jueves, 10 de junio de 2010

Confusión de sentimientos

Desde esa noche en que ese hombre al que él reverenciaba entre todos, le abrió su destino, como se abre un recio caracol, desde esa noche, todo lo que nuestros escritores y nuestros poetas nos refieren de extraordinario en sus libros, y lo que las obras teatrales ocultan entre bastidores, como si fuese demasiado trágico para la luz de proscenio, le pareció infantil y sin importancia. Desde esa noche su vida cambió.
¿Es por indolencia, cobardía o insuficiencia de visión que todos se limitan a diseñar la zona superior y luminosa de la vida, en la que los sentidos actúan abierta y legítimamente, en tanto que, abajo, en los sótanos, en las cavernas profundas y en las cloacas del corazón se agitan, despidiendo fosforescentes resplandores, las bestias peligrosas y reales de la pasión, acoplándose y desgarrándose en las sombras, bajo todas las formas de la mezcolanza más fantástica? ¿Están asustados por el aliento, quemante y devorador, de los instintos demoníacos, por el vapor de la sangre ardiente? ¿Tienen miedo de ensuciar sus manos demasiado delicadas en las úlceras de la humanidad, o bien sus miradas, habituadas a claridades más mates, son incapaces de conducirlos a esos peldaños resbaladizos, peligrosos y repugnantes de putrefacción? Y, sin embargo, el hombre que sabe no experimenta alegría igual, a la que se encuentra en la sombra, estremecimiento más poderoso que el que congela el peligro, y par él, ningún sufrimiento es más sagrado que el que, por pudor, no se atreve a manifestar.
¿Dónde se oculta, detrás de qué máscara, se encuentra el rostro de Eros?
Hay vidas que se arrastran durante eternidades, como una babosa, dejando a su paso un rastro viscoso de glacial espanto. Una vida de asco, de limo, de horror, de fantasmas, de pocilgas llenas de humo y de turbias luces. Hay vidas que soportan, en esos resbaladizos caminos todas las humillaciones, todas las vergüenzas y todas las violencias... Y a veces la voluntad debe tenerse como acero, para ocultar esa duplicidad de la vida diaria, para hurtar prudentemente a las miradas extrañas ese secreto tan aterrador como la cabeza de Medusa. Gozo sin placer, ansiedad que ahoga; y poco a poco se vive honda, oscurecida y tímidamente oculto en sí mismo. Ahora sabe que le amó desde la primera vez que le vió, jamás había oído a un ser humano hablar con tanto entusiasmo y de un modo tan realmente cautivador; asistía por vez primera a eso que los romanos llamaban raptus, es decir, al vuelo de un espíritu por encima de sí mismo. ¿Qué temblor flanqueó ese umbral de su piel por primera vez?
Podría haber bailado de alegría, de orgullo, de felicidad; su secreto quizás rechazado y profundamente oculto. Cuando se acercaba... poco a poco sus pupilas, que por lo general sólo tenían color por intermitencias, como un fuego a eclipses, se llenaban de ese azul claro y pleno del alma que, único entre todos los elementos, puede formar la profundidad del agua y la profundidad del sentimiento humano. Y ese azul brillante ascendía desde el fondo de sus pupilas, avanzaba, penetraba en él; sentía que la onda ardiente que de ellas emanaba, atravesaba blandamente su ser, se expandía ampliamente en él y concedía al alma una alegría vasta y extraña: todo su pecho se había dilatado bruscamente ante el chorro de esa potencia y sentía florecer en él una gran fiesta.

El joven, límpido y hermoso, estaba a su lado oyendo su voz, temblar de repente, se inclinaba hacía él, tan cerca, que su aliento se deslizaba sobre su rostro. Nuevamente sentía el calor envolvente de sus miradas, nuevamente sintió esa extraña luz, como... como en esos raros y singulares segundos que se producían entre los dos.
Ese hombre pleno de amor murmuró muy quedo, moviendo apenas los labios:
- Yo... yo... también te amo.
Comprendió entonces, completamente turbado la ternura con la cual venía hacia él y su brusca defensa, el amor siempre lo había sentido en él, tierno y tímido, ora desbordante, ora nuevamente trabado por una fuerza todopoderosa, ese amor lo había gozado con él en cada uno de sus rayos fugitivamente caídos sobre sí. Empero, cuando la palabra “amor” fue pronunciada por esa boca de pez, con un acento de sensual ternura, un estremecimiento a la vez dulce y aterrador pasó ruidosamente por sus sienes. Y, a pesar de la humildad y de la compasión en que ardía ante él y por él, su joven ser, completamente turbado, tembloroso y sorprendido, no halló una palabra para responder a su pasión, que se revelaba a sí de improviso. Aquí, un hombre se revela en su más absoluta desnudez, aquí un hombre desgarra lo más profundo de su pecho, dispuesto a dejar al desnudo su palpitante corazón, envenenado, consumido y supurante, mediante un salvaje acto de flagelación. Únicamente alguien que ha tenido vergüenza, que se había encorvado y ocultado durante una vida entera, puede, con semejante embriaguez desbordante, descender hasta lo implacable de tal confesión. Trozo a trozo, un hombre arranca su vida de su pecho, y en ese momento, ves por primera vez, con trastornados ojos, las inconcebibles profundidades del sentimiento humano.
Nunca ese hombre, que empezaba a envejecer, había visto un afecto puro, agotado por las desilusiones, desgarrados los nervios por esa terrible caza a través de las espinosas marañas, pensaba ya con resignación que su existencia no era sino una ruina. Hete aquí, que entonces, el amor entró apasionadamente en su vida, ofreciéndose jubilosamente a sí mismo, en sus palabras y en su ser, al profesor envejecido, dirigiendo todo su ardor hacia él, que estaba aterrado ante ese milagro que ya no esperaba vencido y sin comprender, llenando su vida de aquél mensajero de juventud, un ser hermoso con sentidos apasionados, ardiendo con él y por él.
Un ser humano no podía hablar de esa manera más que una sola vez en su vida a otro ser humano, para callar luego para siempre, tal como se dice en la leyenda del cisne, que únicamente al morir puede, únicamente una vez, elevar hasta el canto la ronquera de su grito. Y él acogía en sí esa voz que ascendía cálida, inflamada y penetrante, la acogía estremeciéndome dolorosamente, como recibe una mujer al hombre en su ser...
En esa claridad confusa, le atrajo hacía sí, sus labios apretaron ávidamente los suyos, en un gesto nervioso, y en una especie de trémula convulsión se mantuvo apretado contra su cuerpo. Fue ese un beso como nunca recibió de una mujer, un beso salvaje y desesperado como un grito mortal. Su alma se abandonaba a él y sin embargo estaba espantado hasta lo más profundo de si mismo por la repulsión que había en su cuerpo al hallarse en contacto con un hombre, espantosa confusión de los sentimientos. Se soltó, entonces, para siempre... se adueñó de él una compasión infinita, su ronca y sorda voz, a través de las manos crispadas que ocultaban su rostro...¡¡Vete!! ...No, no te acerques... ¡¡Por el amor de Dios!! ...¡¡Por el amor de los dos!! ... ¡¡Vete, ahora!!
Nunca volvería a verle... pero todavía hoy después de tantos años, siente que a nadie ha amado más que a él.

