lunes, 11 de octubre de 2010

Me quedaré aquí.

Mi mujer y mis hijos se han ido a pasar el día fuera, al campo; los niños querían pasar un día con sus primos en la piscina… el calor en la ciudad es sofocante. Yo he preferido quedarme y gozar del silencio y la quietud… de esta libertad que a veces siento que me roban, siempre rodeado y compartido. Y leer, tener tiempo para leer en soledad, un lujo que cada día valoro más…el delicioso lujo de leer en silencio, con la casa a solas.
He estado un rato delante del ordenador, abriendo correos de amigos… pero el tiempo así pasa corriendo, no me interesa que se acabe este domingo de julio en el que tengo la oportunidad de estar solo conmigo, no es que me guste la soledad, no… es la saturación de estar siempre acompañado la que me hace desear tanto un rato a solas y en silencio. He abierto un correo de Juan, mi hermano…. Me cuenta que ha estado unos días en casa de mis padres en el pueblo, pasando las fiestas de verano; la casa está vacía desde que ellos murieron pero nos cuesta deshacernos de ella y está como la dejaron… casi viva. Aún tiene algunas plantas que asimilan las pocas atenciones que les ofrecemos, el buzón sigue atendiendo al cartero, las lluvias de este invierno han herido los patios y el tejado, pero nada que sea irreparable, todos vamos de vez en cuando a pasar algún domingo allí. Juan me manda unas fotos que ha encontrado en algún cajón de la cómoda de mamá… Una me llama la atención, estamos todos, mi madre me sostiene en brazos y ella y mi padre dirigen hacia mí seriamente la mirada, también se prestan a la cámara mis hermanas y mi hermano. Siempre me gustaron los rizos de mi hermana Lola. Todos estamos muy serios… como asustados, era la seriedad del momento… no conocía esta foto ni tampoco reconozco el lugar que aparece al fondo. También hay una en la que estamos sentados mi abuelo Martín y yo en el umbral de la puerta de casa con la perra que llenaba de ladridos mi infancia… “loba” se llamaba, todavía recuerdo como nos vigilaba siempre de pequeños a Lola y a mi. Hay otra que si la conozco, estamos de pie delante de la casa, debía ser un día de fiesta porque los balcones están engalanados y mi madre está muy arreglada, mi padre luce un traje oscuro demasiado corto y Lola y yo les damos la mano, soy el único que sonríe en la foto, mis hermanos mayores no aparecen. Me ha escaneado otras del día de mi boda, en la calle con los vecinos… Julia aún lleva el velo y el ramo de flores, creo recordar que le llevamos el ramo a su abuela al cementerio, era algo así como compartir con los que no están la propia felicidad, nunca entendí esa costumbre como tantas otras, pero la acepte como acepté las demás. La última es de mi primera comunión, aparezco tieso y engalanado con una vela en la mano, me trae recuerdos de rabia y vergüenza, me veo entrando en la iglesia acompañado de mis padres y hermanos, siento como me medio arrastran por el pasillo enfurruñado e impotente. No ocultaba el berrinche y me sentía confundido, no sabía muy bien porque me sentía así. Solo me encontraba metido a la fuerza en un traje que no era para mi, vestido de marinerito con el pelo repleto de brillantina y totalmente engalanado. Al igual que mis compañeros asentía ante la palabras del párroco, incómodo y concentrado…esperando recibir la primera comunión, ansioso por probar la hostia. Recuerdo haberme puesto en la fila, llegar delante del cura, cerrar los ojos fuertemente y apretar mis manos en forma de plegaría mientras mis labios decían la palabra “Amén”… la esperanza que tenía en el cuerpo de Cristo se esfumó, no sentí nada especial, seguía igual de incómodo y nervioso. Entonces la vi, en el banco de enfrente, en el de las niñas estaba mi hermana Lola, preciosa… toda de blanco, radiante… con su corona encima de esos rizos tan maravillosos, su medallita colgada del cuello y su mirada baja, allí quería estar yo, en el banco de las niñas, todas llenas de luz con su camisita y su canesú. Hoy, muchos años después… al recordar aquel momento dos amargas lágrimas me empiezan a resbalar por las mejillas.

