Después de la boda su marido resultó ser un hombre calculador y de costumbres fijas en la intimidad. Cada noche, limpio, perfumado y alegre, se sentaba encima de la cama. Empezaba con palabras amables y cariñosas, apaga la luz, para no turbarla, retiraba la sábana, la acariciaba con moderación y después le ponía una mano en el pecho. Ella siempre tumbada, con el camisón subido, él siempre encima; mientras, detrás de la puerta iba sonando un reloj de péndulo con grabados dorados. Embestía. Gemía. Si hubiera querido, ella habría podido contar cada noche unas veinte embestidas moderadas, la última reforzada por una nota de tenor. Después se tapaba y se dormía. En absoluta oscuridad ella permanecía vacía y aturdida al menos una hora más. A veces a sí misma con los dedos. Se lo quiso contar en secreto a una amiga íntima, que le hubiera dicho: Cuando se ama es distinto, pero cómo explicarle mariposas a una tortuga. Luego………de los años………..ella amó, y fue distinto. Supo esperar, y llegó, no fue tortuga, sabía de mariposas. Una vez, ella sintió de pronto en la nuca, en la raíz del pelo, una especie de agradable punzada interior que irradiaba calor hacia los hombros y las axilas, por eso supo, que fue entonces.
No eran pareja, tan sólo dos personas. ¿Conocidos? ¿Amigos? ¿Una alianza para un día de tormenta? ¿El afecto del atardecer, de una vida? Piernas entrelazadas. Las tuyas, las mías. Tú frente a mí y yo frente a ti. Un hombre y una mujer se aman o no se aman. Tú y yo. Ten cuidado con las palabras no sea que nos toquemos. Yo estoy en calma y tú estás calmado. Con la yema de los dedos te toco la mano: Gracias, estoy bien junto a ti.
Pero ¿Cómo empezar una historia de amor?........son candidatos a amar, recelan y desean, desean y se sobresaltan a un desconcierto corporal. Ella no es una gacela y el no es un ciervo. ¿Cómo y por donde empezar a amar? Ella está sentada, él está de pie. Fuera vuelve a llover, la lluvia arrecia y va vertiéndose sobre ranuras negras de persianas viejas, pule cristales de ventanas cerradas que guardan, cae sobre jardines, la calle húmeda y vacía, la luz vacilante, la habitación pequeña. Algún canalón de la casa ronca y se ahoga como un viejo con un mal dormir. ¿Cómo empezar en este momento una historia de amor? Ella está de pie y él sentado. Está aturdida. Está aturdido. El sigue probando a hablar, a contar, ¿Qué contará?.......mientras él habla, ella alarga el brazo y coge un cojín, él se estremece porque el calor de su pecho casi le ha rozado la espalda. Ahora mismo tengo que quitarle ese yugo de temor, piensa ella, agarrada al cojín. Ella le roza, sonriendo con los ojos, y le pide algo, pero algo así: Si te casas conmigo me caso contigo. Él le besa la frente y le va desabrochando los corchetes demasiado tensos del vestido. Y llegó el contacto, un tímido abrazo, en parte por la soledad de la carne y en parte por afecto, mucho afecto. Después, ella apagó la luz y los dos se desnudaron con pudor, en total oscuridad, a ambos lados de la cama. Se encontraron a tientas. Ella sintió que tenía que enseñarle, a pesar de su edad, parece que tú sabes más, se dijo. Él no se debe enterar, del tiempo que ha perdido ya, ella no es libre y él no es un trasto viejo. Se enseñaron, imaginaron y jugaron. Una erupción de júbilo inundó el lugar, se sintió rodeada por una placenta de mar. Se acabaron las mariposas y la tortuga: se supieron. Vientre contra espalda y vientre contra vientre y caballo y jinete, ellos jugaron a jugar. Se miraron, con ojos de mirar, con los ojos de la carne, los ojos del espíritu ahora están cerrados, no quieren ver llegar la vejez, no quieren que se apague el deseo de la carne, la pasión no va a convertirse en cenizas. Su mirada está alerta y despierta pero los ojos del espíritu están cerrados. Si los abriera solo un instante, sentiría vértigo y se caerían. Los ojos de la carne desean, el ojo del espíritu se consume, él no debería estar aquí y el qué no está no está.
Si pudiéramos verla, sería interesante saber en qué está pensando ahora, por qué tiene esa misteriosa sonrisa de gata adormecida y satisfecha, satisfecha de jugos nocturnos, sabía que ahora reirían todo el rato por nada, solo tenían que descubrír algo que rimara con broche, por ejemplo anoche, derroche. Se reirían a carcajadas, derroché, derrochaste, derrochó. O buscarían palíndromos, más risa, ama, ala, anilina. A quien se le ocurriera una palabra podría pedir un deseo. ¿Qué deseo? ¿Qué más podría desear, que amar? Se contaron cosas, como escribiendo palabras, borrándolas y escribiendo otras encima. Poniendo títulos, subrayando con miradas y suspiros. Jugaron y escribieron persiguiendo vocablos. ¿Y si no se cumple mi deseo en la vida, que haré toda la vida? Quiere sentirse como una muñeca rusa preñada hasta la última generación, llena, hasta aquí, siempre así. Con él, así, siempre llena hasta aquí. Bajo la lluvia, vaga en la oscuridad una bruja cansada cuyo nombre es somnolencia, vaga y vaga, viene a por mí. Vaga en la noche, y en su ir y venir, la atraviesa, la quiere ver sonreír. Le cuenta de encantamientos, de amuletos y de sueños. Ella mete su mano entre el heno de ese pecho envejecido, recoge paja e intenta hacerse un nido. ¿La dejará el tiempo, los dientes del tiempo? Llegará el mordisco, no perdonará, el tiempo no lo hará; no entiende las brasas de mi noche ni la vergüenza de mi día, mi sangre convertida en miel caliente, espesa. Intenta callar para que su silencio le hable, para que le cuente que ha estado aquí y allá, has buscado y has llegado, éste es tu lugar. Y cuando languidezca el día, se vaya la lluvia y se seque la humedad, lo sabrás. Has llegado. Estás aquí. Has perdido a la tortuga.