Hombre lento

Es un gran libro porque es una gran historia. Otra vez el destino teclea en su esotérica máquina de escribir, la historia de algunas vidas. El hombre del muñón, que se despierta en un capullo de aire muerto y comienza a ser víctima de una pasión inapropiada. La ambulante señora balcánica, Marijana, una amarga y fría Dulcinea; Elizabeth Costello, que viene a desafiar y necesita un inhalador; Marianna la de las dos enes, que se pone el vestido del revés. Todos vienen a demostrar lo extravagante y pintoresco que es el pensar, que a uno le van a mandar una notificación avisando de cuando le llega la hora. La hora supuesta en que tu vida cambia, para ya nunca ser la misma, para desordenar tu alma.
Coetzee, nos monta en bicicleta, sentimos un terrible impacto y nos hace perder una pierna; todo eso para hacernos saber, que caminar en esas circunstancias, no es divertido; pero también debemos saber que después de cierta edad todos hemos perdido una pierna, más o menos. La pierna ausente no es más que una señal, o un símbolo o un síntoma, de hacernos viejos, viejos y poco interesante.
Así que ¿de qué sirve quejarse? ¡Escuche! No consuma sus propias penas............le dice a gritos la señora Costello al hombre del muñón. Ella quiere saber sobre un problema de corazón, pero no cardiaco. Necesita averiguar qué pasa cuando un hombre de sesenta años compromete su corazón de forma inconveniente. Ella le da opciones que él no quiere oír. Él no quiere escuchar su Tic-Tac con los ojos cerrados, junto a señoras con vestidos del revés, él sabe que no puede querer a Dios sobre todas las cosas; él ama a Marijana sobre Dios y sobre todas las cosas. Hay una “blessure” en su viejo corazón, que el destino no quiere curar; entiende y comprende que no puede cuidar a unos seres que no le pertenecen, pero no puede evitar amarla profunda y tiernamente; con un enorme respeto, necesita esa “copina” para sus últimos días.
Coetzee, intenta que el hombre del muñón sepa, Costello intenta que el hombre del muñón sepa, Dios intenta que el hombre del muñón sepa; que perder una pierna o perder a Marijana, no es más que un ensayo para perderlo todo. ¡¡Vamos, da una patada al suelo!! Toma decisiones, Paul; no desarrolles carácter de tortuga, ella se pasa una eternidad husmeando el aire antes de asomar la cabeza. Cada bendito paso le cuesta un gran esfuerzo, no, eso no. Don Quijote no se trata de un hombre que se queja de lo aburrida que es la Mancha. Trata de un hombre que se coloca un bacín en la cabeza, sube a su viejo rocín y parte a emprender grandes hazañas.
Que difícil, seguir conservando la sensación de ser un alma con una vida espiritual completa, a la vez, que sentirse un saco de sangre y huesos con el que está obligado a cargar. Paul, un animal tullido, pasa por un terrible momento, desesperanza, desánimo, no quiere pensar, no quiere reflexionar. ¿Son los movimientos de las partes de su cuerpo puramente caprichosos? Para él todo se reduce a una cosa, un solo movimiento: la inflamación del alma, la inflamación del corazón, la inflamación del deseo. ¿Qué sabe el deseo de mutilaciones o de compromisos inapropiados? Nada, el deseo de eso, no sabe nada.
En “Hombre Lento” asistimos a la colisión de la coexistencia de dos planos distinto ¿El hombre del muñón puede ser un personaje de ficción dentro de una novela? ¿Elizabeth Costello, es un Dios sin piedad? Continuamente el autor sugiere que Paul no es más que una marioneta ¿Quién mueve los hilos? ¿Coetzee, Dios o la señora Costello? Una impresionante e inteligente novela, cargada de sentimientos auténticos, que habla de sufrimientos, de lo que los sufrimientos pueden enseñarnos. Cuenta sobre Eros, sobre el deseo, y lo inevitable del deseo, sobre la naturaleza del amor y sobre la soledad humana. Fría, concisa, precisa e inmensamente poética, sin necesidad de muchas palabras solo alguna voltereta literaria. Excelente

El edificio Yacobián

Nos vamos unos días al Cairo……………….a conocer los últimos setenta años de la historia de Egipto. No buscamos en libros ni en documentales, no, no. Alquilamos un chiquito cuarto en el Edificio Yacobián. Nos mudamos a una de las avenidas más importantes de la ciudad. Un edificio impresionante, diez plantas, ocupa tres esquinas de la calle, un enorme garaje trasero y una azotea con cincuenta pequeños trasteros que se alquilan como viviendas. Quizás sea la mejor manera de conocer un país lleno de contrastes, la discriminación de la mujer, o las dificultades de los jóvenes para ascender en la escala social.
Llevamos a la sociedad egipcia al internista y le hacemos una radiografía, en la que rompe los tabúes y detalla sin tapujos la corrupción, el sexo, la represión policial, la miseria, el fanatismo y la hipocresía moral y religiosa. A veces la realidad no es agradable, claro que no, solo es soportable. Así lo viven la mayoría de los vecinos de esta azotea, que brilla solo por la enorme vida que respira. Todo es un gran latir, en el que existe más ternura que amargura.
Es un verdadero placer compartir sus vidas unos días, viviendo con ellos, en uno de esos pisitos de dos metros cuadrados con paredes y puertas de metal, donde la vida se hace más, fuera que dentro, donde corren niños y gallinas por la azotea, donde los hombres fuman narguiles y charlan en las noches calurosas.
Allí conocemos a Zaki Bey, un anciano hedonista, alcohólico, cosmopolita y mujeriego. Busayna Sayed, una bella joven que se deja toquetear a cambio de unos billetes. El culto Hatem Rechid, con una sexualidad trastocada por una infancia solitaria y gratificada en el suelo y por la espalda, que pasa sus noches depredando en bares. La intriga política la conocemos a cargo del empresario Hagg Ezzan, que juega con droga y algo más. El corte de aspiraciones nos lo enseña Tahe Shazli, el hijo del portero, con una vida frenada por la portería y llevado de cabeza al fanatismo y al matrimonio. Ha sido una bonita experiencia conocer a esta gente y sus costumbres, sorprende la agitada vida sexual de los vecinos, a pesar de la religiosidad y el obligado decoro en la mujer. Todo no es lo que parece.
Pasar unos días en la calle Suleimán Pacha, en la azotea del edificio Yacobián es como aceptar la invitación de algún vecino de 13 Rue del Percebe, pero en serio. Yo me quedo con la única historia de color de la azotea, una historia de verdadero e increíble amor, una historia de “La vie en rose”, con música de Edith Piaf. Busayna pensó que lo que estaba sucediendo entre ella y Zaky Bey era algo extraño e inesperado. En su interior quería escapar del amor que sentía. Deseaba quedarse con él para siempre, cuidarle, respetarle; ¡Cómo le gustaba su cara de anciano cuando la escuchaba atentamente, le contaba sus historias y le hablaba bajito! Los sentimientos hacía él habían ido creciendo en fuerza hasta aquella mañana en que descubrió que le amaba. Antes de dormir recordaba lo que habían hecho, sonreía y le invadía un torrente de ternura. Zaky Bey, con sus setenta y cinco años, no podía creer que Alá le tuviera guardado este abrigo, reían juntos porque él quería vivir otros treinta, le hacían falta. Le hacían falta para seguir sintiendo el cuerpo de ella ardiendo de deseo bajo el suyo. Le hacían falta para hacer el amor en el cuartito de la azotea o simplemente quedarse tumbados, contemplando sus rostros. Le hacían mucha falta, pero a veces se necesita muy poco para ser feliz, solo hablar en susurros para ahuyentar la tristeza y no esperar el final. Gracias Busayna, por contarme tu historia de amor, tan maravillosa; hay mujeres portadoras de fortuna, que en definitiva son una bendición, ojalá tú seas una de ellas. Él prometió llevarte a París, mientras escuchabais la canción, él te la contaba porque tú no sabías francés, yo te regalo unas letras para que la puedas leer. ¡¡Buen viaje, a los dos!!
Ojos que hacen bajar los nuestros
Una risa que se pierde sobre su boca
He aquí el retrato sin retoque
Del hombre al que pertenezco.
Cuando me toma en sus brazos,
Me habla todo bajo,
Veo la vida en rosa,
Me dice palabras de amor.
Palabras diarias,
Y eso me hace algo.
Entró en mi corazón,
Una parte de felicidad
Que conozco la causa.
Él es para mí, Me lo dijo, lo juró
Por la vida.
Más noches de amor por terminar
Una gran felicidad que se sienta
Sus problemas y penas se borran
Feliz, feliz a morir
Bellísima novela, el autor, al escribirla, ha provocado un terremoto social y literario en El Cairo. Y en mí, ha dejado un bonito recuerdo de este paso por la azotea, me ha regalado un puñado de vidas amigas a las que podré saludar y unos emotivos recuerdos al sentirme invitada a la boda de Busayna y Zaky Bey, de vivir con ellos esos momentos mágicos, ver esos ojos cansados, de enamorado mirar a la novia. Fue una tormenta clara y espontánea de amor compartido que nunca olvidaré. Un prodigioso lugar

Conocimiento del infierno

Dicen que el mar del Algarbe está hecho de cartón como en los decorados de teatro y las gentes no lo notan: extienden meticulosamente las toallas en el serrín de la arena, se protegen con gafas oscuras del sol de papel, pasean por ese escenario, anclan al atardecer en terrazas artificiales, donde se sirven, en vasos que no existen, bebidas inventadas que dejan en la boca el sabor sin gusto de los Whiskies de las películas. Se dan baños de agua sin mojar y juegan con olas que se diluyen sin ruido en la playa, decoradas con el ganchillo manso de la espuma. Si miran al cielo ven un reflector color naranja, manejado desde un hueco entre las nubes por un electricista invisible. Así, piensan ellos que es.
Así es, así se imaginan ese paisaje los que no lo pueden ver. Así es para ellos, que a pesar de tenerlo tan cercano, no pueden salir, no lo pueden contemplar. Ellos viven en una casa de salud, pasillos y más pasillos donde los pasos y las voces adquieren inquietantes amplitudes de caverna, salas enormes, repletas de mujeres inmóviles instaladas en sillas con respaldo, mirando con la fijeza de las estatuas de cera, en actitudes de espera. Muchachas inmóviles, erguidas, apretando contra el pecho su juguete y permitiendo que los ángeles se le posen en los hombros, en los cabellos, en los brazos, como los pájaros en las estatuas de los parques. Un pasear de monjas que se deslizan sin sonido por los baldosines del suelo, ondeando levemente las campanillas superpuestas de las faldas, cruzándose con adolescentes deformes que babean en bancos de madera abriendo y cerrando terribles bocas sin dientes, viejas con babi insinuándose con gestos de cocotte, y mechones incoloros.
Así es su hogar, el psiquiátrico, un lugar donde mandan unos chiflados sin gracia, payasos ricos que tiranizan a los payasos pobres de los pacientes con bofetadas de psicoterapias y pastillas, artistas del poder enharinados de médicos, amos y dueños de las cabezas ajenas, de los rotuladores de los sentimientos de los otros; ellos clasifican, etiquetan, hurgan, remueven, no entienden, se asustan por no entender y sueltan sentencias definitivas y ridículas. A ellos los domina una gran estupidez de comprimidos, una incapacidad de amar, una ausencia de esperanza, entran cada mañana en el manicomio como en un hospicio de leprosos, apartándose lo más posible de sus inquilinos como si, al tocarlos, corriesen el riesgo de contagiarse de un mal abominable, de perder el sentido, de recargar la chaqueta con medallas ridículas de lata y creerse Napoleón. Temen que les cierren las puertas, les pongan un pijama reglamentario y no los dejen salir nunca más, salir a ver el mar de cartón. Y conformarse con resurgir de una puerta del pasillo cada mañana poco a poco como Lázaros perdidos en su propio mundo. Prefieren seguir sin entender a los internos, seguir firmando terapias, paro no comprender qué ocurre detrás de las expresiones vociferantes u opacas, de los ojos apagados, de las bocas sin saliva de los enfermos, prefieren que se les reconozca su condición de patrón, de amo, de carcelero, de dueño de los locos que deambulan por el patio, arrastrando los pies. Se creen cardenales de una compleja religión con divanes como altares, con un Freud por Dios, que les permite observar un centímetro cuadrado de epidermis mientras el resto del cuerpo, lejos de ellos, respira, palpita, late, se sacude, protesta y se mueve.
Un libro doloroso, un retrato del mundo de los locos, un mundo cercano a nosotros, tanto que lo podemos llevar dentro, ahí está, sumiso, apático y latente. Un descenso a los infiernos del dolor. Un monólogo interior que da un repaso a las mentiras de una sociedad, una angustia sin remedio. Aquí paseas a la vez por los pasillos de un psiquiátrico, y un lugar tan bello como Portugal. Es sentirte vagabundo y perdido en la bella visión de sus paisajes y despedazado al entrar en ese lugar. Un ir y venir y nunca volver. Son letras que penetran en los huesos y la carne de las mudas y tristes criaturas que habitan espacios sin noches ni días, sin derechos ni esperanzas.
Lobo Antunes hace caso de la antigua solidaridad, y rompe la soledad de esos locos asumiendo su voz, en un grito ausente y desgarrado. Al gritar, da forma a una clara denuncia de las prácticas médicas obsoletas e inhumanas. En “el acto de narrar” da el salto al vacío en pos de las profundidades donde habita la bestia humana, mientras saltamos el autor nos invita a abandonarnos junto a su memoria y el recuerdo del sufrimiento ajeno. Son palabras que despiertan, vibran en tu interior, pueden parecer palabras tristes, como a veces lo es la vida misma, pero es una tristeza bella porque sus palabras son un tren que nos lleva al interior del interior, donde se transforma en letras lo que no tiene letra alguna. Lobo Antunes tiene un don, el de saber explorar el potencial expresivo de la palabra, y usarla para llegarnos en forma de alarma constante con un sonido envolvente.
Es una lectura impresionante, no hay párrafo vacío, ni palabra ausente, todo tiene su lugar. El autor solo deja por decir: ¿Quién le ha dado la llave para abrir lo que llevamos dentro?

Se abrirán las alamedas

Llego a esta historia para saber de un hombre grande, un hombre-símbolo de honradez, valentía y lealtad a un pueblo. No llego a esta historia para saber de un político, sino de un hombre que a pesar de estar su país a merced de las fuerzas desencadenadas de la subversión continuó aferrado a la legalidad. Que resistió hasta la muerte junto a los escombros de una casa en llamas que ni siquiera era la suya.
Su virtud mayor era la consecuencia, pero el destino le deparo la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala, el valor, la democracia y un mundo, el drama ocurrió en Chile, pero nos ocurrió sin remedio a todos nosotros.
No llego a la novela sola, no conozco estos lugares, me lleva en brazos una voladora, Guacolda, una leyenda mágica. Dicen que las noches de luna llena y de cielo claro son los puentes que las voladoras atraviesan para sumergirse en el túnel del tiempo futuro. Aunque no ejercen propiamente la brujería, están muy ligadas a ella. Noche tras noche, siguen unos ritos mágicos y encomiendan sus favores a la poderosa Cai-Cai, una serpiente marina con cabeza de caballo, que produjo en su ira el más fuerte de los temporales de que se tenga recuerdo al anegar la tierra de lagos y lagunas..
Yo me dejo acunar por Guacolda, una mujer chaparra, de piel tostada y reseca, vestida con una saya de colores muy vivos, el pelo puro hollín, lo lleva recogido en una larga y brillante trenza. Solo hay que mirarla a los ojos, profundos y cristalinos para saber que por dentro esta hecha de una bondad esponjosa. Ella ha prometido enseñarme las historia de Salvador, el que luchó por acabar con el abismo entre piololos y pelucones.
De qué te aflige, mi'jita si no podís torcer el destino. Me decía Guacolda.
Yo no quería cambiar el destino. El destino estaba escrito en Valparaíso, que es la villa de las escaleras interminables y de los gatos negros que se empinan a las cúpulas plateadas de las torres, para otear la inmensidad del pacífico. Valparaiso, dicen que siempre será una urbe fantasma porque todo el que la habita dice soñarla en vez de vivirla realmente, convirtiendo sus calles en una leyenda viva con pinceladas del pasado, envuelta en nieves andinas y prestigio plateado. Una ciudad donde se mezclan aromas de achicoria, torrefacto y chancaca. Allí, mi conciencia hace un viaje en tren para superar los Andes, un ascenso que te hace sufrir la puna, primero un vértigo insufrible, luego un agudo dolor de cabeza y un estallar de ojos. Para llegar a un lugar donde se agitará tu sentido de la equidad. Potosí, su aroma, su cielo límpido, su sensación a beatífico pasado, es una de esas imágenes compactas que jamás se olvidan por mucho tiempo que transcurra, y a la que se vuelve con frecuencia. Lejos de la leyenda, era una ciudad dominada por las sombras del hambre y donde el hombre tocaba fondo en su dignidad, una gran mina de plata convertida en tumbas de miseria y desarraigo, oscuros túneles que a veces llegaban al alma, donde hombres y mujeres se hundían para derramar toda sus rabias y miedos silenciados por un trabajo de sufrimiento y dureza. Esa visión y experiencia en Potosí, no hace otra cosa sino despertar apetencias.................. revolucionarias. Por lugares así, es por lo que siempre han luchado hombres grandes, sin importarles perder la vida.
Son lugares a los que el viaje de ida está lleno de ilusiones, y el de vuelta de esperanzas de cambiar. Un viaje así cambió el concepto de lo justo que tenía Salvador.
De qué te aflige, mi'jita si no podís torcer el destino. Me decía Guacolda.
Ver a los obreros descarnados, a los niños que olvidaban sus juegos infantiles entre cubas de minerales, a las mujeres embarazadas acarreando las cajas de explosivos para las canteras, hace que tu conciencia sufra permanente amagos de terremoto.
Y el destino no se cambia, mi´jita, a los hombres que luchan los persiguen, los acosan y los encarcelan. Me avisaba Guacola.
Y lo encarcelaron, sí que lo encarcelaron. La mayor tortura que pueda conocer el hombre, la falta de libertad, en las cárceles, la tortura es la misma vida, las sombras, las ansias que van oprimiendo el corazón, la incertidumbre sobre lo que ocurre fuera de allí, los pasos huecos de los carceleros que, envueltos en la oscuridad de la noche, hielan el espíritu ante la mera sospecha de que a través de ellos sea la muerte la que ronde con su guadaña.
No te aflijas mi´jitita, es así, las calles están tristes, la gente encerrada, oprimida, sufre. Mi´jita, nada se puede cambiar de lo que escrito está.
En esas calles tristes se oyen bombardeos aéreos, entran en acción los tanques, muchos tanques, a luchar contra un solo hombre: el presidente de la República de Chile, Salvador Allende, que los espera en su gabinete, sin más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas.
De los rostros de gente desaparecen las sonrisas, ahuyentada por una tristeza pétrea y lacerante. Apenas si vivían y la mayor parte del tiempo transcurría detrás de los visillos, observando como el viento recorría las empinadas calles de Valparaíso arrastrando aromas como el viejo ascensor de colores abigarrados subía a la gente hasta los barrios más elevados de la ciudad; quizás fijándose en el azul intenso del pacífico, cuyos rugidos roncos, sus olas inminentes batiéndose con el muelle, los dejaban en el ánimo inconfesable sensación de temor. Se oía hablar de la leyenda del bio-bio, una suerte de lagarto que habita los subterráneos de las casas y que, conforme al dicho ancestral, va ingiriendo toda la energía positiva de cualquiera de los moradores de la casa, hasta precipitarlos directamente a la tumba. En las casas no había palabras, ni miradas escapadas, ni susurros, ni tampoco reproches ni suspiros. Solo eran horas de anticipados cementerios.
Pero no era el bio-bio, mi´jita, la gente se asustaba de los hombres, de ellos mismos.
De un lado están la constitución, la ley, la democracia y la esperanza. Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, como dijo Neruda, payasos a granel, terroristas de pistola y cadenas, monjes falsos y militares degradados. Unos y otros daban vueltas en el carrusel del despecho.
Pero m´jita hay un hombre grande que lucha por ellos, me susurra Guacolda.
No solo es valiente y se siente firme de cumplir la promesa de morir defendiendo la causa de su pueblo, sino que se crece en la hora decisiva hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, capacidad de mando y el heroísmo,lo amparan
Pero esto es Chile y el hombre se encuentra encerrado y acosado. Sabe de sus últimos momentos, de sonidos de teléfono que acribillan el alma con ráfagas de malas noticias. Y decide lanzar un mensaje a un pueblo, un último mensaje que aún hoy suena con ecos de sueños en muchos lugares.
Mi´jita escucha, me dice Guacolda, escucha lo que Allende dice al aire:
Me dirijo al hombre de chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, a la juventud, porque en nuestro país el Fascismo ya estuvo hace muchas horas presente ............... La Historia los juzgará. Tengo fe en Chile y su destino. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
Mi´jita no te aflijas, el destino no se cambia, pero aun suena su voz. Y la gente recuerda su muerte y su batalla, su entrega y alguna canción.
Un niño jugará en una alameda
y cantará con sus amigos nuevos
y ese canto será el canto del suelo
a una vida segada en La Moneda.
Yo pisaré las calles nuevamente
de lo que fue Santiago ensangrentada
y en una hermosa plaza liberada
me detendré a llorar por los ausentes.
Una bonita novela, un viaje que no habría podido hacer sin el amparo y la ayuda de Guacolda. El Chile de la revolución , el de los tanques en la calle, y el chile de los mitos y leyendas. Aquel presidente estaba condenado a conducirse como iluminado , como un soñador: un sueño de grandeza se quedó en sueño. Recibidos los treinta dineros todo volvió a su normalidad. La sangre de unos cuantos miles de hombres del pueblo se secó pronto en los campos de batalla. Una historia que se repite todos los días, solo cambia el lugar, el hombre y la suerte. Pero siempre, deben estar abiertas las alamedas para poder pasear libremente y poder elegir la mano a la que nos guste apretar.
Unas bonitas páginas arracimadas de sentimientos e historia.

La corrupción del ángel.

Como dentro de un violento torrente, siempre fluyendo, siempre cambiando. Captó intelectualmente el principio cuando estuvo en la India pero le había costado treinta años lograr hacerlo arte de sí mismo.
Cuando envejeció, la conciencia de sí mismo se tornó conciencia del tiempo. Poco a poco llegó a percibir el sonido de las termitas. Momento tras momento, segundo tras segundo, ¡Con qué conciencia trivial se deslizaban los hombres a través de un tiempo que no retornaría! Sólo con la edad sabía uno que existía una riqueza, una embriaguez incluso en cada gota. Las gotas de un bello tiempo, como las gotas de un vino exquisito y singular. Y el tiempo goteaba como sangre. Los viejos se secaban y morían. En pago por no haber detenido el tiempo en el momento espléndido de que la sangre generosa, sin que lo supiera su mismo propietario, aportaba una espléndida embriaguez.
Sí. El viejo sabía que el tiempo contenía embriagueces. Y cuando el conocimiento sobrevenía ya no quedaba licor suficiente. ¿Por qué no había detenido el tiempo?
Aunque se recriminase a sí mismo, Honda juzgaba que si no había detenido el tiempo mientras pudo no fue por obra de su propia pereza y de su cobardía...
No, nunca existió para mí un momento en que yo tuviera que haberlo hecho, detener el tiempo. Si poseo algo a lo que puede llamarse destino, entonces radica en esta incapacidad para detener el tiempo.
-Nunca existió para mí nada a lo que pudiera haberse considerado como el pináculo de mi juventud y en consecuencia no hubo momento alguno para detenerlo. Uno debe detenerse en el pináculo. Yo no pude advertir ninguno. Es extraño, pero no lo lamento.
-¡Qué poder, qué poesía, qué bendición! Ser capaz de detenerlo justo cuando llega ante la vista la radiante blancura del pináculo. Existe allí una presciencia en el estímulo sutil que brindan las laderas, en la distribución cambiante de la flora alpina, en el acercamiento a la divisoria de las aguas.
-Justo un poco más y el tiempo se hallará en la cumbre y sin pausa comenzará a descender. La mayoría de las gentes se engañan en este tramo, asumiéndolo en su beneficio. ¿Pero qué es lo que allí existe? Los senderos y las aguas se limitan a lanzarse hacia abajo.
-Una perpetúa belleza física. Esa es la prerrogativa especial de quienes detienen el tiempo. Justo antes del pináculo, en donde es preciso parar el tiempo se halla el pináculo de la belleza física.
Una belleza clara y brillante, en el conocimiento de que la radiante blancura del pináculo se halla precisamente un poco más allá. Y una infortunada pureza. En ese momento la belleza de un hombre y la belleza de un antílope se encuentran en maravillosa correspondencia. Alzando orgulloso sus cuernos, levantando con la ligereza la pezuña de la pata moteada de blanco frente a la negativa. Rebosante del orgullo del adiós, coronado con las blancas nieves de la montaña.
Mishima

Mi alegato

Philip Roth y su Mancha Humana me han ayudado estos días a saltar de un año a otro. A pasar la Navidad, cuando el espíritu navideño inunda las calles, los ojos están llenos de las lucecitas de colores, y la cabeza puesta en los demás. Mentira, esto también es una gran mentira, el espíritu de lo que está lleno es de envidias, intolerancia, y un "no" dejar vivir a los demás. Si ahondas un poquito no somos tan bonitos. La oscuridad del corazón humano es inexplicable. Ha resultado una novela grande, una novela sobre un pecado humano, el mentir. Un autor que sabe de ese tema porque durante toda su vida ha escrito sobre la mentira. Una novela que no es fácil, rezuma tristeza, no desborda insulsa alegría, decorada con una enorme y profunda prosa, densa, muy densa.

Es un enorme alegato contra los juicios sociales, la caza de brujas que persigue y acosa al individuo sometido, todo sin motivo y con unas premisas infundadas. La relación de dos seres que no tienen nada en común, solo el sexo y el silencio. Él tiene encerrado su pasado en un color y ella en cajitas debajo de la cama. No necesitan hablarse, se entienden, no se exigen nada pero se necesitan el uno al otro enormemente. Una oportunidad para dos, a la vez, a la par, un derecho propio a vivir un ratito de vida en común. Lo triste de la novela es que resulta completamente real, nuevamente da igual el lugar, esto pasa y seguirá pasando. El robo de la libertad.

Todas las relaciones personales de la novela son de gentes que se encuentran al otro lado de la frontera, casi vienen de vuelta. Sus páginas diseccionan los sentimientos de los dos amigos, Coleman y su danzante escritor, los dos a las puertas de la vejez, ambos apartados de la sociedad. Los dos buscan la soledad, se apartan del mundo. El exmarido y su relación con el sistema, le ha destrozado y adiestrado, no sabe hacer otra cosa que perseguir y matar. Delphine, dejándose apoderar por un idealismo desenfrenado, convertida en salvadora de una mujer perdida, y sin ninguna consideración humana usó las palabras para dañar. Todos están solos, todos cometen pecados, todos necesitan a alguien.
La vida del protagonista estalla en una resucitada pasión, cuando ella llega, quizás la vida se lo debía y él se olvida del rencor, Faunia le enseña a no malgastar su tiempo en una autocompasión por la pérdida, ella que siempre está cerrada por un inminente dolor interior le ayuda a olvidar y le encuentra la llave mecánica en mitad de la espalda.
Una historia que hace brotar una emoción sin lágrimas. Muestra vidas arrastradas y sus miserias. Momentos de una gran intensidad emocional: una inmensa ternura. A nadie le preocupa qué pasaba por la mente de Faunia ensoñada con la visión de la nuca de Silk, en un concierto. Al mundo no le interesa lo que corría por el alma de Silk escuchando esa música a su lado. Lo que parece importar aquí es que el joven olor a vaca está reñido con la madura y cara loción. ¡¡Por Dios!! Silk y Faunia son castigados por amarse, por algo que no debe importarle a nadie, son libres y están estúpidamente atados. Son expulsados de la red social. Perseguidos por una sociedad abanderada de moralidad y por un hombre que esa misma sociedad le enseñó a vomitar odio. ¿Quién hace justicia y libra de los opresores? Todos son victimas. Piensen en ello miembros del jurado.
El autor como siempre escribe lo que le da la gana, burlándose literariamente de lo más sagrado; creando personajes desaforados y carnales, ruinosos y grotescos. Escribe sobre la falsa moralidad, la búsqueda de la felicidad a través del sexo. El placer está sometido a mil normas y cadenas. Todos en la novela son seres solitarios, traumatizados, con un pasado de secretos y tragedias. Todos tienen algo que huele escondido en algún lugar.
Coleman Silk se ha reinventado a sí mismo. Se decide a vivir su ultima oportunidad sin importarle pecar, la vive con intensidad, amando……………hasta el extremo de olvidarse de su propia ira. Un hombre que funda su vida a la vez en una negación y en una afirmación de sí mismo. Un hombre que triunfa porque construye lo que deseaba, pero en cierto modo se derrota a sí mismo. Tiene el mismo derecho a guardar un secreto que a revelarlo.
Es la historia de una persecución, de una sociedad hipócrita y mojigata, terrible, hacia un hombre extrañado. Es igual el motivo, te juzgan por unas cuantas palabras mal interpretadas, por tu libertad sexual, por un mal comportamiento, por aprender a matar. ¿Quién escribe esas las leyes? ¡¡Qué más da, ahí están!!
Es muy fácil sentirse embargada por esta historia, es un libro fantástico, inmensamente grande…………con historias desproporcionadas. Phipip Roth nuevamente demuestra con coraje que sabe de vida, de sexo, de edad, de pecados y de humanidad.

Faunia, tu vida a su lado siempre sería un tormento, los dos de rodillas pidiendo siempre perdón. Se acabo tu Vía Crucis, pero no olvides nunca la mirada de Coleman mientras te escribía con los ojos poemas de contemplación. Faunia, solo quiero pensar, que en aquella caída tan fría os dio tiempo a cogeros de la mano y escapar juntos. Te has librado de la mojigatería. Aquí los virtuosos siguen igual, están locos por escandalizar, castigar y moralizar.
Otro libro inmensamente humano.

Me encargó escribir a su nieta

Querida niña, tengo que contarte… no debo irme de aquí sin escribir esta historia, porque él me lo dijo, porque yo lo sentía, porque sé que debes oírla, a él le gustaría, porque es la vida, porque tal vez algo tenga arreglo todavía, la verdad, la esencia y el espíritu de la vida, porque es la luz, esa que debes buscar. Puede que ahora no comprendas, pero óyela: Él era grande, una enorme catedral, un gran árbol lleno de sentimientos, un continuo correr de savia. Si alguna vez llegas a los ochenta años, comprenderás que a esta edad nos sentimos como hojas a finales de septiembre. La luz del día dura menos y el árbol, poco a poco, empieza a acaparar para sí las sustancias nutritivas. El tronco lo reabsorbe todo y con eso también se va el verdor y la elasticidad. Estamos todavía suspendidos en lo alto, pero sabemos que es cuestión de poco tiempo. Una tras otra irán cayendo las hojas vecinas: las ves caer y vives en el terror de que se levante viento. Para él, el viento era yo, la vitalidad todavía pendenciera de mi edad, el temor de no poder amarme muchos años, de no saber amarme bien, de querer amarme entera y para siempre. Habíamos vivido en el mismo árbol pero en estaciones diferentes, nos encontramos tarde, muy tarde, eso lo sabíamos bien, por eso te lo cuento, porque queríamos que supieras que aunque tarde, supimos vivirlo, era difícil, era muy poco, pero nuestro amor estaba enormemente vivo.
La idea del destino es un pensamiento que aparece con la edad. Cuando se tienen los años que tienes tú, generalmente no se piensa en ello, todo lo que ocurre se ve como fruto de la propia voluntad. Te sientes como un obrero que, poniendo una piedra tras otra, construye ante sí el camino que habrá de recorrer. Sólo mucho más adelante te das cuenta de que el camino ya está hecho, alguien lo ha trazado para ti, y todo lo que puedes hacer es avanzar. Es un descubrimiento que habitualmente se produce hacia los cuarenta años: entonces empiezas a intuir que las cosas no dependen solamente de ti. Es un momento peligroso durante el cual no es raro resbalar hacia un fatalismo claustrofóbico, quieres escapar de esa vida que sientes extraña, que no es tu vida, a la vez que quieres entrar en esa otra, que crees robada. Para ver el destino en toda su realidad has de dejar que transcurran algunos años más. Hacia los sesenta, cuando el camino a tus espaldas es más largo que el que tienes delante, ves una cosa que antes nunca habías visto: el camino que has recorrido no era recto, sino que estaba lleno de bifurcaciones, a cada paso había una flecha que señalaba una dirección diferente; a cierta altura se abría un sendero, en otro sitio una senda herbosa que se perdía en los bosques. Él cogió alguno de esos desvíos sin darte cuenta, así pasó, y a ti te pasará, ten cuidado, es una trampa, otros ni siquiera los ves; no sabes adónde te habrían llevado los que dejaste de lado, si a un sitio mejor o peor; no lo sabes, pero igualmente sientes añoranza. Podías haber hecho algo y no lo has hecho, has vuelto hacia atrás en vez de avanzar. A lo largo de los cruces de tu camino te encuentras con otras vidas: conocerlas o no conocerlas, vivirlas a fondo o dejarlas correr es asunto que sólo depende de la elección que efectúas en un instante. Aunque no lo sepas, en pasar de largo o desviarte a menudo está en juego tu existencia, y la de quien está a tu lado. Eso nos pasó a tu abuelo y a mí, no vimos algún camino, se nos pasó de largo y estuvimos caminando caminos que no eran nuestros y en algún lugar se quedó ese camino de los dos, sin caminar. Me duele pensarlo, mi niña, porque ese camino siempre estará vacío, nunca pasearemos tomados de la mano tu abuelo y yo. ¡¡Me cuesta contarte, niña!! Los pequeños desplazamientos milimétricos de mi ánimo, a veces me impiden vivir, son bajones, es el desaliento y el cansancio. Le añoro tanto, que duele el alma y los dedos, no puedo escribir. Fue el destino, el incesante trabajo del destino, que no para, unas veces acierta y otras no. Quiero contarte que estando junto a él tuve por primera vez en mi vida la sensación de que mi cuerpo no tenía límites. Como las plantas que hace días que no se riegan y se ponen blandas, cuelgan hacía abajo como la orejas de un conejo deprimido, así vivimos los dos antes del beso. Su vida, durante los años anteriores a esta historia, había sido justamente similar a la de una planta sin agua: el rocío nocturno le había brindado la nutrición mínima indispensable para sobrevivir, pero aparte de ésta no recibía otra cosa, tenía las fuerzas para sostenerse de pie y nada más. Es suficiente mojar la planta una sola vez para que se recobre, para que se yergan sus hojas. Eso le ocurrió a él con el primer beso, y a mi, claro, hoy lo sé. Ya no era el mismo ante el espejo, la piel era más lisa, la mirada más luminosa, ya cantaba y soñaba con canciones, era capaz de expresar las más bonitas palabras de amor. Bajo esta historia siempre habrá una inquietud, un tormento, éramos personas atadas. Pero él era como un cachorro que cansado de vagabundear, encuentra un cubil cálido. Estaba feliz, se sentía amado como nunca antes lo habían amado.
Pero siempre, estaba ese manto de angustia, de separación y añoranza, el miedo al paso del tiempo. En la vida de cada hombre, solo existe una mujer con la cual puede conseguir una unión perfecta, y en la vida de cada mujer sólo hay un hombre con el que ella pueda ser completa. Pero ese perfecto encuentro era un destino de pocos, de poquísimos. Todos los demás seres se ven obligados a vivir en un estado de insatisfacción, de perpetua nostalgia. Todos los otros son adaptaciones, simpatías epidérmicas, transitorias, afinidades físicas o de carácter, convencionalismos sociales. Él siempre me decía ¡¡Qué afortunados hemos sido!! ¡¡Qué suerte quererte y que me quieras!! Cuando nos despedimos me susurró junto al oído: “¿En qué otra vida ya nos hemos conocido?”
Mi vida era pensar en él. Claro que sí, prácticamente no hacía otra cosa. Pero pensar no es la palabra adecuada. Más que pensar; existía por él, él existía en mí, en cada gesto, en cada pensamiento, éramos una misma persona. Nuestra vida era un forzoso distanciamiento, pero era un sufrimiento que se mezclaba con otros sentimientos, detrás de la emoción de la espera, el dolor pasaba a un segundo plano. Éramos dos adultos atados en nudos diferentes, sabíamos que las cosas no podrían ser de otra manera. Pero nunca dejaremos de estar juntos, la última vez que nos vimos hicimos un pacto: Todas las noches, a las once en punto, en cualquier sitio que me encuentre y cualquiera que sea mi situación, saldré al aire libre y buscaré a Sirio. Tú harás lo mismo, me dijo, y así nuestros pensamientos, aunque estemos muy alejados, aunque no nos hayamos visto desde tiempo atrás y lo ignoremos todo el uno del otro, allá arriba volverán a encontrarse y estarán unidos. Después miró al cielo y me indico el lugar, entre Orión y Betelgeuse, me señaló a Sirio. Nunca desde entonces he dejado de mirar al cielo, no importa que no encuentre el lugar exacto, porque el sabrá encontrarme a mí.
Tras su ida me hundí en una profunda tristeza, de golpe me había dado cuenta de que la luz con que había brillado durante los últimos años no provenía de mi interior, sino que era solamente una luz reflejada. La felicidad, el amor a la vida que había experimentado, en realidad no me pertenecían verdaderamente, solo había funcionado como un espejo. Él emanaba luz y yo la reflejaba. Una vez desaparecido él, todo volvía a ser opaco.
Solo me queda Samatorza y su casita de zócalo azul, fabricada con sus pedazos de corcho, aisladora del frío, de la gente, del miedo y de las angustias. Esa casita donde sé que siempre estará él, ese silencio, ese sonido evocará siempre la soledad, el sitio justo donde ordenar los pensamientos, donde encontrarle. Escúchale niña, comprende lo que hizo y lo que sacrificó por “lo correcto”. Intenta entendernos, ya sé que es difícil sobre todo a tu edad, pararte a pensar, déjalo pasar, solo escúchale y ya entenderás.
Solamente caminando tres lunas con mis mocasines podrás comprenderme, si algunas vez metes tus pies en las zapatillas del abuelo, comprenderás nuestra historia. Chancletea un poco con su vida, la de ese hombre enorme y comprenderás como latía su alma. Cometer errores es natural, irse sin haberlos comprendido hace que se vuelva vano el sentido de una existencia. El lo comprendió y lo asumió.
Yo también pronto me iré, el tiempo siempre es demasiado corto. Piedad, fíjate bien, no pena. No sientas nunca pena de nosotros ni de nuestra historia. Si sientes pena yo bajaré como esos duendecillos malignos y te haré un montón de desaires. No te emborraches de chácharas y quédate callada, escuchando a tu abuelo. No cometas sus mismos errores, mira bien los caminos que tomas, sé humilde pero no modesta, vive, derrocha la vida a borbotones, como él. No quiero sentirme triste por ver tu vida desperdiciada, una vida en la que no ha logrado realizarse el camino del amor. Cuídate, pequeña. Cada vez que, al crecer, tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de una misma, la primera y la más importante. Luchar por un concepto, sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas que podemos hacer. Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en un árbol, piensa en tu abuelo, recuerda su manera de crecer. Recuérdale como un árbol de gran copa y muchas raíces, recuérdale como un gran hombre. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: solo así podrás ofrecer sombra y reparo, solo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos. Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y asegura más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve.
Escucha al abuelo, ve donde el corazón te lleve y sé ante todo, mujer.