Esas fotos me han llevado a recordar mi juventud, mis días pasados… llenándome de nostalgia y de impotencia. Fui un niño feliz, de los de antes, cuando nadie se planteaba la felicidad infantil, solo crecíamos como podíamos, en casa nunca faltó de nada pero tampoco sobró. Mi madre fue una mujer muy dulce y cariñosa que debió enamorarse de aquel muchacho apuesto, tímido y varonil pero con poco futuro, que le pidió un día acompañarla al paseo y desde entonces nunca se separaron. Fuimos naciendo los hijos, ellos trabajando y llevando una vida sencilla, acompañando a los abuelos hasta los últimos días y sintiendo cansar sus cuerpos poco a poco. Siempre fui debilucho y enfermizo, al contrario de mi hermano que había heredado el tipo moreno y fuerte de mi padre y mi abuelo, yo siempre he pensado que fui un hombre impar… era sensible como mi madre, de piel blanca y dulces ojos, de bonitas maneras y como ella, tenía los labios siempre dispuestos en una sonrisa golosa. También es cierto que al principio de mi adolescencia, cuando ya empezó a asomarme un ridículo bigote en mi cara, me cambiaron la voz y las formas, esos rasgos femeninos fueron difuminándose, hasta casi desaparecer. Solo yo sabía que estaba ahí.
De pequeño jugué con los niños en la plaza, a los juegos de antes…. A las canicas y al trompo, a las carreras y a las pedradas…con las niñas me gustaba sentarme en un escalón a escuchar sus enfados y sus sueños, pero nunca jugué a pelotas, tampoco sostuve en mis brazos a una muñeca. Mi padre me regaló una espada y un escudo de cartón plateado que casi no recuerdo haber usado, lo cogía cuando lo veía llegar del campo porque sabía que eso lo haría feliz, peros sentía tanto aburrimiento que poco a poco fui dejando de lado la espada y el escudo y queriendo acercarme a mis hermanas en sus juegos. Me volví un niño callado y estudioso con una adolescencia normal, fuimos a estudiar a la capital mi hermano y yo, de vacaciones al pueblo…entonces ni siquiera soñaba con ver el mar… y fui el único que consiguió ir a la universidad. Estudié magisterio y a los veintitrés años me casé con Julia, también maestra como yo. Fue la única mujer de la que creo haberme enamorado, nunca me he fijado en otra, tenemos dos hijos y una rutina formada, sencilla y creo que feliz.
Como tantos seres humanos, yo también guardo un secreto relacionado con mis sentimientos más íntimos, que solo dejo aflorar cuando estoy solo como hoy, cuando nadie me observa y nada se espera de mi, cuando busco el momento para ser lo más sincero de mi vida, para ser mi verdad y la de nadie más. Para ser yo.
Estos últimos años se ha empezado a pensar y a hablar de una manera más abierta de la tolerancia, de esas teorías sobre la sexualidad, sobre la libertad del individuo. Se han empezado a abrir cajones de los armarios y a salir sentimientos que llevaban allí escondidos muchos años. Cuando escucho estas noticias o veo celebrar en mi ciudad el día del orgullo gay, o algún reportaje sobre el artista de moda que ha declarado abiertamente su original tendencia sexual, cuando escucho todo esto siempre pienso si no existirá en mí una homosexualidad apresada y cautiva, vencida y reprimida por la imposición de una cultura, de una familia, de un lugar… el que ocupo. No he hallado respuesta, tampoco quiero preguntarme más. Es cierto que desde un principio mis relaciones sexuales con Julia han sido relajadas, exentas de toda pasión, existe un cariño inmenso, es la madre de mis hijos y mi compañera. Pero mi urgencia de carne femenina ha sido escasa, prudente siempre con lo ajeno… me he limitado a mi mujer y ni siquiera despistadamente se me van los ojos hacía una alumna o una chica que vaya paseando por la calle y sus formas femeninas hagan volver las cabezas de los que me acompañan. Con Julia soy familiarmente feliz… pero su enamoramiento careció del entusiasmo y la total entrega del mío.
Pero, algo que no me puedo explicar es un deseo que me aparece en cuanto tengo la más mínima oportunidad… como hoy. Me he quedado solo y encuentro un excitante placer en ponerme alguna prenda de mi mujer, darle color a mis labios con algún carmín que tenga Julia en el baño… y sobre todo las medias. Es enorme la satisfacción que encuentro en meter un pie en una de sus medias y notar el frescor y la suavidad del nailon mientras mis manos juegan con ella. Suelo hacer como ahora, a media tarde cuado el sol se ha alejado de la terraza, me asomo vestida así…. Pero siempre detrás de los visillos a ver la gente pasar, vestida de Julia y sintiéndome verdaderamente yo como no me he sentido nunca.
Ese es mi secreto, el de mis sueños… siempre que estoy solo cierro los ojos y sueño mi piel fina y sedosa sin vello, mis cabellos son los rizos que tanto envidié a mi hermana, mi cuerpo delgado se contonea sin demasiado disimulo mientras camino por el salón, y me excita mi propia carne como no me ha excitando ninguna. Me quedo aquí, en mi soledad, con mi secreto y mi silencio… pensando que ya es tarde para mí, que he perdido la llave de mi armario y que no puedo salir. Me quedaré aquí…………sigo siendo el niño asustado metido en un traje que no siente y buscando con los ojos en la pila de agua bendita una paz que no encuentro. Sigo solo.



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