martes, 20 de septiembre de 2011

La Eternidad de Miguel Gamboa

Los cuentos que la abuela Clementina sacaba de su caja de cristal, siempre olían a jazmines, a alguna hierba… a lunas de agosto y a cantos de grillos negros de los de verdad. Me gustaba oírla contar sus cuentos sentada en el umbral, bastaba una palabra para que la abuela comenzara a recordar. Aquella noche… recuerdo a la abuela trajinando con sus manos…. Desvistiendo habas para ponerlas en una cacerola que tenía al lado con ramitas de poleo y alguna cabeza de ajos…. Aún puedo sentir el olor del poleo…. le pregunté si ese cielo que veía era la eternidad…. Me recuerdo pequeña…. tumbada de espaldas en la acera aún tibia del sol de la tarde y mirar las estrellas… mientras oía a la abuela contar…. Nunca, nunca…. mi cielo ha vuelto a estar tan repleto como entonces.

Ayer…. Cuando le conté la historia de aquella hija loca de la abuela Clementina… él me dijo que si pasaba a tinta mi cuento, podría poner origen y tiempos a Miguel…. Podía decir que era indiano, poblano o quizás portugués…. Que llegó con un circo o destinado a un cuartel, que quiso ser torero… Que era casado, sacerdote o demonio con piel…. De Ausencias podría decir que era prometida de un marino, viuda de un coronel con seis hijos en su haber…. O quizás novicia, una casada infiel… o una devota insigne de Santiago Apóstol, aquél santo poderoso que asustaba a los moros a lomos de su caballo y que tanto impresionaba a la abuela Clementina…. No, no contaría más que un sentimiento con palabras acorazonadas…. El sentimiento de la eternidad, la eternidad del amor de Ausencias Tilo.

Ausencias tenía el vientre más perfecto y lindo que él había conocido…..así comenzó la abuela Clementina oliendo a poleo…..Una curva deliciosa y suave, le decía. Tenía la espalda pecosa y unas caderas sin mucha intención. Su espalda siempre tensa, viva y despierta… caminaba deprisa, como sin miedo. Quienes la conocieron contaban que tenía las piernas largas y firmes como una diosa, que era imposible mirarle el vientre y acariciar su pubis sin desearla entera.

Hubo un hombre al que le prometió su cuerpo lleno de luciérnagas… por el simple motivo de haberlas puesto en revuelo… Él no sabía entonces el frasco de locura y pasiones que estaba destapando con aquel beso…… era una mañana fresca de un once de febrero y un jardín en flor, la que desquició para siempre los ordenados sentimientos de Ausencias Tilo.

Ella le reconocía como el amor de su vida y siempre tuvieron la certeza de haber nacido para juntarse… No pudo ya olvidar el aliento que le entibió los hombros, ni desprender de su corazón la pena que la ató a la voluntad sagrada de aquel beso.

El amante de tía Ausencias era un hombre de maneras suaves y todo en él eran aguas y azules. Era correcto como el nudo en una corbata y loco como las olas a oscuras. Al menos así lo creía Ausencias, que cuando lo sentía lejano iba juntando avaricia de cada uno de los besos que se perdía, de cada sonrisa regalada a otros ojos, avaricia de caricias y avaricia de vivirle. Y entonces se rompía por dentro entera.

Se veían en un sitio escondido por donde nacía la ciudad. Miguel Gamboa se llamaba… y el resto del mundo no tenía nombre para la tía Ausencias. Era un hombre que con sus ojos negaba su irremediable destino, que tenía la inteligencia hasta en el modo de caminar, y las ganas de vivir cruzándole la risa y las palabras…… de tal modo que a veces parecía inmortal.

Cuando allí se encontraba, otro mundo se abría ante ella…. Con la tentación entre los ojos no podía olvidar el miedo y el pavor que le infundía ir en su busca. Iba miedosa y desaforada a encontrarse con el hombre de sus obsesiones. Cuando la puerta se abría, allí estaba él, dispuesto a cederle la boca y la mirada al mismo tiempo, entonces todos los riesgos y desazones se iban escaleras abajo y pasaban por debajo del portón para esperarla en la acera…. Su cuerpo se apaciguaba. Siempre tenían mil cosas que contarse…….. Jamás alcanzaron a meter el tiempo en el armario que nunca abrían… el tiempo se hacía férreo y se instalaba en sus cabezas, recordándoles la hora de volver a separarse. Hacían el amor sin echar juramentos, sin piruetas, sin la pesada responsabilidad de sentirse obligados a quererse. Y eran lo que se llama felices, durante un rato….riendo, riendo y riendo…… hasta que acababan llorando. Dispusieron del tiempo y la intimidad necesaria para amarse hasta alcanzar la maestría, no hubo fracasos ni desencuentros, y consiguieron descifrar la ciencia exacta del placer mutuo. Poquito a poco, muy poquito a poco…. Acompasaron el caos de sus impulsos al ritmo del latido conjunto de sus sangres, ablandaron su moral de granito, se acostumbraron a la desnudez, se hicieron más hábiles y menos tímidos, rezaron casi nada…. Eso es verdad…. y se rieron más…. Una ola de felicidad como nunca imaginaron, les sacudía el cuerpo.

