miércoles, 17 de febrero de 2010

La Elegía de todos

Llega en momento, o está llegando o llegará, pero ese momento empieza a llegar; y cuenta Philip Roth que es un momento desconcertante se mire por donde se mire, para el que nadie está preparado. Un momento de una tragedia enorme, un momento de nuestra rutina de vida que llega y asombra, la tragedia más cotidiana del hombre, el momento del envejecimiento y de sus circunstancias vitales. Sean cuales sean estas circunstancias, la inmensa certeza de envejecer es un peso enorme en nuestra alma.
En Elegía ese hombre no lleva nombre, porque da igual, podemos ser uno de nosotros, el sexo tampoco importa, supongo que los sentimientos son los mismos, las necesidades igual de apremiantes, los miedos aterradores, los deseos anhelantes, las pérdidas irrecuperables, ahí verdaderamente somos iguales. Todos tenemos muchas cruces que se quedan en el monte del olvido. Nosotros y nuestras estaciones de penitencias, un camino largo y duro, para llegar y estacionar en el último momento, solo eso.

Ahora y aquí en occidente, gracias al bienestar social y a la casi desintegración del antiguo concepto de familia, el hombre llega a ese momento en una completa soledad, sin saber donde agarrarse que no sean recuerdos, porque al “ahora” mejor no mirar, así está el ser humano que describe Roth en su libro. Un hombre que ha triunfado en su vida laboral, que ha disfrutado y sufrido algún que otro matrimonio, gozado de salud, placeres y sexo, que ha visto nacer a sus hijos; estaciones por las que pasamos todos. Una vida por lo tanto bastante normal y corriente, no en exceso distinta en experiencias y sucesos de cualquiera de las que vemos a diario a nuestro alrededor.
Ese hombre llega al final de un paseo al que nos sometemos todos, que no solo tiene que ver con las heridas físicas que el paso del tiempo va dejando en nosotros sino también con la lenta desaparición del mundo al que pertenecemos. Un mundo al que van abandonando los viejos paisajes del escenario personal, los compañeros y amigos de la existencia, las pasiones motrices, los amores que en su día lo fueron todo. Durante un tiempo, el protagonista tiene la sensación de que el componente que le falta de algún modo regresará para hacerle de nuevo inexpugnable, que los derechos cancelados por error serán restaurados y que podrá reanudar el camino allí donde lo estaba interrumpiendo, es la esperanza. Pero parece que no, como le ocurre a todos los ancianos, se encuentra en un proceso de creciente disminución y tendrá que pasar sus días sin sentido hasta el final, soportando impotente el deterioro físico, la tristeza terminal y la espera, la interminable espera de la nada.
Así son las cosas............ se dice el protagonista,.........esto es lo que no podía saber. Es el momento de preocuparse por la desaparición................ He alcanzado el remoto futuro.
Y cuando llega el momento............. llegan las circunstancias que no deben ser vergonzosas, pero lo son. No podemos imaginar, la dependencia, la impotencia, el aislamiento, el temor.......todo es tan atroz y vergonzoso. Los cambios físicos, la disminución de la virilidad, los errores que ha contraído su cuerpo y los golpes que le han ido deformando el alma.
Y se dice a sí mismo que debe hacerle caso omiso al momento. Se dice que no importa, que hay que hacer como si no existiera, es un espectro, que no importa. Es un fastidio, nada más que eso, no voy a concederle poder, no voy a cooperar con él. No pienso morder el anzuelo No voy a reaccionar, lo voy a atravesar con fuerza, a toda velocidad. Y te resignas y te sientes plenamente consciente de lo que está pasando, te enfrentas con valor a todo cuanto dejas atrás, tal vez sonriendo mientras lloras y recordando todos los placeres, todo lo que te ha emocionado y complacido, tu mente llena con centenares de momentos normales y corrientes que en su día significaron poco pero que ahora parecen especialmente destinados a inundar los días de una felicidad trillada. Y miras atrás y reparas lo que puedas reparar, mientras soportas la patética necesidad de que te consuelen porque no puedes cuidar de ti mismo, ya no, ya no puedes.

