miércoles, 17 de febrero de 2010

Virutas de mariposas y tortugas

Después de la boda su marido resultó ser un hombre calculador y de costumbres fijas en la intimidad. Cada noche, limpio, perfumado y alegre, se sentaba encima de la cama. Empezaba con palabras amables y cariñosas, apaga la luz, para no turbarla, retiraba la sábana, la acariciaba con moderación y después le ponía una mano en el pecho. Ella siempre tumbada, con el camisón subido, él siempre encima; mientras, detrás de la puerta iba sonando un reloj de péndulo con grabados dorados. Embestía. Gemía. Si hubiera querido, ella habría podido contar cada noche unas veinte embestidas moderadas, la última reforzada por una nota de tenor. Después se tapaba y se dormía. En absoluta oscuridad ella permanecía vacía y aturdida al menos una hora más. A veces a sí misma con los dedos. Se lo quiso contar en secreto a una amiga íntima, que le hubiera dicho: Cuando se ama es distinto, pero cómo explicarle mariposas a una tortuga. Luego………de los años………..ella amó, y fue distinto. Supo esperar, y llegó, no fue tortuga, sabía de mariposas. Una vez, ella sintió de pronto en la nuca, en la raíz del pelo, una especie de agradable punzada interior que irradiaba calor hacia los hombros y las axilas, por eso supo, que fue entonces.
No eran pareja, tan sólo dos personas. ¿Conocidos? ¿Amigos? ¿Una alianza para un día de tormenta? ¿El afecto del atardecer, de una vida? Piernas entrelazadas. Las tuyas, las mías. Tú frente a mí y yo frente a ti. Un hombre y una mujer se aman o no se aman. Tú y yo. Ten cuidado con las palabras no sea que nos toquemos. Yo estoy en calma y tú estás calmado. Con la yema de los dedos te toco la mano: Gracias, estoy bien junto a ti.
Pero ¿Cómo empezar una historia de amor?........son candidatos a amar, recelan y desean, desean y se sobresaltan a un desconcierto corporal. Ella no es una gacela y el no es un ciervo. ¿Cómo y por donde empezar a amar? Ella está sentada, él está de pie. Fuera vuelve a llover, la lluvia arrecia y va vertiéndose sobre ranuras negras de persianas viejas, pule cristales de ventanas cerradas que guardan, cae sobre jardines, la calle húmeda y vacía, la luz vacilante, la habitación pequeña. Algún canalón de la casa ronca y se ahoga como un viejo con un mal dormir. ¿Cómo empezar en este momento una historia de amor? Ella está de pie y él sentado. Está aturdida. Está aturdido. El sigue probando a hablar, a contar, ¿Qué contará?.......mientras él habla, ella alarga el brazo y coge un cojín, él se estremece porque el calor de su pecho casi le ha rozado la espalda. Ahora mismo tengo que quitarle ese yugo de temor, piensa ella, agarrada al cojín. Ella le roza, sonriendo con los ojos, y le pide algo, pero algo así: Si te casas conmigo me caso contigo. Él le besa la frente y le va desabrochando los corchetes demasiado tensos del vestido. Y llegó el contacto, un tímido abrazo, en parte por la soledad de la carne y en parte por afecto, mucho afecto. Después, ella apagó la luz y los dos se desnudaron con pudor, en total oscuridad, a ambos lados de la cama. Se encontraron a tientas. Ella sintió que tenía que enseñarle, a pesar de su edad, parece que tú sabes más, se dijo. Él no se debe enterar, del tiempo que ha perdido ya, ella no es libre y él no es un trasto viejo. Se enseñaron, imaginaron y jugaron. Una erupción de júbilo inundó el lugar, se sintió rodeada por una placenta de mar. Se acabaron las mariposas y la tortuga: se supieron. Vientre contra espalda y vientre contra vientre y caballo y jinete, ellos jugaron a jugar. Se miraron, con ojos de mirar, con los ojos de la carne, los ojos del espíritu ahora están cerrados, no quieren ver llegar la vejez, no quieren que se apague el deseo de la carne, la pasión no va a convertirse en cenizas. Su mirada está alerta y despierta pero los ojos del espíritu están cerrados. Si los abriera solo un instante, sentiría vértigo y se caerían. Los ojos de la carne desean, el ojo del espíritu se consume, él no debería estar aquí y el qué no está no está.
Si pudiéramos verla, sería interesante saber en qué está pensando ahora, por qué tiene esa misteriosa sonrisa de gata adormecida y satisfecha, satisfecha de jugos nocturnos, sabía que ahora reirían todo el rato por nada, solo tenían que descubrír algo que rimara con broche, por ejemplo anoche, derroche. Se reirían a carcajadas, derroché, derrochaste, derrochó. O buscarían palíndromos, más risa, ama, ala, anilina. A quien se le ocurriera una palabra podría pedir un deseo. ¿Qué deseo? ¿Qué más podría desear, que amar? Se contaron cosas, como escribiendo palabras, borrándolas y escribiendo otras encima. Poniendo títulos, subrayando con miradas y suspiros. Jugaron y escribieron persiguiendo vocablos. ¿Y si no se cumple mi deseo en la vida, que haré toda la vida? Quiere sentirse como una muñeca rusa preñada hasta la última generación, llena, hasta aquí, siempre así. Con él, así, siempre llena hasta aquí. Bajo la lluvia, vaga en la oscuridad una bruja cansada cuyo nombre es somnolencia, vaga y vaga, viene a por mí. Vaga en la noche, y en su ir y venir, la atraviesa, la quiere ver sonreír. Le cuenta de encantamientos, de amuletos y de sueños. Ella mete su mano entre el heno de ese pecho envejecido, recoge paja e intenta hacerse un nido. ¿La dejará el tiempo, los dientes del tiempo? Llegará el mordisco, no perdonará, el tiempo no lo hará; no entiende las brasas de mi noche ni la vergüenza de mi día, mi sangre convertida en miel caliente, espesa. Intenta callar para que su silencio le hable, para que le cuente que ha estado aquí y allá, has buscado y has llegado, éste es tu lugar. Y cuando languidezca el día, se vaya la lluvia y se seque la humedad, lo sabrás. Has llegado. Estás aquí. Has perdido a la tortuga.

