Desde esa noche en que ese hombre al que él reverenciaba entre todos, le abrió su destino, como se abre un recio caracol, desde esa noche, todo lo que nuestros escritores y nuestros poetas nos refieren de extraordinario en sus libros, y lo que las obras teatrales ocultan entre bastidores, como si fuese demasiado trágico para la luz de proscenio, le pareció infantil y sin importancia. Desde esa noche su vida cambió.
¿Es por indolencia, cobardía o insuficiencia de visión que todos se limitan a diseñar la zona superior y luminosa de la vida, en la que los sentidos actúan abierta y legítimamente, en tanto que, abajo, en los sótanos, en las cavernas profundas y en las cloacas del corazón se agitan, despidiendo fosforescentes resplandores, las bestias peligrosas y reales de la pasión, acoplándose y desgarrándose en las sombras, bajo todas las formas de la mezcolanza más fantástica? ¿Están asustados por el aliento, quemante y devorador, de los instintos demoníacos, por el vapor de la sangre ardiente? ¿Tienen miedo de ensuciar sus manos demasiado delicadas en las úlceras de la humanidad, o bien sus miradas, habituadas a claridades más mates, son incapaces de conducirlos a esos peldaños resbaladizos, peligrosos y repugnantes de putrefacción? Y, sin embargo, el hombre que sabe no experimenta alegría igual, a la que se encuentra en la sombra, estremecimiento más poderoso que el que congela el peligro, y par él, ningún sufrimiento es más sagrado que el que, por pudor, no se atreve a manifestar.
¿Dónde se oculta, detrás de qué máscara, se encuentra el rostro de Eros?
Hay vidas que se arrastran durante eternidades, como una babosa, dejando a su paso un rastro viscoso de glacial espanto. Una vida de asco, de limo, de horror, de fantasmas, de pocilgas llenas de humo y de turbias luces. Hay vidas que soportan, en esos resbaladizos caminos todas las humillaciones, todas las vergüenzas y todas las violencias... Y a veces la voluntad debe tenerse como acero, para ocultar esa duplicidad de la vida diaria, para hurtar prudentemente a las miradas extrañas ese secreto tan aterrador como la cabeza de Medusa. Gozo sin placer, ansiedad que ahoga; y poco a poco se vive honda, oscurecida y tímidamente oculto en sí mismo. Ahora sabe que le amó desde la primera vez que le vió, jamás había oído a un ser humano hablar con tanto entusiasmo y de un modo tan realmente cautivador; asistía por vez primera a eso que los romanos llamaban raptus, es decir, al vuelo de un espíritu por encima de sí mismo. ¿Qué temblor flanqueó ese umbral de su piel por primera vez?
Podría haber bailado de alegría, de orgullo, de felicidad; su secreto quizás rechazado y profundamente oculto. Cuando se acercaba... poco a poco sus pupilas, que por lo general sólo tenían color por intermitencias, como un fuego a eclipses, se llenaban de ese azul claro y pleno del alma que, único entre todos los elementos, puede formar la profundidad del agua y la profundidad del sentimiento humano. Y ese azul brillante ascendía desde el fondo de sus pupilas, avanzaba, penetraba en él; sentía que la onda ardiente que de ellas emanaba, atravesaba blandamente su ser, se expandía ampliamente en él y concedía al alma una alegría vasta y extraña: todo su pecho se había dilatado bruscamente ante el chorro de esa potencia y sentía florecer en él una gran fiesta.
El joven, límpido y hermoso, estaba a su lado oyendo su voz, temblar de repente, se inclinaba hacía él, tan cerca, que su aliento se deslizaba sobre su rostro. Nuevamente sentía el calor envolvente de sus miradas, nuevamente sintió esa extraña luz, como... como en esos raros y singulares segundos que se producían entre los dos.
Ese hombre pleno de amor murmuró muy quedo, moviendo apenas los labios:
- Yo... yo... también te amo.
Comprendió entonces, completamente turbado la ternura con la cual venía hacia él y su brusca defensa, el amor siempre lo había sentido en él, tierno y tímido, ora desbordante, ora nuevamente trabado por una fuerza todopoderosa, ese amor lo había gozado con él en cada uno de sus rayos fugitivamente caídos sobre sí. Empero, cuando la palabra “amor” fue pronunciada por esa boca de pez, con un acento de sensual ternura, un estremecimiento a la vez dulce y aterrador pasó ruidosamente por sus sienes. Y, a pesar de la humildad y de la compasión en que ardía ante él y por él, su joven ser, completamente turbado, tembloroso y sorprendido, no halló una palabra para responder a su pasión, que se revelaba a sí de improviso. Aquí, un hombre se revela en su más absoluta desnudez, aquí un hombre desgarra lo más profundo de su pecho, dispuesto a dejar al desnudo su palpitante corazón, envenenado, consumido y supurante, mediante un salvaje acto de flagelación. Únicamente alguien que ha tenido vergüenza, que se había encorvado y ocultado durante una vida entera, puede, con semejante embriaguez desbordante, descender hasta lo implacable de tal confesión. Trozo a trozo, un hombre arranca su vida de su pecho, y en ese momento, ves por primera vez, con trastornados ojos, las inconcebibles profundidades del sentimiento humano.