Y llega el momento: Y el autor habla con completa propiedad, se encuentra en esa estación, y se muestra implacable, no da muestra alguna de ternura por la situación del protagonista sin nombre. No analiza sus acciones, no hace juicio moral, no se posiciona, solo lo acompaña en un viaje a lo largo de su vida para mostrarnos la llegada del momento. Traza una razón para sí de la existencia. Nos hace ver que solo es una piedra, el gran peso de una losa pétrea y sepulcral que dice: la muerte es solo muerte.....no es más que eso. Porque para nuestro amigo y para Philip Roth es igual que para todos nosotros. Porque la fuerza más intensamente turbadora de la vida es la muerte. Porque la muerte es injusta. Porque una vez que has saboreado la vida, la muerte ni siquiera parece natural. Pero el momento de la muerte es una fuerza abrumadora que nos barre a todos. Llega el instante de estar liberados de “ser”, sin saberlo siquiera. Tal como habíamos sabido desde el principio.
Solo puede salvarte un milagro para sobrellevar este momento, da igual el nombre que le pongas, pero tiene que tener un don. El don de hacerte sentir esperanzado, tan esperanzado que en vez de cerrar los ojos para perder de vista el mundo los abras de par en par para contemplar el paso de los días. Y vivir así hasta el último segundo, pero no todo el mundo encuentra ese algo. Necesitaremos algo que nos ayude a irnos, que tenga ese don, el don del aliento.

Elegía es una cruda y sutil estampa en la que el escritor deja pintada una de las mayores catástrofes a las que se enfrenta el ser humano: su propio proceso de extinción. Así, la vejez es descrita como una masacre plasmada en un cuerpo antes sano y que ahora es humillado por la enfermedad y el cansancio, dando paso a una sensación terrorífica de dependencia y fragilidad, con la consiguiente hecatombe moral y espiritual, y con una necesidad de ternura infinita y de repasar con espíritu crítico las estaciones de nuestras vidas.
¡¡Dios mío, que miedo!! La vejez es una batalla, sino es con una cosa es con otra, es una batalla implacable, y precisamente cuando estás más débil y eres menos capaz de invocar tu viejo espíritu de lucha. Pero no, no, la vejez no es una batalla, la vejez es una masacre, dice el autor.

Es un libro de lectura triste y demoledora, un libro que probablemente solo puedan entender los que ya son un “poco” mayores para haber pasado muchas estaciones. El autor, ya consciente en carne propia de estos estragos, se muestra implacable con nuestro protagonista sin nombre, ni un atisbo de ternura, de contemplación, no enjuicia moralmente su vida ni su paso por ella, solamente se limita a entenderlo, demuestra una enorme comprensión y se limita a ser cronista de una muerte anunciada; eso sí............. con una enorme violencia psicológica.
Philip Roth también demuestra su tinta poética, dotando situaciones de la historia con un ritmo a dulce latido, recuerdos de la infancia del protagonista, la charla con el enterrador de sus padres y el que cavará su propia tumba, las reflexiones de una lucidez cegadora del anciano a solas y humillado por su decadencia.........hay párrafos que demuestran que el autor ha conseguido una obra maestra, como los compositores hacen con su música, creando una composición que generalmente siempre encierra un sentido de despedida y entendimiento. Philip Roth ha llegado a comprender algo de la existencia que a los demás se nos escapa y lo está aceptando, lo expresa con letras de despedida tranquila, serena, acogida y abrazada. En la Elegía de Roth hay una trágica, demoledora, asumida y conmovedora aceptación del final y lo que este significa.
Nacemos para vivir y sin embargo morimos.
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1 comentario:

  1. Nada se te ha quedado atrás, nada en el tintero. Así es la vida, nacer para morir. Vivir para recordar y poder soportar el deterioro, la caída de esa curva que describe la trayectoria de la vida. Philip Roth no suele ser condescendiente, nada de cara a la galeria, tampoco es dureza gratuita, solo se trata de la realidad.
    Y es la soledad, el deterioro de la mente, la incapacidad, el aislamiento, la impotencia, la injusticia de ese Dios que quita la fuerza y no el deseo, esa vejez es la muerte, esa es la obertura de esa sinfonia triunfal de la muerte sobre la vida donde la muerte en sí misma no es más que la coda final. El dejar de "ser" y "estar"
    En efecto "la vejez es una masacre" y como también nos dice Roth "solo hay una receta contra el envejecimiento: aceptar las pérdidas y sacar el máximo provecho de lo que nos queda". A eso debemos dedicar nuestros mayores esfuerzo. La vida sin esto no lo sería.
    Como siempre enhorabuena, Paca. Que duro y que real.Rafael

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