
Malandar me pareció una ciudad triste, tal vez porque sin saberlo estaba pintada con colores de viejo y pobre puerto, una ciudad gris, un gris como de lágrima churretosa, poblada por gente gris, gente llorona, como si el peso de su reciente historia de tantos y tantos momentos le pesara en su alma como una losa.
Doña Impedimenta es fruto de la guerra, por decir algo…un fruto frívolo de la posguerra…por excusarla de su mala vocación. Si conversara con nosotros en este momento sentada a la mesa de su cocina, inevitablemente nos enseñaría, levantándose la bata y el delantal, esa herida de la que presume a la vez que se queja… una brecha entumecida en la pierna derecha a la altura de la ingle, muy profunda en su carne mantecosa, que cuenta ella, proviene de una mala bala fascista; luego, de un cajón del aparador sacaría un documento envuelto en plástico que certifica cierta invalidez y una determinada pensión compensatoria que no acaba de llegar. Así lleva años, contando esta historia y justificando su herida, aunque muchos sospechan y con razón, que su lesión es obra de algún turbio conflicto bastante ajeno a la guerra. Doña Impedimenta vive en Malandar desde que se casó… llegó allí del brazo de un marido cartero que la trajo de Dios sabrá donde… Con unos cuantos muebles, el ombligo seco de un recién nacido hecho reliquia, guardado en el sostén y un pasado desconocido prendido a la solapa de su viejo chaquetón. Se instaló en una planta baja del edificio de ladrillos rojos que hay al final del puerto. Antes había sido el piso de la portera, la difunta madre de su marido cartero…. Era un bajo triste y oscuro, aunque con un orden antiguo, de tiempo de paz….ajeno a guerras y ajetreos de puerto. Sus paredes se filtraban de una humedad salina que hacía que tuviese todo el día las ventanas abiertas, medida esta que no desagradaba a su dueña porque así se mantenía enterada de todas las novedades del pueblo; información imprescindible para llevar a cabo las labores a las que tanto es aficionada y que le dan sustento. Porque el marido cartero de Impedimenta no trae nunca dinero a casa, la endeble fortuna que gana se la bebe entera antes de encaminarse al dulce hogar que comparte con ella.
Hace muchos años que tiene la necesidad de beber metida en el cuerpo. Esto es un motivo eterno de reproche para la mujer del cartero, pero también un consuelo necesario para acallar su conciencia compasiva. A veces en su cocina llena de humo y de suelo húmedo, donde en el fogón siempre huele a exquisitos guisos y especias, se agrupan amigas del vecindario, mujeres que van y vienen y algún hombre extraviado…Ella los sienta alrededor de la mesa, uniendo así sus pobres y variados lamentos a los de ella…Y se les queja de lo caro que está todo, de los dolores de piernas, de sus deudas, de su herida de guerra y de la traición económica del marido. Se queja de su soledad, de su callado pasado, del abandono de su marido cartero cuando diariamente viene borracho y se pasa la tarde dormido, se queja de no obtener de él ningún detalle de gratitud por el amor y los cuidados que le profesa….Porque Doña Impedimenta cree ante todas las cosas en el amor.
Y a eso dedica su esfuerzo y a eso consagra sus días…Desde muy temprano, se pasea el vecindario buscando novedades que tengan que ver con el amor o la desdicha que proviene de él… Se entera de quien ha enviudado… De esa mujer madura que sigue hermosa y aún no está ajada…Escucha lo desdichada que se encuentra alguna joven quejosa del abandono que sufre por parte de su marido, aquella otra que convive míseramente porque su marido es un derrochador…. La joven casada con un soldado desaparecido y cansada de esperar, o aquella otra que carece de medios pero tiene un buen cuerpo que festejar….También escucha la zozobra de algún mal sacerdote, de un marino ajeno a este puerto, un militar alejado de su hogar o la inquietud interna de una mujer joven amortajada de castidad. En Malandar hay ahora escasez de medios, son malos tiempos, pero ella cree en el oficio del amor y a ello se ofrece con una enorme entrega. Doña Impedimenta escucha zalameramente las confesiones, los suspiros y lamentos de los habitantes de Malandar… escucha con devoción de alcahueta y asistiendo al más intenso afligimiento… no puede dejar de derrochar una sospechosa generosidad para con esa desdicha ajena y enseguida empieza a consolar a su prójimo. Entonces propone concretar una cita sanadora de esa pena, promete buscar solución a ese sufrimiento que no la deja indiferente… y traer pronto noticias de solución a ese tormento.