La Elegía de todos

Llega en momento, o está llegando o llegará, pero ese momento empieza a llegar; y cuenta Philip Roth que es un momento desconcertante se mire por donde se mire, para el que nadie está preparado. Un momento de una tragedia enorme, un momento de nuestra rutina de vida que llega y asombra, la tragedia más cotidiana del hombre, el momento del envejecimiento y de sus circunstancias vitales. Sean cuales sean estas circunstancias, la inmensa certeza de envejecer es un peso enorme en nuestra alma.
En Elegía ese hombre no lleva nombre, porque da igual, podemos ser uno de nosotros, el sexo tampoco importa, supongo que los sentimientos son los mismos, las necesidades igual de apremiantes, los miedos aterradores, los deseos anhelantes, las pérdidas irrecuperables, ahí verdaderamente somos iguales. Todos tenemos muchas cruces que se quedan en el monte del olvido. Nosotros y nuestras estaciones de penitencias, un camino largo y duro, para llegar y estacionar en el último momento, solo eso.

Ahora y aquí en occidente, gracias al bienestar social y a la casi desintegración del antiguo concepto de familia, el hombre llega a ese momento en una completa soledad, sin saber donde agarrarse que no sean recuerdos, porque al “ahora” mejor no mirar, así está el ser humano que describe Roth en su libro. Un hombre que ha triunfado en su vida laboral, que ha disfrutado y sufrido algún que otro matrimonio, gozado de salud, placeres y sexo, que ha visto nacer a sus hijos; estaciones por las que pasamos todos. Una vida por lo tanto bastante normal y corriente, no en exceso distinta en experiencias y sucesos de cualquiera de las que vemos a diario a nuestro alrededor.
Ese hombre llega al final de un paseo al que nos sometemos todos, que no solo tiene que ver con las heridas físicas que el paso del tiempo va dejando en nosotros sino también con la lenta desaparición del mundo al que pertenecemos. Un mundo al que van abandonando los viejos paisajes del escenario personal, los compañeros y amigos de la existencia, las pasiones motrices, los amores que en su día lo fueron todo. Durante un tiempo, el protagonista tiene la sensación de que el componente que le falta de algún modo regresará para hacerle de nuevo inexpugnable, que los derechos cancelados por error serán restaurados y que podrá reanudar el camino allí donde lo estaba interrumpiendo, es la esperanza. Pero parece que no, como le ocurre a todos los ancianos, se encuentra en un proceso de creciente disminución y tendrá que pasar sus días sin sentido hasta el final, soportando impotente el deterioro físico, la tristeza terminal y la espera, la interminable espera de la nada.
Así son las cosas............ se dice el protagonista,.........esto es lo que no podía saber. Es el momento de preocuparse por la desaparición................ He alcanzado el remoto futuro.
Y cuando llega el momento............. llegan las circunstancias que no deben ser vergonzosas, pero lo son. No podemos imaginar, la dependencia, la impotencia, el aislamiento, el temor.......todo es tan atroz y vergonzoso. Los cambios físicos, la disminución de la virilidad, los errores que ha contraído su cuerpo y los golpes que le han ido deformando el alma.
Y se dice a sí mismo que debe hacerle caso omiso al momento. Se dice que no importa, que hay que hacer como si no existiera, es un espectro, que no importa. Es un fastidio, nada más que eso, no voy a concederle poder, no voy a cooperar con él. No pienso morder el anzuelo No voy a reaccionar, lo voy a atravesar con fuerza, a toda velocidad. Y te resignas y te sientes plenamente consciente de lo que está pasando, te enfrentas con valor a todo cuanto dejas atrás, tal vez sonriendo mientras lloras y recordando todos los placeres, todo lo que te ha emocionado y complacido, tu mente llena con centenares de momentos normales y corrientes que en su día significaron poco pero que ahora parecen especialmente destinados a inundar los días de una felicidad trillada. Y miras atrás y reparas lo que puedas reparar, mientras soportas la patética necesidad de que te consuelen porque no puedes cuidar de ti mismo, ya no, ya no puedes.

