jueves, 10 de junio de 2010

La corrupción del ángel.

Como dentro de un violento torrente, siempre fluyendo, siempre cambiando. Captó intelectualmente el principio cuando estuvo en la India pero le había costado treinta años lograr hacerlo arte de sí mismo.
Cuando envejeció, la conciencia de sí mismo se tornó conciencia del tiempo. Poco a poco llegó a percibir el sonido de las termitas. Momento tras momento, segundo tras segundo, ¡Con qué conciencia trivial se deslizaban los hombres a través de un tiempo que no retornaría! Sólo con la edad sabía uno que existía una riqueza, una embriaguez incluso en cada gota. Las gotas de un bello tiempo, como las gotas de un vino exquisito y singular. Y el tiempo goteaba como sangre. Los viejos se secaban y morían. En pago por no haber detenido el tiempo en el momento espléndido de que la sangre generosa, sin que lo supiera su mismo propietario, aportaba una espléndida embriaguez.
Sí. El viejo sabía que el tiempo contenía embriagueces. Y cuando el conocimiento sobrevenía ya no quedaba licor suficiente. ¿Por qué no había detenido el tiempo?
Aunque se recriminase a sí mismo, Honda juzgaba que si no había detenido el tiempo mientras pudo no fue por obra de su propia pereza y de su cobardía...
No, nunca existió para mí un momento en que yo tuviera que haberlo hecho, detener el tiempo. Si poseo algo a lo que puede llamarse destino, entonces radica en esta incapacidad para detener el tiempo.
-Nunca existió para mí nada a lo que pudiera haberse considerado como el pináculo de mi juventud y en consecuencia no hubo momento alguno para detenerlo. Uno debe detenerse en el pináculo. Yo no pude advertir ninguno. Es extraño, pero no lo lamento.
-¡Qué poder, qué poesía, qué bendición! Ser capaz de detenerlo justo cuando llega ante la vista la radiante blancura del pináculo. Existe allí una presciencia en el estímulo sutil que brindan las laderas, en la distribución cambiante de la flora alpina, en el acercamiento a la divisoria de las aguas.
-Justo un poco más y el tiempo se hallará en la cumbre y sin pausa comenzará a descender. La mayoría de las gentes se engañan en este tramo, asumiéndolo en su beneficio. ¿Pero qué es lo que allí existe? Los senderos y las aguas se limitan a lanzarse hacia abajo.
-Una perpetúa belleza física. Esa es la prerrogativa especial de quienes detienen el tiempo. Justo antes del pináculo, en donde es preciso parar el tiempo se halla el pináculo de la belleza física.
Una belleza clara y brillante, en el conocimiento de que la radiante blancura del pináculo se halla precisamente un poco más allá. Y una infortunada pureza. En ese momento la belleza de un hombre y la belleza de un antílope se encuentran en maravillosa correspondencia. Alzando orgulloso sus cuernos, levantando con la ligereza la pezuña de la pata moteada de blanco frente a la negativa. Rebosante del orgullo del adiós, coronado con las blancas nieves de la montaña.
Mishima

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