Nunca ese hombre, que empezaba a envejecer, había visto un afecto puro, agotado por las desilusiones, desgarrados los nervios por esa terrible caza a través de las espinosas marañas, pensaba ya con resignación que su existencia no era sino una ruina. Hete aquí, que entonces, el amor entró apasionadamente en su vida, ofreciéndose jubilosamente a sí mismo, en sus palabras y en su ser, al profesor envejecido, dirigiendo todo su ardor hacia él, que estaba aterrado ante ese milagro que ya no esperaba vencido y sin comprender, llenando su vida de aquél mensajero de juventud, un ser hermoso con sentidos apasionados, ardiendo con él y por él.
Un ser humano no podía hablar de esa manera más que una sola vez en su vida a otro ser humano, para callar luego para siempre, tal como se dice en la leyenda del cisne, que únicamente al morir puede, únicamente una vez, elevar hasta el canto la ronquera de su grito. Y él acogía en sí esa voz que ascendía cálida, inflamada y penetrante, la acogía estremeciéndome dolorosamente, como recibe una mujer al hombre en su ser...
En esa claridad confusa, le atrajo hacía sí, sus labios apretaron ávidamente los suyos, en un gesto nervioso, y en una especie de trémula convulsión se mantuvo apretado contra su cuerpo. Fue ese un beso como nunca recibió de una mujer, un beso salvaje y desesperado como un grito mortal. Su alma se abandonaba a él y sin embargo estaba espantado hasta lo más profundo de si mismo por la repulsión que había en su cuerpo al hallarse en contacto con un hombre, espantosa confusión de los sentimientos. Se soltó, entonces, para siempre... se adueñó de él una compasión infinita, su ronca y sorda voz, a través de las manos crispadas que ocultaban su rostro...¡¡Vete!! ...No, no te acerques... ¡¡Por el amor de Dios!! ...¡¡Por el amor de los dos!! ... ¡¡Vete, ahora!!
Nunca volvería a verle... pero todavía hoy después de tantos años, siente que a nadie ha amado más que a él.
¿Es por indolencia, cobardía o insuficiencia de visión que todos se limitan a diseñar la zona superior y luminosa de la vida, en la que los sentidos actúan abierta y legítimamente, en tanto que, abajo, en los sótanos, en las cavernas profundas y en las cloacas del corazón se agitan, despidiendo fosforescentes resplandores, las bestias peligrosas y reales de la pasión, acoplándose y desgarrándose en las sombras, bajo todas las formas de la mezcolanza más fantástica? ¿Están asustados por el aliento, quemante y devorador, de los instintos demoníacos, por el vapor de la sangre ardiente? ¿Tienen miedo de ensuciar sus manos demasiado delicadas en las úlceras de la humanidad, o bien sus miradas, habituadas a claridades más mates, son incapaces de conducirlos a esos peldaños resbaladizos, peligrosos y repugnantes de putrefacción? Y, sin embargo, el hombre que sabe no experimenta alegría igual, a la que se encuentra en la sombra, estremecimiento más poderoso que el que congela el peligro, y par él, ningún sufrimiento es más sagrado que el que, por pudor, no se atreve a manifestar.
¿Dónde se oculta, detrás de qué máscara, se encuentra el rostro de Eros?
Hay vidas que se arrastran durante eternidades, como una babosa, dejando a su paso un rastro viscoso de glacial espanto. Una vida de asco, de limo, de horror, de fantasmas, de pocilgas llenas de humo y de turbias luces. Hay vidas que soportan, en esos resbaladizos caminos todas las humillaciones, todas las vergüenzas y todas las violencias... Y a veces la voluntad debe tenerse como acero, para ocultar esa duplicidad de la vida diaria, para hurtar prudentemente a las miradas extrañas ese secreto tan aterrador como la cabeza de Medusa. Gozo sin placer, ansiedad que ahoga; y poco a poco se vive honda, oscurecida y tímidamente oculto en sí mismo. Ahora sabe que le amó desde la primera vez que le vió, jamás había oído a un ser humano hablar con tanto entusiasmo y de un modo tan realmente cautivador; asistía por vez primera a eso que los romanos llamaban raptus, es decir, al vuelo de un espíritu por encima de sí mismo. ¿Qué temblor flanqueó ese umbral de su piel por primera vez?
Podría haber bailado de alegría, de orgullo, de felicidad; su secreto quizás rechazado y profundamente oculto. Cuando se acercaba... poco a poco sus pupilas, que por lo general sólo tenían color por intermitencias, como un fuego a eclipses, se llenaban de ese azul claro y pleno del alma que, único entre todos los elementos, puede formar la profundidad del agua y la profundidad del sentimiento humano. Y ese azul brillante ascendía desde el fondo de sus pupilas, avanzaba, penetraba en él; sentía que la onda ardiente que de ellas emanaba, atravesaba blandamente su ser, se expandía ampliamente en él y concedía al alma una alegría vasta y extraña: todo su pecho se había dilatado bruscamente ante el chorro de esa potencia y sentía florecer en él una gran fiesta.
El joven, límpido y hermoso, estaba a su lado oyendo su voz, temblar de repente, se inclinaba hacía él, tan cerca, que su aliento se deslizaba sobre su rostro. Nuevamente sentía el calor envolvente de sus miradas, nuevamente sintió esa extraña luz, como... como en esos raros y singulares segundos que se producían entre los dos.
Ese hombre pleno de amor murmuró muy quedo, moviendo apenas los labios:
- Yo... yo... también te amo.
Comprendió entonces, completamente turbado la ternura con la cual venía hacia él y su brusca defensa, el amor siempre lo había sentido en él, tierno y tímido, ora desbordante, ora nuevamente trabado por una fuerza todopoderosa, ese amor lo había gozado con él en cada uno de sus rayos fugitivamente caídos sobre sí. Empero, cuando la palabra “amor” fue pronunciada por esa boca de pez, con un acento de sensual ternura, un estremecimiento a la vez dulce y aterrador pasó ruidosamente por sus sienes. Y, a pesar de la humildad y de la compasión en que ardía ante él y por él, su joven ser, completamente turbado, tembloroso y sorprendido, no halló una palabra para responder a su pasión, que se revelaba a sí de improviso. Aquí, un hombre se revela en su más absoluta desnudez, aquí un hombre desgarra lo más profundo de su pecho, dispuesto a dejar al desnudo su palpitante corazón, envenenado, consumido y supurante, mediante un salvaje acto de flagelación. Únicamente alguien que ha tenido vergüenza, que se había encorvado y ocultado durante una vida entera, puede, con semejante embriaguez desbordante, descender hasta lo implacable de tal confesión. Trozo a trozo, un hombre arranca su vida de su pecho, y en ese momento, ves por primera vez, con trastornados ojos, las inconcebibles profundidades del sentimiento humano.
Nunca ese hombre, que empezaba a envejecer, había visto un afecto puro, agotado por las desilusiones, desgarrados los nervios por esa terrible caza a través de las espinosas marañas, pensaba ya con resignación que su existencia no era sino una ruina. Hete aquí, que entonces, el amor entró apasionadamente en su vida, ofreciéndose jubilosamente a sí mismo, en sus palabras y en su ser, al profesor envejecido, dirigiendo todo su ardor hacia él, que estaba aterrado ante ese milagro que ya no esperaba vencido y sin comprender, llenando su vida de aquél mensajero de juventud, un ser hermoso con sentidos apasionados, ardiendo con él y por él.
Un ser humano no podía hablar de esa manera más que una sola vez en su vida a otro ser humano, para callar luego para siempre, tal como se dice en la leyenda del cisne, que únicamente al morir puede, únicamente una vez, elevar hasta el canto la ronquera de su grito. Y él acogía en sí esa voz que ascendía cálida, inflamada y penetrante, la acogía estremeciéndome dolorosamente, como recibe una mujer al hombre en su ser...
En esa claridad confusa, le atrajo hacía sí, sus labios apretaron ávidamente los suyos, en un gesto nervioso, y en una especie de trémula convulsión se mantuvo apretado contra su cuerpo. Fue ese un beso como nunca recibió de una mujer, un beso salvaje y desesperado como un grito mortal. Su alma se abandonaba a él y sin embargo estaba espantado hasta lo más profundo de si mismo por la repulsión que había en su cuerpo al hallarse en contacto con un hombre, espantosa confusión de los sentimientos. Se soltó, entonces, para siempre... se adueñó de él una compasión infinita, su ronca y sorda voz, a través de las manos crispadas que ocultaban su rostro...¡¡Vete!! ...No, no te acerques... ¡¡Por el amor de Dios!! ...¡¡Por el amor de los dos!! ... ¡¡Vete, ahora!!
Nunca volvería a verle... pero todavía hoy después de tantos años, siente que a nadie ha amado más que a él.