viernes, 4 de noviembre de 2011

Epifanía....Piola


A veces, Epifanía Piola detestaba su cuerpo pequeño y sus piernas cortas. Detestaba su pelo y su sonrisa, su manera de suspirar, sus uñas mordidas y su ansiedad de quererse más y no poder conseguirlo. Tenía la necesidad de algo más que salir cada tarde de trabajar y refugiarse en la paz escondida en el sofá, tenía la pasiva inquietud de parar el reloj porque se estaba marchitando y no dejaba de soñar.

Epifanía Piola hubiera querido ser exploradora de países exóticos y hacer colección de fotos de lugares extraños, hubiera querido montar en globo y ensartar cimas de montañas en un hilo de cristal. A veces sentía la misma curiosidad que los detectives de las novelas que llenaban sus noches de insomnios… Perseguir a desconocidos para robarles su historia, era para ella como ser registradoras de antiguos armarios cerrados. Hubiera querido enamorarse de un piloto suicida y ser la única enamorada de un sultán empadronada en su harén. Soñaba con besar a un desconocido en unas cataratas y subir al Orient Express…. Epifanía quería amar y no encontraba la ocasión…No llegaba. Se resignaba y dejaba pasar los días viviendo una vida construida para ella, una vida a su medida en la que ya no cabía….Soportaba intrigas ajenas porque no las tenía propias…Asistía a actos importantes como el bautizo de un sobrino o alguna primera comunión… siempre iba de boda en boda…o a llorar a un hospital y presentir un funeral... asistía a algún festín con la mejor de sus sonrisas o ponía su cara más triste y se preparaba a oír alguna desgracia amiga, pero siempre ajena….Amaba a los niños que no eran suyos, mientras esperaba tener los propios y se le iban apagando las ganas. Compraba regalos de cumpleaños a ahijados y empaquetaba amores ajenos como de tarjeta postal.

El tiempo que le quedaba libre lo vivía arropada por sus dos gatos, su necesidad de pecar y sus cefaleas. Eran famosos los dolores de cabeza de Epifanía…que sentía algunos días más grandes que ella. Y muy íntimas eran sus ansias de pecados, pero ya se guardaba ella de las penitencias, sabía muy bien que se castigan y no se atrevía a dar motivo de queja al mundo ni a la sacristía. Por eso no vivió vida propia y sí compartió la de sus amigas…. Vivió sus bodas y algún amante, sus partos, sus males y lloró sus lutos.

Le hubiera gustado aparecer en algún retrato flotando en la espuma blanca de su vestido de novia y arrastrar una nube de tul…. Pero nunca se casó.

Ella no cuenta cómo fue que al final cayó en el juego nocturno que asoció al inconfesable sexto mandamiento. A solas y al anochecer, del deseo propio se zafaba en el impulso de la caricia certera. En su casa. Acariciándose. Siempre en la soledad del dormitorio con persianas bajadas. También los domingos y los días festivos. Casi con la completa oscuridad, invariablemente en el silencio, se complacía en la caricia propia mil veces conocida.

El caso es que sintiéndose pecadora dejó de confesar…. Y de comulgar…Dejó de visitar las iglesias y besar santas beatas…que duermen en urnas de cristal y despiden un fuerte olor a rosas…Esa costumbre que tuvo desde pequeña, de pronto la abandonó, para encontrar otras más lascivas y lúbricas…porque algo extraño se instaló en su sangre y empezó a vivir con el sexto mandamiento metido en el cuerpo. Ella sería la que desabrocharía su blusa si se presentara la ocasión…así, esa certeza la tenía, pero esa ocasión no llegaba. Hay gente con las que la vida se ensaña, gente que no tiene una mala racha sino una sucesión de huracanes. Casi siempre esa gente se vuelve lacrimosa y eso fue lo que le sucedió a Epifanía Piola… Lloraba porque quiso querer a alguien que no estaba entre los mortales, entregada hasta las uñas a los deseos de su cuerpo pecador y sin encontrar con quien pecar… pecar con un hombre que no llegaba, ese era su sueño. Lloraba y lloraba por cualquier cosa, mientras los botones de su blusa no se soltaban, y guardaban dentro todo el ardor de su cuerpo y de su corazón. Hipnotizada y llorosa por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas…. Su espera fue una espera larga como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno…. Algún momento de luz, una ilusión…y enseguida la acababa perdiendo, se libraba de las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas y la humedad de las entrañas. Sus amigas la animaban, mientras ellas se asustaban.