Aquel rincón escondido era de los dos, tenía un balcón al que nunca se asomaron, ni creció planta ni flor… era un balcón silencioso de lo que ocurría en su interior. Alguna vez salió olor a café o a infusión, pan tostado o a esquejes de amor. Las paredes las llenaron de retratos, de letras de alguna canción o gritos de poetas a media voz.

Cuando apenas ella empezaba a cobijarse en el abandono de sus brazos, brincaban de la cama y se disponían a recoger ropas del suelo. Ayudados de agua y un pelín de jabón que compartían los dos, limpiaban de sus cuerpos las huellas de todo aquello…. Por la piel de los dos resbalaban los besos y las caricias, los susurros, las palabras de pasión y algún reproche. Se secaban envueltos en nostalgia y mil tristezas. Se vestían deprisa y acompañados de risa barruntaban la hora de marchar. Ella le regalaba un beso de los que regalan las mujeres enamoradas porque ya no les cabe bajo la ropa, y allí lo quieren dejar.

Él cerraba con una llave de oro y siete vueltas el portón de la casa y el cerrojo de su corazón, salían a la calle fingiendo que nunca se habían visto. Ella corría de nuevo a su vida envuelta en miedos y con el cuerpo aún enfebrecido y hasta el último rincón de su alma lo llevaba en carne viva. Sin embargo, esas horas de pasión y culpa, le habían dado una firmeza al caminar y un temblor en los labios, con los que su manera ganó justo la pizca de maldad necesaria para parecer… divina. Nunca Ausencias se sintió más mujer ni más hermosa.

Se amaron todo el tiempo, envueltos en el silencio, esperando un lindo revés que nunca llegó a sus vidas… Llevaban muchos años sin escandalizar la ciudad con su eterno noviazgo, cuando Miguel Gamboa murió sin esperarlo ni él siquiera.

Angustias Tilo fue en busca del cadáver de su amante como sintiéndose reina de todos sus derechos y le plantó dos besos en aquella frente que siempre sentiría tibia. Se hincó junto a él, acariciándole la cabeza con una mano y agarrándose ella entera con la otra para no caerse muerta del espanto. Lo abrazó como se abraza un cuerpo al que una está acostumbrada. Le aliso su pelo, le dibujó los labios con un dedo como había hecho mil veces y le acarició mucho rato las mejillas heladas. Envolvió su tesoro y lo veló como se velan los cariños, entre lunas y lágrimas toda la noche. Al día siguiente lo cubrieron de tierra oscura, de cariños soñados y de recuerdos y le dieron sepultura. Ella siguió algunos años amándole a escondidas porque así estaba acostumbrada…. Buscando la llave que pudiera abrirle el cerrojo que guardaba aquel balcón…Y loca decía…

¡¡Qué tontería enterrar el cadáver de Miguel, como si su muerte fuera posible!!

Siempre sabremos que él nunca estuvo más vivo que lo está ahora, y que jamás podrá morirse antes que yo. Porque no alcanzaría el viento a borrar sus besos de mis mejillas… ni nunca una tormenta acallará su voz hablándome bajito en aquel rincón. Miguel me pertenece. Me atravesó mi vida con su vida y no habrá quien me lo quite de mi boca y de mi alma. Aunque digan que ha muerto. Nadie puede matar la parte de Miguel que hay en mí. Ausencias nunca quiso a nadie más y a nadie se le ocurrió intentar quererla… sintiéndose llena de aquel perfume, de aquel brebaje atroz, de aquel veneno cálido…. Que la llevo tantos años a compartir esa cama clandestina….sintiéndose así, pasó sus días.

Y nunca pudo olvidar el conjuro de aquella mano, audaz y hereje como ninguna…. recorrer su espalda entera. Ni sus ojos, ni su boca…. Ni su risa chocando contra el techo…. Ni tantas palabras empapando la pared…. La pesadez del tiempo se coló en su cuerpo… Y sus recuerdos fueron a veces en blanco y negro, otras veces solo fueron recuerdos…..Se hizo vieja y siguió sola, buscando llaves sin parar….y cultivando amapolas en los huecos de escaleras, en las chimeneas frías, en las ventanas ciegas y en todas las aceras…..siempre siguió lleno su frasco de locura.

Siempre dijeron que estaba loca…. Y es que encimaba delirios y fantasías de colores como ninguna. De Miguel Gamboa, el eterno amante de la tía Ausencias… siempre se dijo que murió sabiendo que era dueño de un tesoro… Pero que nadie supo cual, ni tampoco lograron encontrarlo. Miguel Gamboa, sin saberlo…….se hizo eterno en el alma de la loca Ausencias Tilo…..Y a mi memoria siempre que huelo a poleo vuelve su historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario