lunes, 18 de febrero de 2013

Teresa escribe para que no se le olvide.




Padre…
Teresa va a escribirlo para que no se le olvide.
Fue a finales de Diciembre, mes de uvas, refugios y arroyos congelados. Mes de sopitas calientes y pies fríos, de turrón y mazapán, mes de humos y bufandas, mes de vueltas a casa y despedidas, un mes de sorbitos de café. Teresa quiere escribir porque tiene miedo a que todo esto acabe resbalando de su memoria loca y no quisiera dejar de vivirlo nunca, porque nunca ha vivido tan cerca de ti, ni ha disfrutado tanto de tu enferma compañía. Ella no quiere que esto se borre de su pensamiento y por eso escribe.
Fue un año entero de largos tormentos, un año que olía a la melancolía de los malos presagios, a medicinas… a caricias miedosas y eternos cuidados. Olor a  agrios y a hospitales, a ayunos y esperas… a inventos y ciencia, un año de mil intentos.  Pero perdimos, nos ganó su llegada una madrugada y aún no hemos podido con ella, ya nos rendimos. Todo un año de batallas intensas y tres días para despedirnos. Ese año visitamos médicos y pedimos milagros, nos trajimos pócimas mágicas y desilusiones, unas veces engañamos al miedo, y otras, la risa distrajo el barrunto de grandes tristezas con mis pastillas de menta. Ha sido el año más duro en la vida de Teresa, que es la que escribe, pero ha sido el año de todos, ha sido el año en que te ibas y querías quedarte, el año de agarrarte a la vida con hilos de amores y soportares… Mil andamios nos inventamos. De paciencias y aguantes… de ateísmos fingidos y enfados cristianos.  Aunque Teresa quiere escribir que ha sido el año más bonito de su vida, por tenerte tan cerca y necesitarla tanto. La has llamado mil veces… siempre de madrugada y  a oscuras, de día nunca ha hecho falta porque la tenías cerca… Nunca Teresa ha paseado tanto el alma asustada por un puente, con prisas de lágrimas, de músicas frías y espaldas sudorosas… ¡¡Por desobedecer a la climatología, tú me reñías!!...  Han sido noches sin sueños y congoja en las venas. La llamaste por dolores, fiebres, sudores y espantos. La llamaste con ansiedad, con prisas y con la total seguridad de que vendría a tu lado… Tenías esa certeza y con ella te fuiste.
Teresa sabe que ha sido el año en que te ha llevado más dentro, te ha ayudado a morir como tú la ayudaste a nacer, con ganas y sin cansancio, porque otra cosa no podía ser. Quizás no lo ha hecho bien del todo y se le ha escapado algo, pero ya… poco importa. Todo estaría escrito como ahora ella escribe esto, donde las penas se escriben… Y con tinta de quereres y desengaños…antes que su cabeza quede aletargada en algún rincón del cielo y solo pueda soñarte, Teresa lo escribe. Por nada del mundo quisiera olvidar este año, por mucho que el mundo diga que debe hacerlo, pero ha habido tanto de hermoso, que Teresa no quiere.
Fue un año de infortunio, una primavera de comuniones, de sorpresas y miedos y un verano de sequías en las que vomitabas un líquido parecido a la luz de la luna, un frío brebaje te recorría los huesos, llorabas lágrimas como cuchillos, y en la boca sentías una nausea de eternidad perdida,  se extravió el apetito y tu ropa te colgaba como de un perchero antiguo. Tus zapatos con tus pies dentro danzaban en un arrastrar de Cristos en madrugadas. Tu sangre un día era mermelada y el otro era gaseosa. A veces tenías bolitas de plomo en el pulmón y una losa enorme te aplastaba el pecho. Tu estómago se durmió, tus dientes no te servían, se lastimó tu mirada y castigaste a tus gafas a un eterno sin servir, una abeja  quiso hacer miel en tu oído y tus piernas ya no paseaban, dos tranquillas las llamabas. Tus fuerzas se te escapaban día a día, los mismos que tú contabas. Te mirabas tus propias manos, unas manos que no conocías y buscabas la mirada de mamá por si ella estaba cerca, tan cerca como tú la querías. Y llorabas y más llorabas.  Un ascua de fuego se quedó a vivir en el tragar y te hacía buscar el oeste constantemente en una mueca retorcida, tu hombría y tus recatos fueron restos acabados, tu pudor no lo entendió hasta que claudicó. En tu rendido cuerpo empezaron a aparecer los primeros rotos y descosidos, mamá se quiso morir, con eso ya no podía.