Y llega el momento: Y el autor habla con completa propiedad, se encuentra en esa estación, y se muestra implacable, no da muestra alguna de ternura por la situación del protagonista sin nombre. No analiza sus acciones, no hace juicio moral, no se posiciona, solo lo acompaña en un viaje a lo largo de su vida para mostrarnos la llegada del momento. Traza una razón para sí de la existencia. Nos hace ver que solo es una piedra, el gran peso de una losa pétrea y sepulcral que dice: la muerte es solo muerte.....no es más que eso. Porque para nuestro amigo y para Philip Roth es igual que para todos nosotros. Porque la fuerza más intensamente turbadora de la vida es la muerte. Porque la muerte es injusta. Porque una vez que has saboreado la vida, la muerte ni siquiera parece natural. Pero el momento de la muerte es una fuerza abrumadora que nos barre a todos. Llega el instante de estar liberados de “ser”, sin saberlo siquiera. Tal como habíamos sabido desde el principio.
Solo puede salvarte un milagro para sobrellevar este momento, da igual el nombre que le pongas, pero tiene que tener un don. El don de hacerte sentir esperanzado, tan esperanzado que en vez de cerrar los ojos para perder de vista el mundo los abras de par en par para contemplar el paso de los días. Y vivir así hasta el último segundo, pero no todo el mundo encuentra ese algo. Necesitaremos algo que nos ayude a irnos, que tenga ese don, el don del aliento.

Elegía es una cruda y sutil estampa en la que el escritor deja pintada una de las mayores catástrofes a las que se enfrenta el ser humano: su propio proceso de extinción. Así, la vejez es descrita como una masacre plasmada en un cuerpo antes sano y que ahora es humillado por la enfermedad y el cansancio, dando paso a una sensación terrorífica de dependencia y fragilidad, con la consiguiente hecatombe moral y espiritual, y con una necesidad de ternura infinita y de repasar con espíritu crítico las estaciones de nuestras vidas.
¡¡Dios mío, que miedo!! La vejez es una batalla, sino es con una cosa es con otra, es una batalla implacable, y precisamente cuando estás más débil y eres menos capaz de invocar tu viejo espíritu de lucha. Pero no, no, la vejez no es una batalla, la vejez es una masacre, dice el autor.

Es un libro de lectura triste y demoledora, un libro que probablemente solo puedan entender los que ya son un “poco” mayores para haber pasado muchas estaciones. El autor, ya consciente en carne propia de estos estragos, se muestra implacable con nuestro protagonista sin nombre, ni un atisbo de ternura, de contemplación, no enjuicia moralmente su vida ni su paso por ella, solamente se limita a entenderlo, demuestra una enorme comprensión y se limita a ser cronista de una muerte anunciada; eso sí............. con una enorme violencia psicológica.
Philip Roth también demuestra su tinta poética, dotando situaciones de la historia con un ritmo a dulce latido, recuerdos de la infancia del protagonista, la charla con el enterrador de sus padres y el que cavará su propia tumba, las reflexiones de una lucidez cegadora del anciano a solas y humillado por su decadencia.........hay párrafos que demuestran que el autor ha conseguido una obra maestra, como los compositores hacen con su música, creando una composición que generalmente siempre encierra un sentido de despedida y entendimiento. Philip Roth ha llegado a comprender algo de la existencia que a los demás se nos escapa y lo está aceptando, lo expresa con letras de despedida tranquila, serena, acogida y abrazada. En la Elegía de Roth hay una trágica, demoledora, asumida y conmovedora aceptación del final y lo que este significa.
Nacemos para vivir y sin embargo morimos.
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lunes, 8 de febrero de 2010

Despierto un cuadro


En estos momentos solo tiene la certeza de haber perdido un guante, de lo demás poco entiende, al ponerse el abrigo ha notado su falta, no sabe en qué momento del día se le ha caído del bolsillo… solo lo echa de menos, pero no la entristece. Como tantas noches no puede dormir, hace meses que no se saca la angustia de la cabeza, se siente tremendamente sola en su apartamento, ha tomado el solitario guante, y unas monedas sueltas. Su pequeño bolso lo ha dejado encima de la cama junto al libro abierto que estaba leyendo, las páginas contaban sobre álamos y urracas, decían algo de la apariencia que tenía todo, del cielo y de alguna sonrisa, como si la felicidad estuviera en el aire. Pero no se acuerda muy bien, no retiene lo que lee, solo acerca recuerdos a su cabeza y los sueña. “Le quiero mucho más que usted a mi” le decía esta tarde antes de dejarle… todo el día juntos y solos… No quiere ser la otra, no quiere seguir viviendo sola en ese pequeño rincón que rezuma lágrimas, noches de soledades y ausencias, esperas eternas de una llamada, una excusa… no puede dormir y decide bajar a tomarse un último café, antes de que se empiece a apagar las luces y la inviten a salir. Como cada noche esconderá su mirada bajo el sombreo, sus ojeras y su cansancio ocultos, para que no se interesen en sus ojos buscando su historia, como cada noche dejará que se enfríe el café antes de tomar un sorbo, como cada noche se sentara ante la taza y no tendrá ganas de moverse… Se ha acordado del guante….y no sabe dónde está pero poco le importa…. ¡¡Es que lo ama tanto!! … tampoco sabe dónde se encuentra ella misma, se siente perdida en su tristeza, atada a un destino, le duele el corazón y su latido a veces la abre a codazos, algo le golpea en las sienes, aspira a espasmos, no le basta la boca, no basta la nariz para respirar; el aire le viene a sorbos cortos, la llena, se queda, la ahoga, para irse luego a bocanadas secas, dejándola herida, con el pecho apretado y vacío. Nota como le rechina el miedo y los sentimientos, esta cansada, muy cansada. Devuelve la vida por los ojos pintados y roídos de grises, son tristes Es un constante e invisible sollozo seco el que la acompaña, trata de esquivar nuestros ojos mientras la observamos…ella y nosotros sabemos que es tarde, debe irse pero no puede moverse, sigue mirando la taza y sintiendo su duro latido por todo el cuerpo, late con ella el suelo, late hacia abajo y hacia los costados. Está muy cansada, se cansa de ser la otra, se cansa de tanta espera, de ocultar los sentimientos y callar. Se cansa de llorar… sabe que la estamos mirando y no levanta la mirada del café, quiere parar el mundo, apretar los dientes, los puños y las entrañas. A veces quiere rezar y no sabe, solo sabe que su ángel de la guarda tiene apolillada el ala.… Tiene que comprarse otros guantes… quiere descruzar las piernas y no puede moverse, siente un hormigueo de cansancio pasearle por las venas, siente las piernas cansadas, quiere cambiar de postura y no lo consigue, debería irse a descansar y volver a la felicidad ajena que cuenta el libro. El dice amarla y la invita a la espera… ¿Esperar qué?... Ella no sabe dónde está el guante ni tampoco sabe que se pasará toda su vida quieta en un cuadro. No sabe que alguien pintara algún día su callado silencio, qué viajará por el mundo dormida en un lienzo. Si se viera se sentiría elegante con su abrigo verde de paño y su sombrero. Solo sabe de su enorme angustia de quererlo, de esa intranquilidad constante, solo sabe de sus ojos que la buscan, de su olor, siempre testigo de una locura. Solo se sabe entera cuando él le echa su piel encima, y se separan del mundo, solo así se siente ella. Solo sabe que no sabe qué hacer, que se siente sola. Se amontonan las mentiras, las risas nerviosas, los disimulos y las palabras fingidas. Se le amontona todo, solo sabe que el café se ha quedado frío, tendría que hacer algo con su vida pero ni siquiera sabe si está viva. Ella es esta y no otra, quién siempre esta sola en la vigilia y si duerme, lo hace en un sueño. Se siente enferma, las piernas se le derramaran despacio siempre cruzadas, se nota mareada, un pequeño sudor nervioso le cubre el pecho, se va desprendiendo por dentro a trocitos, sola rebosa, bulle…siente una pena que la taladra y la quema, en esa inmovilidad a la que estará condenada siempre, se tiene que levantar y no quiere moverse, se siente loca, triste, lenta. Está aburrida y quiere exigir una vida auténtica, lo pediría a gritos si pudiera, ahora que aún se siente joven, se siente hermosa. No sabe que siempre será una extraña para mil ojos, que se preguntarán por ella y por su guante perdido, no sabe que se pasará la vida ahí sentada sin poder levantarse, no irá a ninguna parte, no tiene equipaje; si alguna vez llega a tomarse el café y lee su futuro en el fondo de su taza verá que no tiene porvenir, su guante no aparecerá, ella le seguirá amando a él mucho más, seguirá esperando y cansada, muy cansada de esperar. Él siempre la envolverá, sonará en sus sueños, poblará sus vigilias, y la acompañará en sus terrores; solo tendrá su piel pero no su alma. No sabe que nunca hablará porque tiene agujereada la piel de las palabras, no tendrían sentido, no la entenderíamos, esta condenada al silencio. Esa silla siempre estará vacía aunque todos los que la vemos queramos sentarnos en ella, tomarle la barbilla, levantarle la mirada y conocerla. Ella aún no sabe que siempre estará sola.

