
...Tengo una uva dorada, un camino, la estrofa de una canción, una pluma de arrendajo, un bello y leal animal, un pueblo en fiestas y un nombre…. Voy a contar una historia.
Un día, me contó que adoraba a Zalema, que la sentía una diosa como nunca conoció a ninguna, que nada más abrir los ojos, corría la pasión en su mirada, amaba su piel de reina y su cuerpo siempre en vilo… movía sus manos como una gitana y su presencia a todo el mundo robaba el alma. Era una hembra tremenda me decía, nunca imaginó que algo así se cruzaría en su vida. Una mujer sencilla y sincera, era un animal obediente y fiel, un ser noble. Sabía que el mundo le envidiaba porque muchos intentaron conquistarla y otros tanto se quedaron hechizados solo con mirarla…. La envidia es mala, me decía…Pero Zalema es mía. Ella le amaba. Gustaba de acostarse a su lado y esperar su despertar o su sueño. Siempre alerta de un gesto suyo… Se tumbaba para que durmiera en su vientre, y soñaba con meter las manos en su alma y besarle la frente. Zalema continuamente lo respiraba…..En cualquier lugar, en la proa de un barco o en el aire marino, en el cielo plateado, en el sabor del agua, mirando en un espejo, en cualquier lugar se abría de pronto una arista y sentía su rostro junto a ella. Siempre podía verlo. Él la había enseñado a vivir y por eso vivía, pasaban el tiempo juntos oliendo el bosque, oyendo el aire y el cielo, eran compañeros… lo mejor que sabía hacer junto a él era llevarse el entorno hecho objeto: contemplar a la luna y despedirla en sus brazos, seguir un rastro caminando a su lado, escuchar el susurro de una fuente, el rumor de la brisa bailando unas ramas. Le gustaba bajar a buscarlo y recorrer el camino entre su casa y el pueblo…. Y adivinar huellas. Un pequeño camino donde aún existe una ermita pero no un cementerio. Era como bendecir la vida a cada instante y saltar por una tierra sagrada. Cuándo solían encontrarse se arrullaban las palabras más hermosas, dormía en su seno agarrado a su mano, y al mirarse pensaban…. Que Dios, que es grande, nos perdone a los dos.
Zalema era ligera, fresca y olía siempre a uva madura…generosa y capaz de hacerse espuma. Zalema vivía fuera del pueblo, al final de aquel camino que sube a la ermita… una verja protege, no, no protege, abraza, y acuna a la vivienda y, tras sus viejos hierros, existe un enorme jardín luminoso, densísimo, está salpicado de muchos colores y olores…. De sueños, de azules, de ranas y soles. Y siempre, siempre, siempre se escucha el agua del arroyo correr. A la derecha, una senda de baldosas rojas conduce hasta la puerta de su casa. Un poco antes de llegar hay que subir tres escalones, en ellos se sienta muchas tardes Zalema a soñar y a colocar nuevas plumas de arrendajos en sus cuadernos. Son unos cuadernos con las tapas azules donde Zalema guarda sueños, dibuja besos, escribe cuentos y colecciona pompas de jabón. En el último escalón hay varios troncos cortados que sirven de asiento debajo del canalón y una gran tinaja llena de carbón. Desde allí, desde tan alto… puede verse todo el jardín y mucho monte… El final del mundo y un cielo lleno de asientos donde tumbarse a soñar.
Sucedió en Romería… eso me contó él.
Zalema tiene un alma soñadora…. Adora la luz de su pueblo en Agosto, la luz dorada, una luz por dónde entran los dioses y las princesas, los músicos y las flores, los mendigos, los feriantes y la vida entera. Una luz que la hace sentir pequeñita, como un dedal de risa flotando entre las nubes del cielo.
Cuando cae la tarde, la noche invisible, violeta, como un lamento leve, como una sombra inmensa… Ella se suelta y va a buscar a ese hombre bueno al que tanto ama. Pero no sabe que se dirige al camino dónde su vida se convertirá en el mundo de irás y no volverás. Allí está ese mal hombre que la espera y la espía, Lombroso, un mal hombre, allí vive el mal gratuito y horrible, ese mal que tanta compasión le inspira y no acaba de entender.
En el camino que la lleva al pueblo huele a sangre, miedo y madrugada pero ella no lo sabe. Todo marcha, los días, las horas, la noche. Su noche. La vida es costumbre, una costumbre que se quiebra cuando la violencia lo invade todo. Ella solo sigue el rastro del olor de su hombre, quiere buscar sus manos y sus brazos. Es romería y el pueblo entero está de fiesta.