Una mañana se detuvo tu vida, se detuvo en los ojos de mamá y en los míos, se detuvo en tu aliento, en las lágrimas de todos y en las paredes del cuarto. Toda una noche susurrando palabras que se enredaban en el principio de tu alma y en el borde de nuestros miedos, palabras que nadie entendía… No quiero saber ahora qué decías porque me ahogaría.  Era mucha la impotencia y la agonía… Y en la mirada de todos había sabores a destino marcado, y olores a desaliento, sorpresa en tu postración y temor en nuestro desengaño. Era todo una locura que no podíamos ni entender ni parar.
Ese amanecer, al abrir un poco los postigos de la ventana entró el alba como una espada empapada en muerte y te llevó. Te llevó despacio, como mamá quería… ni un solo estertor ni un solo portazo. Tu respiración cantó una canción de cuna… te meció lentito, tiñó de morado las yemas de tus dedos y seco tu boca y tus riñones, relajó tu rostro y titiló tu alma. Y así te fuiste. Sin más.
Teresa se tumbó en el suelo, a tu lado, esos tres días… para no dejar de mirarte y que tú la vieras.  Y mamá en la cama, contigo, vestida y preciosa… cogiéndote la mano y besando tu frente a cada instante. Tus hijos echaban su angustia y tristeza en sillones o lugares donde el miedo no los dejaba cuajar. Fueron tres días de encierros y reclusiones… de celdas familiares y voluntarias. Nunca la voluntad en casa fue tan de todos.
La primera noche… fue la alarma de madrugada, la llamada, la sirena y la sentencia. Esa noche dejaste de llorar para siempre. Noche de fiebre, de abrazos, de mantas y escalofríos… Empapado en un sudor con fragancia a las rosas de tu patio que se despedían… Y brotando en tu pelo brillos de penas y glorias… “Esto ya no se me quita”… Le dijiste a tu Teresa, con un susurro de entrega y la mirada perdida. Mientras ella y mamá te abrazaban con mil mantas y el peso de su propia  resignación, mientras te intentaban regalar toda la tranquilidad de su rendición. Tú…Tú,  ya lo sabías y ella aún no. Tu ya sabías que te ibas, inmovilizado en un ir y venir de tiritones y empapes fríos, una fuga de lamentos lentos… Y el peso de setenta y dos años de poca vida, de una vida chiquita y sin altares, una vida que perdió la suerte cuando te cortaron el cordón que te unía a tu madre y no ha existido talismán posible que te la devolviera. Ya… Ya te echaste en mis manos y te dejaste llevar, ya no cambiaste de postura ni pediste permutas ni mudanzas, te entregaste con ojitos de infancia, con morriña en las pestañas y pavores negros en tus tremendas pupilas. Nunca has tenido los ojos tan bonitos como en este año, eso decimos todos… la delgadez ha subrayado esos dos pozos de serenidad que has regalado siempre, ese atisbo pausado y de espera y unas pestañas larguísimas.
La segunda noche fue de aspavientos, de miradas con preguntas y plegarias de manos… ¿Qué me ha pasado?... susurrabas en un punto de mejoría que ensordeció a mamá… mejorías de muerte y alarde de fuerzas… dicen los de siempre. Aún te estoy respondiendo y engañando porque a pesar de preguntar nunca quisiste saberlo.
Con las manos cogidas, tu Teresa te contó un cuento… con la voz hecha pena y empalagada en llantos y escondidos disimulos, te conté un cuento… Me disfracé de hada y te conté un cuento… Una quimera de bailes de azúcar y de tensiones que se bajan al infierno, inventé medicinas y curaciones… Te disfracé realidades y desplegué fingimientos… De lentas mejorías y dificultades manifiestas, ese era mi cuento… Hasta que no escuchaste la fábula no te dormiste, ya no hubo ademanes ni gestos… ni más preguntas, solo silencios.