martes, 2 de febrero de 2010

Espuma de arpón.

Quiero escribir y me sale sangre, quiero escribir, y no me sale espuma, antes escribía y me brotaba espuma de mar y sal, ahora escribo y me mana sangre. Todos los días desde ese día amanezco a ciegas, rara vez sueño, al menos no sé que sueño. Es el óxido de mi cuerpo el que arrastra y me trae en una masa compacta los horribles sedimentos del pasado, es atroz ese sentimiento, esos ensueños hacen que me despierte entre gritos de terror. Quiero escribir, quiero decir muchísimo y me atollo, no hay pensamiento sin nudo, no hay pensamiento que no llegue a bruma. En el rincón aquel donde durmieron juntos tantas noches, ya no puedo pensar porque me ahogo.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. El la quiso, y a veces ella también le quiso, en noches como esta la tuvo entre sus brazos. Una noche así, lluviosa, entre mares, ya lejos de los dos, salto de pronto y despierto. Es el sueño de una historia triste,…..él era ballenero, y yo iba con él a la mar, pero cuando las ballenas no pasan por mi tierra, esta pequeña bahía de las Azores…………..los pescadores pescan morenas , en noches de luna llena y para llamarlas se cantaba una canción sin palabras: era un canto, una melodía primero susurrante y lánguida y después aguda, jamás he oído un canto tan lastimero, parecía que viniese del fondo del mar o de ánimas perdidas en la noche, era un canto antiguo como nuestras islas, ahora ya nadie lo conoce, se ha perdido, y quizás más vale así porque llevaba en sí una maldición, un destino, como un sortilegio. Él me sujetaba en su mano y comenzaba a cantar, a esperar, a cantar y a esperar, su voz era especial. ¡¡Qué bonito oírle cantar!! Estaba muy solo, su madre murió, su padre se volvió taciturno, callado, y sus hermanos dejaron la mar. Sólo pescábamos él y yo. A veces recurríamos a jornaleros, no podemos salir a la mar menos de cinco. A él le gustaba jugar al amor y bajaba todos los días al puerto, en Europa eran tiempos de guerra y los barcos iban y venían.
La encontró un domingo en Porto Pim, iba vestida de blanco, parecía salida de un cuadro. Se miraron largamente, es extraño como el amor puede entrar dentro de dos. En él entró al observar dos arruguitas apenas insinuadas que tenía ella en torno a los ojos y pensó: ya no es muy joven. Ella cogió su maleta y se quedó. Desde ese momento él no la pudo olvidar, ella le ardía en sus sienes y la buscó, la buscaba todas las noches hasta que la encontró. El me lo contó.
Ella bajaba una noche por la bahía, él la siguió, caminaba ligera sin darse la vuelta. Al otro lado del golfo, donde termina el promontorio, solitaria entre las rocas, entre un cañaveral y una palmera hay una casa de piedra. Quizás la hayas visto cuando paseas por allí, ahora es una casa deshabitada y las ventanas se están cayendo, tiene un algo siniestro. Ella vivía allí, pero entonces era una casa blanca, con recuadros azules en torno a puertas y ventanas. El la siguió, ella entró y apagó la luz, el se sentó sobre una roca y esperó. Esperó hasta que en medio de la noche se iluminó una ventana, ella se asomó y le miró, se miraron …………..déjame entrar, le suplicó. Ella le dejó. Las noches en Porto Pim son silenciosas, basta susurrar en la oscuridad para oírse en la distancia y yo desde aquí lo oí. Estaba saliendo la luna, con un velo encarnado de luna estival. Yo sentí una congoja, el agua chapoteaba en torno a mí, todo era demasiado intenso y yo lo presentí, su sangre la sentí. Entonces, una vez dentro, abrazado a ella, el comenzó a cantar. Lo cantó despacio como un lamento o una súplica, ella solo le dijo, Yeborath, dijo tan solo eso.
