.  Recuerdo a Aurora Bautista aplicándose dulcemente desodorante en las axilas frente al espejo, su cuello y su negra combinación de encaje. Detalles tan cotidianos como su mano dando vueltas a la tila, el componer el abrigo del viudo, quitar el hilo suelto de su chaqueta…Refrescar su ardorosa piel con agua de colonia y taparse sus piernas con un fino pañuelo…  fueron detalles que me han acompañado siempre en mi más íntimo erotismo. Esa escena de Ramiro enfermo de pulmonía en la cama, débil y vulnerable… y Tula peinándolo y arreglando su ropa de cama, esa tensión sexual cuando la ataca… esa pasión desbordada, incorrecta y animal, de querer tomar lo que no es suyo….Tula forzada y ansiando ser tomada… La represión de una época, el sexo y el pecado….marcaron mis primeros atisbos de sensualidad y me siguen acompañando hoy. Esa  primera vez que sientes que algo más pequeño que tu corazón late en tu interior, algo candente y desconocido que no te deja cerrar los ojos a la visión, un violento y apasionado espasmo, el primero, el que nunca se olvida… la ocasión de ser voyeur sin saber que es, verse inmersa en el placer de lo desconocido e inmensamente placentero. Creo que fue la puerta a  la sensualidad, la primera, no recuerdo antes nada igual... un bautizo cálido… a algo imprescindible que espero me acompañe siempre. Una película unida a mis más íntimos instantes de almohada, que ha dormido entre mis sábanas mil y una noches…aunque nunca, nunca, nunca… Carlos Estrada se haya cruzado en mi vida.


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Es fácil fantasear con la muerte, cuando no es más que eso… un desafío fanfarrón, una provocación remota y ausente…no es más que pensar en humo, suponer y conjeturar una manera, entrever la pista de una maldición…podemos colocarla muy lejos…encima de una loma dentro de cincuenta años…en un mar desconocido y lejano dentro de sesenta…o si acaso me siento osada y atrevida…en un alarde de insolencia o bravura, la puedo colocar esta semana, en el semáforo de esta avenida, en un coágulo canalla que corte el hilo de mis días o en una carretera comarcal mil veces transitada. Es fácil fantasear con ella… pero de momento solo es un mal sueño, un atisbo de pesadilla que solo asoma en una mala noche, o el barrunto que sentimos ante alguna muerte cercana y lindante con nuestra propia vida. Es la fecha de un acertijo al que no quiero jugar…pero sé que lo llevo escrito en el borde de mi corazón.  Podría morirme esta tarde y no pasar la siguiente navidad con mis hijos…perderme la primera menstruación de mi hija o mi inevitable y propia menopausia… podría morirme esta semana y no conocer al hombre que llene la vida de mi hija o la mujer que consuele a mi hijo en mi funeral.  Podría vivir hasta conocer alguna nieta y poder verle salir su primer diente…podría vivir hasta convertirme en una vieja arrugada y llena de señales de mi edad, sin perder la ilusión por vivir… ajada y sospechosamente loca… ¿Cómo estaré de loca cuando muera?... ¿Me lacaré las uñas de colores como lo hago ahora?...No me gustaría perder un ápice de locura, porque será la única manera de sobrevivir a la vida…. Viéndola desde el prima de esta chiflada demencia que a veces me embarga….Desde esta deliciosa, dulce y momentánea pérdida de razón.
 Pero puedo morirme dentro de tres años, aunque toque mil veces madera…y apadrine cien gatos negros, puedo morirme pronto y no conoceré el Barrio de la Boca, que descubrí hace tan poco y anoté en las diez cosas que no quiero dejar de hacer antes de morirme…no volvería a comer las azofaifas que tanto me gustan y que cada vez parece más un sabor secreto y solo mío, no podría escapar a Lisboa con él…No me daría tiempo a cambiar las puertas del piso ni abrillantar el suelo, esas cosas domésticas que siempre se tienen pendiente.  Si de cierto me muero mañana mis hijos dejarían de oírme insistir en que no dejen de disfrutar de la magia de la palabra escrita… dejarían de oírme protestar si descubro algún descuido en el cuidado de sus dientes, en la verdadera razón de ser que intento inculcarles cada día…Y dejarían de oírme decirles buenas noches todas las noches de mi vida, duerman o no duerman conmigo. Si acierto y me muero mañana, el hombre con el que comparto mi casa no volvería a correr las persianas, no volvería a discutir conmigo por mi ansiada penumbra en verano… Ni a guardar un orden que detesta por parecerle el más absurdo de los absurdos… tardaría un mes en notar las salpicaduras en el espejo del baño y tendría que aprender a  crear aquelarres en la cocina. Si acierto a morirme en una fecha cercana…pronto mi voz será un enigma, mis costumbres quedarán olvidadas pero sus vidas serían como son…pasaría el tiempo y todo volvería a ser como es, pero yo necesito pensar que soy demasiado importante para morirme. Y tengo que ponerle una fecha lejana. No puedo pensar que mis ojos se oscurezcan un día y no me pidan mirar…ni que mis manos queden quietas por muy ajadas que estén…no puedo concebir que mis piernas no quieran dar esos largos y rápidos paseos que me solicitan ansiosas ahora…Tengo que seguir cruzando el río lo más rápido posible… necesito pensar que llegaré a cumplir muchos años y seré tan viejita que mis hijos no sepan qué hacer conmigo ni donde ponerme… ahí, intentando soñarle porque quizás ya él no esté… loca de veras, ese estado maravilloso donde ya habré escapado del cuerpo, no me importará mi edad y seré disculpada de casi todas las cosas….Mis pecados podré gritarlos porque serán pecadillos o quizás nadie me crea. Ya sé lo que duele la muerte ajena, a veces puede llegar a ser una pérdida insufrible por lo absurdo e innecesario del dolor que aflige a  nuestra alma…Con la muerte propia es enormemente doloroso especular con ella,  pero mejor antojar una fecha lejana, porque de lo contrario sería completamente imposible vivir. 