En el suelo… encima de unas mantas y envuelta en alertas, Teresa te vigilaba, amenazada de resfríos y protestas de mamá… Teresa no te dejaba. Tú… la llamaste y ella, allí estaba. Desde allí, a tus pies defendía tu respiración cada vez más ingrata, rellena de ansias y de jadeos… Y tu mano helada. Cien, mil, mil veces escondió Teresa tu mano helada e hinchada bajo tus mantas esa madrugada… mil veces que tú despeñabas tu mano y colgabas de la cama buscando el frío o la escapada. Tu mano helada, tu mano hinchada aún me despierta en la noche pidiendo que yo la esconda, que tiene frío. Y la siento congelada, hecha nieve tu sangre y una inmensa nevada de azúcar son tus huesos. A tu lado, junto a tu cuerpo, el cuerpo de mamá, ese que tanto amabas, te velaba… Esas tres noches respiró a tu lado, con tu  mano izquierda cogida y rodeándote de besos, te peinó mil veces, te dio gotas de agua y si hubiera podido, hubieran sido gotitas de vida. Ella cuidaba de esa vela que se apagaba. Bellísima, así estaba…medio incorporada, de lado y en su codo apoyada,  la recuerdo de morados y plateada, con sus medias de cristal… siempre vestida, no quiso desvestirse por si te ibas y tenía que perseguirte o te la llevabas.
Creo que nunca estuvieron menos cansadas… Mamá y Teresa trasnochadas.
Y tus hijas volaban por la casa, intentando pasar la espera entre desvelo y desvelo nos visitaban… Y tus manos heladas, tu boca seca, tu cuerpo quieto y tu alma amenazada.
La tercera noche fue el claro recelo y el cumplimento de la sentencia, las  cuarentiocho horas ya se pasaban, o llegaba el milagro o te marchabas.
Tu cuerpo apuñalado por una luna llena inmensa que invadía la ventana, se perdía. El alma se quedaría.
Te dejaron en el pecho una llaga de aflicción abierta a la vida y unos remedios para inyectarte y suavizar tu partida. Una llaga y una diminuta cánula por donde meter remedios, algunos susurros y algo de equipaje.  La cánula la tapaba un suave velo de novia pegado a tu piel y una mariposa con un pequeño tapón por el que se escuchaba la escapada de un leve tic-tac que se paraba. Tuve que combatir con la sospecha, las dudas, la sangre que se escapaba y el disimulo. Se hizo duro, padre, se hizo muy duro, pero no cansado. El velo de novia se tintaba de rojos y yo no veía… Y te limpiaba.  Miraba instrucciones, sopesaba indicios y combatía… ¿Qué te ponía?... Tenía pautas y buscaba un equilibrio que no tenía. Ansiedades… Ahogos… Dolores… Todo nos visitaba aquella última madrugada y tú nos pedías, con tus pequeñas muecas y tus sonidos, un hombre enfermo y mujeres ansiosas y llenas de miedos…Y te ponía, destapaba el taponcito, limpiaba el velo, que no manchara tu cuerpo la sangre descosida ni te ultrajara…mamá no hubiera querido verte manchado y yo temía.  La insolente enfermedad se cebaba hasta el último instante de tu agonía.
Teresa buscaba sus gafas y mil paciencias, leía indicios y propósitos… aguja, pócimas, sueros y te inyectaba…. Y tú esperabas…mamá esperaba… ellas esperaban… Y Teresa esperaba, la suavidad de la despedida. Y limpiaba el velo… era obsesivo, que no te abochornara más tu sangre, ya era bastante… Siempre te gustó estar limpio. Tu dolor se apagaba, tu barbilla miraba al cielo, la ansiedad se dormía y tu respiración se aflojaba, pero tú no te ibas. Todo el cuarto olía a hechizos húmedos, a rincón caliente y a azulejos fríos…olía  a lágrimas de pétalos de tus rosas, porque lloraban. Las rosas del patio de tu casa se despedían, nacían esquejes entre los pliegues de las sábanas, debajo de la almohada y en el borde de las estampas de santos, tus pájaros se escondían en las arrugas de la manta y entre los pespuntes del edredón, calladitos y sin cantar, solo esperando. Esa noche nadie se movió del cuarto, tus mujeres descansaban  su tristeza como palomas negras en un revolotear de piernas, en un ir y venir que no les templaba, Teresa en el suelo ya no se posaba. El filo de la luz de la lamparita  cortaba sus cuerpos y tu agonía. Demasiado larga se nos hacía… Mirábamos al cielo y buscábamos socorro, alientos a café y ojos inyectados de insomnios. 