Así estaba Epifanía…

Hasta que el otoño pasado llegó a la ciudad un circo….Epifanía casi sin pensar se encontró una tarde delante de ese mundo de magia y color….levantó la mirada al cielo y vio un enorme palacio itinerante de lona blanca inmensa y llena de luz. Tenía ante ella una enorme ciudad efímera de tres pistas que invadía el cielo…. Un hilo de encantamiento y fantasía le corría por las venas camino de la taquilla…Esa noche no quería dormir, quería soñar…Ya se sentía envuelta en cuerdas, trapecios, risas, saltos y malabares. Epifanía no fue una noche… quedó tan entusiasmada que durante varios días deambulo por el circo como una gata en celo…Y al séptimo día descansó…descansó de sus ansias de búsqueda y despertó dormida en una ruinosa caravana, al borde de la húmeda orilla de un río, azotada por corrientes de aires y voces alrededor. Una cama estrecha tras un biombo la cobijaba, en ese instante de despertar fue consciente de su loca y hermosa suerte y supo enseguida que nunca volvería a pasear en equilibrio por el alambre circense de su pasión solitaria….Desde ese momento pecaría subida al alambre, pero pecaría con Carioco….Carioco llegó a su vida.

A Carioco lo anunciaron en la pista central…sonando todavía los aplausos del número anterior… entre haces de luces de colores y una música que ponía en vilo los sentidos y la ilusión,…ella le vio. Carioco hizo dos números aquella noche… lo presentaron como un artista venido de la lejana Hungría…..un hombre pequeño y fibroso apareció en la pista, de ojos profundos como profunda era la tristeza de Epifanía….Apareció semidesnudo ante la multitud… encadenado y esposado…Carioco debía escapar dentro de un enorme barril de cristal y cerrado con un candado dorado…. lleno de agua azul y helada traída del Danubio para él. ¡¡El gran Carioco!!.... gritaba el eco del circo…. El escapista de los escapistas, capaz de borrar los caminos y aniquilar estrellas del firmamento…El ilusionista que no creía en los espantos y paraba balas de plata… Desde la misteriosa Hungría… su maestría en liberarse de las ataduras era mundialmente conocida y brillaban por el firmamento los candados de los que había sabido escapar…. Y ahora…. le arrebata el antifaz a la magia…cada noche en esta ciudad. Epifanía miraba atónica ese pequeño hombre que la incendiaba… aguantaba sin respirar tres minutos, decían de él….Suena un pequeño tambor y una flauta…Epifanía lo siente sensual e irresistible y a pesar de la distancia nota su aliento en su propio cuello…. La lejanía se convierte en cercanía y el aire se vuelve dulce…. Ella casi cree acariciarlo….¡¡El gran contorsionista!! …….sigue contando el eco entre notas musicales……que empezó muy pequeño cobrando en canicas bajo los puentes de Budapest…..que llegó del sol y apareció en la tierra…..Carioco…Carioco. Epifanía disfrutó de la función como quien asiste a la creación del mundo… sin respirar y notando un nuevo latido en su vida; no pudo resistirse a la mendicidad de esos ojos, a esa mirada triste. Desde ese instante decidió que esas manos que desataban cerrojos, fondearían en las lindes de su cuerpo y soltarían sus amarras.

No le acometió desazón alguna por la sumisión en que ella misma aprobó la silenciosa propuesta del hombre, en lugar de torcer el camino hacia la ciudad subió los tres peldaños de la pequeña escalera que subía a la caravana… ella pasea sin medir sus pasos, con todo el tiempo del mundo por delante, ajena a todo y a todos….entonces todo el orden de Epifanía se vino abajo. Y la gran armonía y tranquilidad de su vida se tambaleaba por momentos. Y allí está él, convertido apenas en una silueta de humo.