Sonia....



Sonia apaga con una desganada y lánguida sorpresa su radio despertador de mesilla SONY de pantalla dual…que indica las 7.30 de la mañana, consigue abrir los ojos junto a un pequeño bostezo y busca la claridad de la ventana con su mirada todavía aturdida y confusa. Mientras, se confunde en un único y eterno desperezo, extendiendo y tensando los músculos del cuerpo como le ha enseñado su nuevo profesor de Pilates. Ya estirada, se desprende con movimientos lentos de su cobija tibia y posa sus delicados pies de manicura roja dentro de unas dulces zapatillas Isotoner, mientras se dirige atropelladamente al cuarto de baño. Se mira en el espejo buscado una identidad conocida y se examina…estira con sus manos las mejillas y se dibuja con el dedo corazón las cejas con precisión, hace una mueca de sonrisa y alinea su blanca y perfecta sonrisa. Con prontitud se desprende de su camisón de dos piezas Guasch, lo arroja encima del bidet y se mete con dos elegantes pasos en la ducha de gresite, color azul…Realiza su aseo diario con un tratamiento de baño lancôme y se pone su albornoz de rizo blanco, Women’secret Dosies. Se cepilla los dientes, dedica el tiempo necesario a su rostro con su set de maquillaje Estée Lauder y peina su cabello en una coleta larga y rubia. Vuelve al dormitorio y se enfunda en una deliciosa caricia con un conjunto de lencería Calvin Ckein y una camisa blanca Versace, elije resuelta y decidida un traje sastre Dolce & Gabbana y se lo coloca sobria y elegantemente, y piensa que sin lugar a dudas, ha sido una acertada decisión Se alisa la falda con las manos ajustando su cuerpo a la prenda y considera que debería ponerse unas medias echando un corto y pertinaz vistazo a la claridad brumosa de su ventana…Se decide por unos pantys Daily Kaba y se los coloca dulcemente sin dejar ningún doblez, se recoloca la falda y enfunda sus pies en unos zapatos altos de tacón Manolo Blahnik, color negro satén y aprieta enérgicamente el talón. Se mira y posa ante el espejo, decidida y abrumada por la inmensa visión…Culminando el instante cuando se adornar con unos pendientes y una gargantilla Tous. Toma contacto con el tiempo, e impaciente se coloca su reloj de pulsera Rolex Oyster Perpetual y sale de la habitación. Contonea estudiadamente su caminar para comprobar que su anatomía no deja nada olvidado junto a la cama. Y ya en el salón, toma su bolso Calorina Herrera, pone el código pin a su Ipod Touch de Apple y respirando profundamente se siente conectada con el latido del mundo, se estira la botonadura de su traje, irguiendo su figura, y se pone las inútiles gafas Ray-Ban para un día nublado sobre su hermosa cabeza. Con la mano izquierda toma la funda con su ordenador portátil, también Apple y con la derecha su abrigo de paño Pierre Cardin, y sale de su apartamento dando un portazo detrás. Cuando toma el ascensor repasa su lápiz labial en el espejo, ensaya su mejor perfil y aprueba completamente su gallarda y apuesta visión. Ya en el aparcamiento, se aloja en su Audi A3 Cabrio, color azul cobalto metalizado….y al subir la rampa de acceso a la calle, ya en la avenida, frena violentamente en el semáforo a la vez que deja de ser Sonia, se despoja en el aire brumoso de su propia identidad y recobra su anonimato popular. Lanza una mirada tremendamente enamorada al espejo retrovisor y desaparece enfundada en luces de neón. Se le ha olvidado ponerse unas gotitas de perfume Dior.