Zalema oye pasos, se vuelve y ve a ese extraño que la ha seguido…. Lo observa sorprendida y callada… los segundos ya no avanzan, se para el mundo, se para su valor y la inunda el horror… la violencia de ese mal hombre la deja paralizada, de repente siente un enorme cansancio... caída en el suelo mira al cielo…. Se siente demasiado vieja… demasiadas noches, demasiadas estúpidas estrellas.
“Es malo y su cuerpo está sobre mi alma entera”… piensa Zalema. En el instante en que reconoce su presencia ella se convierte en una enana. Un arrebato viril endurece el organismo del desconocido, enardece sus sueños de poder y poseer y destroza los sueños de algodón que embargaban hasta ese momento el alma de Zalema. Ya no puede ver las estrellas, solo tiene los ojos fijos en él…. Nota el corazón loco y el sexo crecido y rabioso de ganas, de un demonio rojo. El camino se encabrita como un temblor de tierra, ese hambre salvaje la estruja como si fuera de trapo, la ahoga con su lengua, se escucha un bramido de animal en celo, la lame, la muerde entera, con ahínco de perro, la penetra y se la come toda, como una leve y asustada pieza. Zalema lo mira y lo huele, se le rompe en mil pedazos su corazón y ahora su carne huele a pólvora, siente violados todos sus candados y quebrados sus silencios. Ella quisiera cerrar los ojos pero no puede, quiere cerrar las ventanas y tapiar las puertas, borrar ese instante, olvidar el miedo y alejar para siempre todos los peligros.
No es nada. No ha sido nada. Ya está. Un estremecimiento.
Nadie volvió a verla ni encontraron su piel ni sus huesos, dicen que fue el fuego el que borró a Zalema del camino… de todas formas nadie supo nunca de ella…. Ya, ella misma es una leyenda y ese hombre que la amaba se acostumbra a no buscarla. Lo ha dejado solo, sin camino….Él sigue agachándose a coger las plumas de arrendajo y las guarda en sus bolsillos pero nadie abre los cuadernos de tapas azules para colocarlas…. Las acaba perdiendo.
Lombroso ya no vive en él…. Los ojos abiertos de Zalema no le dejan vivir y prefiere morir. Se va buscando paz dónde nunca la va a encontrar…. Anda caminos buscando perderse, pasa un río color sangre y llega a un mar. El mar negro y oscuro de una mala noche se arrima con dulzura a los pies de Lombroso…. Y en una fiesta de pólvora quiere acabar con su mala vida y sus malos sueños. Cae a la arena y siente como los cangrejos insomnes pasean por su cuerpo tendido con sus pisadas de agua, pero ya no lo lastiman. La luz de la luna, esa misma luna que vio aquella fea noche como sufría Zalema, sigue ahora el rastro de sangre que deja el mal hombre cuando cae, gota a gota sobre la arena. Malas estrellas y una media luna vigilan esta noche, la noche de su muerte. Quizás encuentre con esto paz para su tormento… Pero nunca podrá pronunciarse su nombre, porque es mal agüero y sinónimo de espanto. Hoy, hay todavía gotas de sangre de Lombroso en muchos hombres. Pero ahora ha encontrado un mar para lavar su alma y su agonía. Con el último soplo de vida se arrastró al mar y se desplomó en la orilla. Como pudo se puso de rodillas y con el agua salada pidió perdón y la gracia por su mala vida. Después, las olas calmaron su malvada sed y apagaron el fuego de su fea hombría. Los peces más pequeños penetraron por su boca, recorrieron sus entrañas y lo vaciaron de toda la crueldad que había repartido. Los rayos de la luna no quisieron coronarlo con aureolas pálidas y ningún ángel marino puso en su mano la palma del martirio…. Por martirizar a Zalema…. Murió perdido. Ni siquiera las algas quisieron su cuerpo, ni las caracolas buscaron sus rincones, los camarones dejaron sus ojos tranquilos…. No quisieron comer lo que vieron sus pupilas y su cerebro se convirtió en babas y espuma amarilla… Las almejas solícitas y apasionadas no desearon tampoco participar del festín, solo algunos feos gusanos formaron una coraza blanquecina alrededor de su sexo agresivo y su agria leche. Ninguna canción de cuna abrazó a Lombroso en sus últimos instantes, solo escuchaba el silencio mudo de la boca de Zalema pidiéndole compasión. Horas después la marea se retiró dejando su cuerpo tendido en la arena. El mar lo escupe porque tampoco lo quiere, solo le roza de cuando en cuando las plantas de los pies…. Ya no tiene vida, ni dolor, ni culpa.
Cuando lo encuentren, un arrendajo nervioso estará posado en su frente...
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