No eran pareja, tan sólo dos personas. ¿Conocidos? ¿Amigos? ¿Una alianza para un día de tormenta? ¿El afecto del atardecer, de una vida? Piernas entrelazadas. Las tuyas, las mías. Tú frente a mí y yo frente a ti. Un hombre y una mujer se aman o no se aman. Tú y yo. Ten cuidado con las palabras no sea que nos toquemos. Yo estoy en calma y tú estás calmado. Con la yema de los dedos te toco la mano: Gracias, estoy bien junto a ti.
Pero ¿Cómo empezar una historia de amor?........son candidatos a amar, recelan y desean, desean y se sobresaltan a un desconcierto corporal. Ella no es una gacela y el no es un ciervo. ¿Cómo y por donde empezar a amar? Ella está sentada, él está de pie. Fuera vuelve a llover, la lluvia arrecia y va vertiéndose sobre ranuras negras de persianas viejas, pule cristales de ventanas cerradas que guardan, cae sobre jardines, la calle húmeda y vacía, la luz vacilante, la habitación pequeña. Algún canalón de la casa ronca y se ahoga como un viejo con un mal dormir. ¿Cómo empezar en este momento una historia de amor? Ella está de pie y él sentado. Está aturdida. Está aturdido. El sigue probando a hablar, a contar, ¿Qué contará?.......mientras él habla, ella alarga el brazo y coge un cojín, él se estremece porque el calor de su pecho casi le ha rozado la espalda. Ahora mismo tengo que quitarle ese yugo de temor, piensa ella, agarrada al cojín. Ella le roza, sonriendo con los ojos, y le pide algo, pero algo así: Si te casas conmigo me caso contigo. Él le besa la frente y le va desabrochando los corchetes demasiado tensos del vestido. Y llegó el contacto, un tímido abrazo, en parte por la soledad de la carne y en parte por afecto, mucho afecto. Después, ella apagó la luz y los dos se desnudaron con pudor, en total oscuridad, a ambos lados de la cama. Se encontraron a tientas. Ella sintió que tenía que enseñarle, a pesar de su edad, parece que tú sabes más, se dijo. Él no se debe enterar, del tiempo que ha perdido ya, ella no es libre y él no es un trasto viejo. Se enseñaron, imaginaron y jugaron. Una erupción de júbilo inundó el lugar, se sintió rodeada por una placenta de mar. Se acabaron las mariposas y la tortuga: se supieron. Vientre contra espalda y vientre contra vientre y caballo y jinete, ellos jugaron a jugar. Se miraron, con ojos de mirar, con los ojos de la carne, los ojos del espíritu ahora están cerrados, no quieren ver llegar la vejez, no quieren que se apague el deseo de la carne, la pasión no va a convertirse en cenizas. Su mirada está alerta y despierta pero los ojos del espíritu están cerrados. Si los abriera solo un instante, sentiría vértigo y se caerían. Los ojos de la carne desean, el ojo del espíritu se consume, él no debería estar aquí y el qué no está no está.
Si pudiéramos verla, sería interesante saber en qué está pensando ahora, por qué tiene esa misteriosa sonrisa de gata adormecida y satisfecha, satisfecha de jugos nocturnos, sabía que ahora reirían todo el rato por nada, solo tenían que descubrír algo que rimara con broche, por ejemplo anoche, derroche. Se reirían a carcajadas, derroché, derrochaste, derrochó. O buscarían palíndromos, más risa, ama, ala, anilina. A quien se le ocurriera una palabra podría pedir un deseo. ¿Qué deseo? ¿Qué más podría desear, que amar? Se contaron cosas, como escribiendo palabras, borrándolas y escribiendo otras encima. Poniendo títulos, subrayando con miradas y suspiros. Jugaron y escribieron persiguiendo vocablos. ¿Y si no se cumple mi deseo en la vida, que haré toda la vida? Quiere sentirse como una muñeca rusa preñada hasta la última generación, llena, hasta aquí, siempre así. Con él, así, siempre llena hasta aquí. Bajo la lluvia, vaga en la oscuridad una bruja cansada cuyo nombre es somnolencia, vaga y vaga, viene a por mí. Vaga en la noche, y en su ir y venir, la atraviesa, la quiere ver sonreír. Le cuenta de encantamientos, de amuletos y de sueños. Ella mete su mano entre el heno de ese pecho envejecido, recoge paja e intenta hacerse un nido. ¿La dejará el tiempo, los dientes del tiempo? Llegará el mordisco, no perdonará, el tiempo no lo hará; no entiende las brasas de mi noche ni la vergüenza de mi día, mi sangre convertida en miel caliente, espesa. Intenta callar para que su silencio le hable, para que le cuente que ha estado aquí y allá, has buscado y has llegado, éste es tu lugar. Y cuando languidezca el día, se vaya la lluvia y se seque la humedad, lo sabrás. Has llegado. Estás aquí. Has perdido a la tortuga.
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