Allí, en su casa…Doña Impedimenta establece el imperio del amor… Tras fijar una cita, espera entusiasmada la hora de facilitar a un hombre y una mujer un lugar donde regalar sus cuerpos. Desde muy temprano, la casa de ladrillos rojo del puerto es visitada por los huéspedes ocasionales de Impedimenta…Aunque la tarde la pasa sentada en la cocina oyendo los ronquidos borrachos del marido, pelando verduras o despellejando algún barato majar para echar en el fogón…. Ella dispone de la mañana completa; mientras su marido reparte cartas y paquetes, se sumerge sin saberlo en el vil delito de lenocinio, una palabra demasiado ajena, que ni siquiera sabe que existe. Con esmero, apaña citas de enamorados o desesperados y así consigue sobrevivir, porque de ahí proviene el único sustento de esta mujer cómplice de algún Cupido loco y perdido.
En ese instante en que están dispuestas las dos almas y en total acuerdo de intereses… ella establece la cita. Cuando llaman al viejo portón desvencijado y podrido que cierra la vivienda, ella invita a entrar al hombre a la cocina y atravesando un pequeño pasillo mal iluminado, lo hace pasar a la pequeña habitación del fondo donde ya le espera la joven que él ha solicitado. Es una habitación que huele a amores rancios y a colonia de jazmines…provista de una espaciosa cama de matrimonio… la misma cama donde el marido cartero roncará la borrachera por la tarde….Impedimenta ha vestido la cama con la mejor de sus colchas para que el objeto del deseo espere sentada. Y ahí está, esperando la seguridad de unos brazos que le anuncien un deseo y sin saber aún que las sábanas se pegaran a su cuerpo debido a la humedad del dormitorio.
Dentro de su escasez y penuria la habitación está muy cuidada… Los huéspedes pueden disfrutar de un barnizado taquillón, una alfombra, unas cortinas de otomán color vino, una bonita lámpara de cristales azules que adorna la mesilla, y además, las paredes están cubiertas de las pequeñas obras de arte que guarda con esmero la dueña de la vivienda. Son labores en petit point que realizó Doña Impedimenta con sus manos jóvenes, hace muchos, muchos años. Allí, en aquel pequeño y coqueto reino del amor, se establecerá un leve contrato que aunque feliz y conforme, nunca durará más de lo dure la efervescencia de los dos, será algo rápido…casi no les dará tiempo a percibir el olor ajeno, un acre olor físico que se eleva del colchón. Ya en la habitación, hace las presentaciones, sonríe y se ofrece a satisfacer cualquier capricho o necesidad, corre las cortinas y enciende la pequeña lamparita de cristales azules, creando un grato e íntimo ambiente…Muestra el armario donde está lo que puedan necesitar y señala la palangana de agua y la pastilla rosa de jabón que está sobre el taquillón; y al advertir en la cara del hombre un destello de satisfacción e impaciencia, abandona la habitación y vuelve a la cocina y a sus labores. Allí se entretiene en cualquier tarea de costura o se ensueña dulcemente imaginando lo que sucede en la habitación…. Imagina una conversación animada, unas risas, la estrofa de una canción…sueña el crujir del almidón de las sábanas, aunque ella no puede almidonar porque es un lujo el almidón… adivina algún dulce lamento o el crujir de un muelle del colchón…
A veces incluso deja algo a fuego lento en el fogón y calculando el tiempo en que tardará en llegar la culminación y desenlace del lindo suceso que ella imagina, sale a la calle a buscar con diligencia otro motivo que la llene de satisfacción. Porque aunque ella se sabe alcahueta, siente la enorme necesidad de amparar en su casa a quién en temas de amor no encuentra amparo. Cuando siente que los ruidos en el interior de la habitación anuncian que la cita ha terminado, ella se pone a un lado de la puerta con los pies juntos y recibe en la mano la propina acordada, la agradece y corre al pasillo para vigilar desde el portón que la calle ofrece discreción al hombre, primero, y unos