En ese momento el me empezó a abandonar, me envolvió en hule y me colgó en el clavo de la cocina, cogió su viola y se empezó a marchar.
Desde esa noche, ella le esperaba siempre en la casa de la bahía, y ya no tenía que llamar. Ella le pedía que cantara su reclamo bajito con la ventana abierta, y que la amara mientras miraba la luna. ¿Quién eres y de donde vienes? Le preguntaba el arponero y ella reía y desnuda le decía, espera un poco. Yo lo sentía, sabía que pasaría, a él lo conocía de pasar muchas noches esperando bajo la luna. Ahora sé que no fue un sueño, que quiero escribir y me sale sangre y no espuma. Yo me moría de celos de verles juntos, de oírle cantar…………tan lejos.
Ocurrió el diez de agosto. Por San Lorenzo el cielo está lleno de estrellas fugaces, conté trece desde el lugar donde estoy colgado, él me dejó allí. Fue a buscarla, la puerta la encontró cerrada y llamó. Luego volvió a llamar, porque vio luz. Ella le dijo…… me voy mañana, la persona que esperaba ha vuelto. Sonreía como dándole las gracias por sus cantos. El vio un hombre, ¿Qué quiere? Preguntó el extraño, en otra lengua que él ahora entendía. Está borracho, dijo ella, antes era ballenero pero ha dejado el arpón, por la viola, durante tu ausencia me ha ayudado. Dile que se vaya, dijo el hombre sin mirarlo.
El volvió su cara, recorrió el golfo sin pisar el suelo, como si volara, no pensaba en nada, porque no quería pensar. La casa de su padre estaba a oscuras, entró sin encender la luz, pero él viejo le oyó. Has vuelto, murmuró. Él fue a la pared del fondo y me descolgó, a mí, a su arpón. No se va a cazar ballenas a estas horas, dijo el padre desde su rincón. Es una morena, dijo él. No sé si entendió lo que quería decir, pero no se movió ni replicó, pero creí ver que hizo un gesto con la mano y se despidió, de él, de mí, de los dos.
Ya no se volvieron a ver, murió mucho antes de que él cumpliera la pena, yo tampoco sé de él. Me usó para lo que la realidad no fue capaz de arreglar y me dejó. Fue el pago a una traición de la mujer que creyó suya. Él era un animal vengativo, ¿Sabes lo que es la traición? Él sí lo aprendió, y yo. Él ya no me lleva al mar, no está conmigo. Ya las morenas no escuchan su canción, él no espera la luna ni ve el sol.
En noches como esta el viento silva y cuenta como su alma no estaba contenta con haberla perdido, es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. La noche está estrellada y ella no está conmigo, se quejaba allí metido; pensar que no la tengo, que nunca la he tenido. Sentir que la he perdido. Como para acercarla, su mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo, gritaba. Su voz buscaba el viento, para rozar su oído. Yeborath, eso fue en lo único que no le mintió, la única verdad que dijo.
Aunque este sea el último dolor que ella me causa, así lo pensó y me buscó. Vino a por mí para matar. Y no en el mar.
De otro, ya era de otro. Como antes de mis besos. Sus ojos infinitos marcaron el destino de esta vida mía, así pensaba y así penaba..
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. Allá a lo lejos.
Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos, ella no está, Lucas así no vive, yo solo soy un arpón ensangrentado y herido.