Nunca oliste a hombre solitario y mucho menos entonces. Quisiste que fuera así y así ha sido. Con mamá a tu lado y tus hijos cerca, en tu cama de siempre, con un clavel rojo atado a un cordón en el pomo de la cama… con ausencias de hospitales y velatorios, entre tu gente… y con los tuyos. Esos que quieres y que te quieren. ¡¡Cuánto dolor, padre mío!! …. Quieres silencios, tendrás silencios. Lleno de besos y de caricias, así te has ido. Al llegar el alba, Teresa te dijo  que te marchabas…Tenías que irte… Que te esperaban… Hubo que darte permiso y tu pasaporte… Eras tan obediente y tan buen hombre, que sin permiso, tú no te ibas. Vete padre, vete tranquilo...Vete con los tuyos… Te dijo Teresa con la voz rota y con su mano en tu cara, que te espera tu madre y están los tuyos…Esos que tanto has llamado estos últimos días… vete padre, mamá estará entera y bien cuidada… vete padre, vete tranquilo… Te dijo la hora y que era sábado, mamá en una mano y Teresa en otra, tus hijas contando tus últimos suspiros y perdiendo los suyos… nos miraste perdido y moviste las manos muy lento, muy lento, las hiciste un nudo, las posaste en el pecho y en pocos minutos ya no estuviste.
Y las manos de Teresa escocidas de muerte, como nunca antes las había sentido.  
Necesitabas permiso para marcharte y con mucho dolor ya te lo dimos… el rostro de la mujer que tanto amabas y tenías reflejado en las pupilas se te borró de pronto.  Se acabó la enfermedad y el infortunio… Se oyó fantasmal el susurro de la muerte e invadió  tu cuarto el silencio y el olor ácido de la tragedia.  Ahora llegó el dolor, el abandono y apareció la ausencia. Nuestro sueño se nos pudrió dentro. No necesitaste escapularios ni agua bendita porque bendito ya estabas. Ni maquillajes ni excesos, ni visitas ajenas ni campanas al vuelo, viviste en silencio y así te fuiste.
Un hombre sencillo que siempre quisimos convertir en rey.
Vinieron a buscarte dos jóvenes ángeles negros y te envolvieron en lienzo blanco y olores a talco, madera oscura, dijo mamá y fue todo lo oscura posible. Ahora que el dolor a Teresa le chupa la memoria, quiere escribirlo antes de que se ventile la desdicha y algo se olvide. Tu padre se murió un día, se mueren los padres de todos, pero ahora el que se ha muerto es el mío. Por eso escribe esto Teresa con sus maneras y desde su mundo, ese en el que tú la pusiste.
El alba dejo un cuerpo inerte y nuevos soles. Una mañana de domingo de últimos de Diciembre, un paseo al ángelus que tu hijo conducía y un cielo que no debía ser tan precioso… Así acabó todo.
Terminó con tus cenizas templadas entre las manos de Teresa en un asiento de atrás y una descomposición de besos en el forro de sus bolsillos.
Teresa tiene que dejar aquí las ganas de escribir porque sería eterno, sucedieron revuelos,  aparecieron reliquias inventadas, Teresa tiene tus gafas para guardar siempre tus últimas miradas, tu cartilla militar escrita con tus letras  y algún tesoro, solo recuerdos, enmarcamos tus sonrisas y guardamos tu peine y tu identidad en otras manos, nos hiciste regalos después de irte. En casa existe una corriente de amor que pinta el camino al sitio,  se puede seguir por las losetas de mármol blanco y sufre constantemente un síndrome de flores,  no podemos dejar de ver tu cuerpo dibujado en un susurro y todos sufrimos empacho de sueños en los que creemos que todo ha sido mentira, menos tus pájaros que no sueñan y siguen cantando. A mamá le duelen los dientes de tanto roer la pena, pero el Señor y dador de vida te la ha quitado.
Te quiero, padre, te quiero… Tu Teresa escribe esto para que no se le olvide.