Esperándola, sin saberlo….Esperándola… Y traspirando magia y secreto desaliento.

Por primer vez se encendió su rostro en una cita amorosa, no parecía inquieta ni preocupada, solo concentrada en sí misma como asomada a un precipicio que no conocía. Epifanía conoció esa noche el color de los sueños… el juramento certero y voluntario a una voz que le susurraba y no entendía… La magia de ser dos dentro de uno. Y estuvo funambuleando todo el resto de su vida por la vida de otro, como si fuera la suya…. Viviendo en el riesgo mortal de volverse loca de amor. Carioco entró en su vida, sin apenas entenderse sus lenguas tan lejanas y tan cercanas… entró en sus venas como entraba en los barriles de agua helada, se encadenó a su piel y a sus latidos y la hizo mujer como hacía el triple salto mortal subido a un alambre de acero… La hizo así, sin más. La amó cada noche en colores pastel y alas de algodón…. Un húngaro, se decía para sí…mirándolo embobada y dejándose hacer, escrutándose y aprendiendo a mirarse ella misma como nunca lo había hecho…Y Epifanía se sintió así la más bella de las mujeres….así, en sus brazos. Admirada de si misma.

Y desde ese día, vivían la noche para amarse, ya nunca más se amó a solas. Temblaba bajo la mirada escorada de esos ojos… Epifanía Piola nunca antes se había visto sitiada por una mirada, y nunca antes se había rendido a su acoso. La demora impaciente de sus ganas y el recorrer exacto de su propio cuerpo sin necesidad casi de tocarla….la embrujaba. Casi sin rozarla esculpía la redondez generosa de sus senos, paseaba la pequeña cima de su vientre sin reparar en su ombligo y volaba sobre su pubis como si fuera un pequeño candado que abrir. Allí, tumbada junto a él, se sentía volver de laberintos oscuros que creía no haber transitado jamás, guiada por el sexo hábil y dulce de Carioco, la humedad de su lengua y las caricias de su mano experta…que la hacía estallar en el goce que irradiaba aquel momento mágico y desconocido para el pequeño cuerpo de Epifanía. Pasaron los años y sus amigas recibieron tarjetas postales desde todos los puntos del mundo… les contaba que la felicidad no era una mancha lejana en el tiempo, sino un viaje del que no pensaba regresar……que seguía pecando pero nunca más sintió la necesidad de hacerlo sola, que Carioco se paseaba por su cuerpo, escurridizo como un nudo en un cordón de seda…Que la amaba prestidigitadamente y la besaba por dentro, encendiéndola la certeza con la que él parecía desearla… le dio cinco hijos, vivió con los sentidos embotados y le fue siempre fiel en el secreto de guardar sus trucos… Vivió su amor itinerante y mágico por todas partes. Nunca antes, Epifanía hizo honor a su nombre y fue protagonista de la revelación de una pasión brillante y diáfana como la suya y no necesitó oro, incienso y mirra para ser reina de reyes.

Eso sí, cada mañana al despertar, cuando solo la algarabía de los pájaros rompía el silencio en la caravana, justo al amanecer, Epifanía tenía que tocarse entera…… Al despertar, y aún con los ojos cerrados, se acariciaba la piel asegurándose que seguía allí, viva. Palpar su realismo, acariciar su tibio cuerpo y su piel tan tierna, buscarse por los rincones para saberse viva y no muerta, después de esas noches mágicas de amor en que creía escapar de este mundo y de cualquier otro….en un número de escapismo y magia sin igual.....que solo, solo, podía hacer Carioco.

1 comentario:

  1. Te lo dedico a ti, que quizás te reconozcas en esto...suponiendo, claro está...esa mitad de tu vida...en la que pinto con letras, detalles que desconozco totalmente pero pintando de pecados tu soledad más preciada .... e imaginando, claro está también...esa otra mitad, que te regalo con mis mejores deseos de tinta y felicidad. No me gustaría por nada del mundo que te quedaras sin escapar.

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