minutos después, a la mujer… Desapareciendo al instante los dos de la visión que ella alcanza desde el portalón. Doña Impedimenta ríe con satisfacción porque los siente salir contentos de este lance de amor pagado. Se siente feliz por la generosidad que despliega en el intento de emparejar almas y no siente el más mínimo remordimiento, porque fundamentalmente ella piensa que la necesitan… que emparenta necesidades…Y de eso vive...No tiene ni la más mínima duda, jamás piensa que algún despechado o vecino malhumorado pueda dar las quejas a los guardias y presentarse la policía en su casa… no espera asustada que le llegue algún día una citación por su fea conducta… Ni piensa como explicará al juez su falta, porque se siente libre de ella. Si alguien le preguntara lo negaría y justificaría su acción en la necesidad de amor que sufren esos cuerpos y en la situación precaria en que ella vive sus días… se golpeará el pecho afirmando que es honesta, que la calumnian por envidia… y enseñará encantada la herida que siempre está deseosa de mostrar. Doña Impedimenta no se siente otra cosa que no sea un ángel que otorga a los demás los dones de los que ella misma carece con pesar… ahí está ahora, jaquecosa y pálida, sentada en una silla en la cocina con sus orondas piernas un poco abiertas y cubiertas por unos gruesos calcetines de lana que le cubren hasta las rodillas… las manos unidas en el regazo, los ojos cerrados y una sonrisa ensoñada… Se sabe vieja y desusada por su marido cartero, el envejecimiento y las borracheras del hombre de sus desvelos, la han vuelto decente con ella misma. Siente una envidia sanísima cuando se cruza con esas jóvenes a las que convierte en objetos de deseos y las colecciona en el cuarto del final del pasillo, envidia su lozanía y frescura, sus carnes prietas y sus blancas sonrisas… un tesoro, piensa… al lado de su boca fruncida y sus reinos perdidos… Y en esa vocación de alcahueta y correveidile que practica en el puerto ve la posibilidad de compensar los encantos arruinados al menos económicamente.
Se levanta con trabajo y se siente cansada… pero se tiene que poner inmediatamente a recomponer el cuarto y dejarlo lucido y fresco para el siguiente encuentro… Tardará poco menos de una hora en llegar el antiguo jefe de estación, un hombre delgado y de barba cana, con un cuerpo sacudido por el tiempo y por un accidente en la vía que lo alejó de los trenes; ha enviudado hace pocos meses, pero aunque acumula años… siente la necesidad de amar y se ha decidido a ello. A acordado un encuentro en casa de Doña Impedimenta con la joven Natalia… una chica que llegó hace muy poco al puerto, con su novio… y este la abandonó…ahora se encuentra embarazada y sin nadie que cuide de ella y del bebé que aloja en su joven vientre… Doña impedimenta se ha apiadado de su soledad y le ha buscado una cita…El jefe de estación está avisado del estado de Natalia, pero no le importa… sueña con deleite en sus desproporcionadas caderas y en las venas azules de sus hinchados pechos…Mientras doña Impedimenta sueña con que se unan los dos hasta el final de los tiempos. Ahí le ve llegar, arrastrando el suplicio y la agonía de la pierna coja… anda deprisa y se tambalea sin querer sucumbir al dolor físico; aunque… ante el entusiasmo que procede de la concupiscencia demorada casi no siente su cojera. Doña Impedimenta le da paso tras el portón y le introduce en su cocina con cautela…vuelve a asomarse y tras unos minutos introduce a Natalia recatadamente.
Ya está hecho, piensa sonriente Doña Impedimenta… así seguirá la alcahueta de Malandar, no se le escapará ninguna muchacha codiciosa, ningún hombre débil ante un abrazo garantizado…ella reunirá a los unos con los otros, se enterará de sus deseos y los hará realidad…ella controlará así el amor de los demás y su propio monedero…Gran parte de Malandar está contenta. Doña impedimenta se cree así omnipresente y a su madura conciencia la empaña de compasión.